martes, 10 de noviembre de 2009

Más pruebas Jesús es el Mesías


Cientos de años antes del nacimiento de Cristo, numerosos profetas anunciaron Su venida. Sus predicciones —consignadas en el Antiguo Testamento— no versaban sobre meras generalidades, afirmando que vendría un Mesías, un Salvador, etc. Mencionaban lugares, fechas y sucesos específicos y se cumplieron en una única persona de entre todas las que han pisado este mundo: ¡Jesús de Nazaret! Muchas de las más de 300 profecías enunciadas sobre Jesús tienen que ver con Su muerte y resurrección. Es decir, están relacionadas con lo que hoy llamamos la Semana Santa. A continuación enumeramos las más destacadas, seguidas de su correspondiente cumplimiento en el Nuevo Testamento. Entrada triunfal en Jerusalén Alrededor del año 518 a. de C., el profeta Zacarías profetiza al pueblo de Israel: ¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí, tu Rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna (Zacarías 9:9). Cinco días antes de Su crucifixión, Jesús regresó a Jerusalén y dijo a Sus discípulos: «Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: "El Señor los necesita"; y luego los enviará. [...] Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó, y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos, y Él se sentó encima. [...] Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"» (Mateo 21:2-9). LA traición Alrededor del año 518 a. de C., nuevamente Zacarías predice: Les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata (Zacarías 11:12). La noche en que Jesús fue capturado por Sus enemigos, el Nuevo Testamento dice que Judas Iscariote «fue a los principales sacerdotes, y les dijo: "¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?" Y ellos le asignaron treinta piezas de plata» (Mateo 26:14,15). Su juicio En el año 712 a. de C., el profeta Isaías escribió que Jesús sería juzgado y sentenciado a muerte, pero no a raíz de un pecado cometido por Él mismo, sino por los pecados de todos nosotros: Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de Su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la transgresión de mi pueblo (Isaías 53:8, Nueva Versión Internacional). Jesús fue detenido por los soldados del sumo sacerdote mientras oraba en el huerto de Getsemaní (Mateo 26:57). Tras juzgarlo en el tribunal religioso y condenarlo a muerte, lo ataron y lo entregaron a Pilatos, el gobernador romano (Mateo 27:1-2). Estando Pilatos sentado en el tribunal, los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que exigiera que se ejecutase a Jesús (Mateo 27:19-20). Finalmente Pilatos accedió, y Jesús fue crucificado (Juan 19:16). Año exacto de su crucifixión En el año 538 a. de C. Daniel, un cautivo israelita que había llegado a ser importante consejero de los monarcas de dos imperios, dio una profecía intrincada pero muy precisa, que desmenuzada matemáticamente revela con exactitud el año en que nacería el ansiado Mesías y el año mismo de su muerte: Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas [7 hebdómadas, equivalentes a 49 años], y sesenta y dos semanas [62 hebdómadas, equivalentes a 434 años]; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas [434 años] se quitará la vida al Mesías (Daniel 9:25,26). En el año 453 a.C., Artajerjes Longímano, rey de Persia, decretó que algunos de los judíos cautivos podían retornar para reconstruir Jerusalén. La reconstrucción demoró 49 años. Exactamente 434 años después, en el año 30 d.C., fue crucificado Jesucristo. Su crucifixión Cerca del año 1.000 a.C., David, rey de Israel, profetizó una muerte terrible y cruel: He sido derramado como aguas, y todos Mis huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de Mis entrañas. [...] Perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron Mis manos y Mis pies. [...] Repartieron entre sí Mis vestidos, y sobre Mi ropa echaron suertes (Salmo 22:14-18). El rey David murió de forma apacible y natural, por lo que sabemos que este pasaje de la Escritura no se refería a él. Se infiere más bien que, siendo profeta, auguró con absoluta precisión las circunstancias que rodearon la muerte en la cruz sufrida por Jesús. «He sido derramado como aguas [...]; Mi corazón [...] derritiéndose en medio de Mis entrañas». Jesús no derramó Su vida por nosotros en un sentido exclusivamente espiritual. Según el Nuevo Testamento, poco después de morir, estando todavía en la cruz, «uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Juan 19:34). «Todos Mis huesos se descoyuntaron». Esa era una de las consecuencias más horribles de la muerte por crucifixión. El peso de la víctima hacía que sus brazos se desencajaran. «Perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos». El Evangelio certifica que los pérfidos enemigos de Cristo se juntaron a su alrededor, mientras pendía de la cruz, para insultarlo y burlarse de Él (Mateo 27:39-44). «Horadaron Mis manos y Mis pies». En los tiempos de David los judíos no imponían la pena de la crucifixión. Sus leyes religiosas determinaban que los malhechores fuesen ejecutados por lapidación (apedreamiento). Sin embargo, Dios dejó entrever a David, Su profeta, la muerte que habría de padecer el Mesías 10 siglos después, ejecutado por mano de los romanos, cuyo imperio ni siquiera existía en los días de David y cuyo método más común de ajusticiamiento era la crucifixión. «Repartieron entre sí Mis vestidos, y sobre Mi ropa echaron suertes». Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, «tomaron Sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también Su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: "No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, para ver de quién será"» (Juan 19:23,24). Su sepultura Más de 700 años antes de ser crucificado Jesús, el profeta Isaías predijo las circunstancias que rodearían Su sepultura: Se dispuso con los impíos Su sepultura, mas con los ricos fue en Su muerte (Isaías 53:9). A los ojos de Sus enemigos, Jesús era un impío. Fue crucificado junto a dos ladrones (Mateo 27:38). Sin embargo, se lo enterró entre los ricos. «Un hombre rico de Arimatea, llamado José [...], fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. [...] Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo» (Mateo 27:57-60). Su resurrección Aproximadamente en el año 1000 a.C., el rey David alabó a Dios por el «Santo», cuyo cuerpo —aun después de la muerte no vería corrupción: No dejarás Mi alma en el Seol [el Hades, la morada de los muertos], ni permitirás que Tu Santo vea corrupción [descomposición] (Salmo 16:10). El rey David murió y fue enterrado, y su carne se descompuso. Pero Jesús salió de la tumba tres días después de Su muerte, y Su carne no se corrompió (Hechos 2:27-31). Un ángel dijo a las dolientes que acudieron a la tumba de Jesús: «¡No está aquí, sino que ha resucitado! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lucas 24:6,5). Jesús anduvo por la tierra durante los 40 días posteriores a Su resurrección y fue visto por centenares de seguidores (Hechos 1:3; 1 Corintios 15:4-6). Luego ascendió a los Cielos, donde está sentado a la diestra del trono de Dios (Marcos 16:19).

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