viernes, 27 de noviembre de 2009

Mi primer milagro


Hace unos años, cuando conocí a un par de misioneros de La Familia Internacional, los invité a mi casa, dado que necesitaban un lugar donde hospedarse. Accedí además a que dieran clases de la Biblia en la sala de estar. Sin embargo, no capté de inmediato todo lo que me decían de Jesús. Leí los textos que me dieron, pero me mantuve escéptico y algo distante. Luego sucedió algo que alteró la situación. Una mañana, mientras trotaba por el vecindario como acostumbraba hacer todos los días, sentí una punzada en la espalda que me hizo doblarme de dolor. Ya hacía una semana que me daban dolores así. El dolor no disminuyó; antes fue en aumento. Aquella noche tuve bastante fiebre. Fui a hacerme un reconocimiento y expliqué los síntomas: sangre en la orina, dolor, fiebre... El diagnóstico preliminar fue que tenía cálculos renales, y que mi caso era bastante grave. Me hicieron más análisis y me dijeron que volviera al día siguiente a recoger los resultados. Enfermo de cuerpo y espíritu, volví a casa para descansar. Entonces expliqué mi sufrimiento a los voluntarios que se estaban alojando allí. Naturalmente, se ofrecieron a orar conmigo. Obstinado, les respondí: —No, creo que me falta fe. Sonriendo, me dijeron: — ¡Pues recemos también por eso! Y así hicieron. Rogaron por mi rápida y completa recuperación de lo que fuera que me aquejara y para que me curara de mi incredulidad. Leyeron pasajes de la Biblia sobre la sanación y los invocaron como si se tratara de promesas que Dios hubiera hecho específicamente para mí. Al final del día, casi sin advertirlo, me encontré leyendo una y otra vez aquellos versículos. Poco a poco me invadió una sensación de tranquilidad. Algo desconocido estaba echando raíz en mi corazón: era una diminuta semilla de fe. A la mañana siguiente me sentía mucho mejor, así que fui primero a trabajar a la oficina y luego al hospital para hacerme más análisis. El médico no sabía qué pensar: estaba desconcertado. Leía y releía los resultados hasta que finalmente me los entregó y trató de explicar lo que yo ya sabía: ¡las radiografías mostraban que no tenía nada! Incluso el análisis de orina dio negativo, y eso que yo mismo había visto el tinte rojo en las primeras muestras. ¡Me había curado! El médico dijo que casi parecía que los análisis del segundo día correspondieran a otro paciente. Sin embargo, yo estaba seguro de que había sucedido un milagro. El dolor que me había atormentado toda la semana mientras trotaba se había disipado. Ya nada me dolía; habían desaparecido todos los síntomas de cálculos renales, y su lugar fue ocupado por la fe. Aquella noche, al leer la Biblia con los integrantes de La Familia, lo hice desde una perspectiva totalmente distinta; no como un simple estímulo intelectual, sino reconociendo que —como dijo Jesús— aquellas palabras eran «espíritu» y «vida» (Juan 6:63). Las palabras que me habían salvado la vida me condujeron a una nueva y maravillosa existencia. Chuck Delgado y Nyx Martínez son miembros de La Familia Internacional en las Filipinas.

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