miércoles, 4 de noviembre de 2009

Respuestas a tus interrogantes


Mis amigos y yo tenemos el mal hábito de chismorrear. A veces me siento mal, pues para ser franco, gran parte de lo que decimos es en tono sarcástico y poco considerado. Pero no puedo resistir la tentación de estar enterado de todo. ¿Tienen algún consejo para superar esto? El rey Salomón dijo: «La muerte y la vida están en poder de la lengua» (Proverbios 18:21). ¡Vaya afirmación! Nuestras palabras tienen un efecto real. Son capaces de bendecir o maldecir, de levantar la moral o abatirla. Pueden salvar o condenar. Eso que suele decir la gente de que «tus palabras me resbalan» en muchos casos no es cierto. Tomemos por ejemplo la triste historia verídica de una chica llamada Mary Ellen. Mary quedó tan dolida por los chismes maliciosos que difundió sobre ella otra chica de 18 años llamada Jesse Pepper que se sumió en una profunda depresión y acabó por quitarse la vida. Jesse fue declarada culpable de homicidio sin premeditación. Lo llamaron homicidio por calumnias, puesto que Mary se suicidó a raíz de los chismes difundidos sobre su persona. Puede que ese sea un ejemplo un tanto extremo, pero conviene que reflexionemos un poco y nos preguntemos si es en realidad tan exagerado. ¿No has caído alguna vez en un profundo abatimiento, hasta el punto de que te han entrado ganas de morir, a causa de las palabras maliciosas y desalmadas de alguien? O tal vez tú hayas herido así a alguna persona. Seamos sinceros. Todos hemos sido culpables alguna vez de ofender a alguien con nuestras palabras. Es posible que en algunos casos no haya sido adrede o que las hayamos dicho en broma, pero lo cierto es que son desconsideradas y duelen igual. Quizás una persona necesita unas palabras de aliento y en cambio un comentario mordaz de nuestra parte le produce una herida profunda que deja una horrenda cicatriz. El siguiente poema aborda el asunto de forma conmovedora: A veces no toma más que unas palabras dichas irreflexivamente para echar a perder las cosas. ¿Cómo podemos, pues, evitar esas palabras desconsideradas y cortantes que a menudo brotan repentinamente de nuestros labios? ¿Qué podemos hacer para domar nuestra lengua? La verdad es que por mucho que lo intentemos no podremos dominarla. La Biblia dice: «Toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua» (Santiago 3:6-7). ¡Únicamente Dios puede hacerlo! «Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible» (Mateo 19:26). La única forma de domar la lengua es pedir a Dios que transforme nuestro corazón, pues «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34, NVI). Si nuestro corazón rebosa de amor de Dios, las palabras que salgan de nuestra boca estarán llenas de amor y de compasión. Hay una sola forma de reformar la lengua indómita. Es preciso transformar el espíritu que la controla. Jamás podremos controlarla por nosotros mismos. Jesús es la única fuente de amor, bondad, compasión y benevolencia, y en tanto que dejemos que Él gobierne nuestra vida, gobernará también nuestra lengua. Su Espíritu dentro de nosotros nos inspirará. ¡Incluso hablará a través de nosotros hermosas palabras cargadas de amor, de luz y de vida.

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