viernes, 27 de noviembre de 2009

Cómo actúan las oraciones


El Señor deja que mucho dependa de nosotros, de nuestro interés y nuestras oraciones. Si oramos a medias, obtenemos media respuesta. En cambio, si clamamos de todo corazón, nos da respuestas claras y contundentes. Cuanto más intensa es la oración, más nítido es el reflejo. La oración se refleja o es respondida con la misma intensidad con que se originó, como cuando se proyecta un haz de luz sobre un espejo. Rebota con la misma fuerza con que empezó. Dios deja un montón de cosas en nuestras manos. Mucho depende de nuestra fe, de nuestras oraciones y de lo que queremos que se haga. Si nos avivamos para rogar por una persona necesitada o una situación de apuro, Dios se mueve y hace algo. Pero muchos tienen una actitud perezosa y por lo visto piensan que, pase lo que pase, Él lo hará todo. En realidad depende mucho de nosotros. Dios quiere que manifestemos interés orando, y que le pidamos en concreto lo que queremos que haga. Si de verdad tenemos fe, Dios escucha y responde cada una de nuestras oraciones. Pero si no oramos, no pasa nada. Depende muchísimo de nosotros. Es preciso que visualicemos a las personas por las que oramos, que recemos explícitamente por ellas y le pidamos al Señor que haga tal o cual cosa. La intensidad y seriedad de nuestra oración y nuestro deseo se refleja en la respuesta. Lo podríamos comparar con una onda de radio que da contra un satélite y se refleja según su intensidad. La potencia de la señal emitida determina la potencia de la señal que se refleja y se recibe. El resultado de nuestra oración —la respuesta o ayuda que reciba la persona por la que oramos— depende de la intensidad o fervor de nuestra súplica. La persona no recibe más de lo que enviamos. ¿Por qué hay respuestas que tardan más que otras? Algunas oraciones son como ondas de radio que rebotan en un planeta distante. Es posible que la respuesta tarde años, pero a la postre llegará.Aunque nos gustaría que nuestras oraciones se vieran respondidas en el acto, es posible que eso no ocurra porque el Señor sabe que no es el momento indicado. Lo podríamos comparar con el lanzamiento de una nave espacial con destino a la Luna. El momento escogido depende de la posición de la Tierra y de la Luna. ¿Por qué se elige determinada fecha? Porque la Luna tiene que estar lo más cerca posible de la Tierra cuando llegue la nave espacial, a fin de que al momento del regreso a nuestro planeta todavía esté lo bastante próxima para poder volver. El billar americano también es una buena analogía. El juego tiene sus variantes, pero en todos los casos se emplea una mesa con seis troneras o agujeros y se utiliza una bola blanca para meter las otras en las troneras. El jugador controla la fuerza y la dirección con que golpea la bola blanca; de ello depende todo lo demás. Lo típico es jugar con quince bolas numeradas que se disponen formando un apretado triángulo en uno de los extremos de la mesa. Un jugador da la tacada inicial para dispersarlas por la mesa. Luego los jugadores se van turnando para tratar de meter en las troneras tantas bolas numeradas como puedan. No está permitido cambiar de posición con la mano ninguna de las bolas, ni siquiera la blanca, salvo en ciertos casos concretos. El jugador debe procurar impulsar la bola blanca con el taco de forma que golpee una de las bolas con el ángulo preciso para introducirla en una tronera o para empujar a otras bolas hacia una tronera, si es necesario haciéndolas rebotar una o más veces en las bandas laterales. La oración funciona de manera muy parecida. Dios definió las reglas del juego y dio la tacada inicial. Las diversas personas y situaciones están en la posición que Él ha determinado, y hay que jugar conforme a Sus reglas. Él dispone en un principio la posición de las bolas, y tenemos que jugar con lo que hay. Lo que pase después depende mucho de la posición de las diversas personas y situaciones; pero nuestro modo de orar por ellas también afecta el resultado. La manera de formular o expresar nuestra oración y de pedirle a Dios que la responda se podría comparar con la forma de impulsar la bola blanca con el taco. La fuerza, el ángulo y el efecto de la tacada se complementan para determinar el resultado de la jugada. En cierta modalidad del juego hay que golpear las bolas en un orden determinado. No se puede golpear una bola sin haber metido en las troneras las anteriores. Naturalmente, quien numeró las bolas fue el inventor del juego. En tu condición de jugador, tú no determinas la posición que ocuparán la bola numerada y la bola blanca cuando te llegue el turno. Eso depende de dónde hayan quedado luego de la tacada inicial y de las jugadas posteriores. Hay que esperar a que la bola blanca y la que se quiere golpear estén en buena posición con respecto a una tronera, y entonces sólo resta jugar con precisión para meter la bola donde se quiere. La primera jugada la hizo Dios. Fue Él quien hizo el tiro de apertura y esparció las bolas. Conforme avanza la partida, Él y los demás jugadores van alterando la posición de las bolas con sus jugadas. La única diferencia es que Dios no pretende vencerte. Si estás de Su parte, Él te ayuda a ganar. Es como una partida por parejas: tu compañero es Dios; y tus rivales, el Diablo y sus secuaces. Dios hace Sus jugadas con vistas a facilitar las tuyas. Claro que por muy bien que te lo prepare todo, si no apuntas bien, no sirve de nada. Por muy buena puntería que tengas, la bola numerada —o sea, la persona o situación por la que ores— tiene que estar en determinada posición para que la puedas golpear bien. Aunque juegues estupendamente, si el trayecto hacia el objeto de tus oraciones está obstruido, tus oraciones no le llegarán. Depende mucho también del destinatario de tus oraciones. Para que se beneficie de ellas, tanto tú como él tienen que estar en la posición debida. Otro ejemplo con el que podemos ilustrarlo son las ondas de radio. Digamos que se quiere enviar un mensaje vía satélite al otro lado del mundo. Para empezar, el mensaje no se transmitirá si el aparato no está enchufado a la corriente. En segundo lugar, el transmisor tiene que estar en buenas condiciones. Si es defectuoso o se ha desajustado, o está mal sintonizado, no transmitirá bien, y el mensaje no llegará con claridad. Además, la antena debe estar bien orientada para que el mensaje llegue al satélite de comunicaciones. En esta ilustración, tú eres el transmisor con su antena, el Espíritu Santo es la fuente de energía, y la voluntad de Dios, el satélite. En cierto sentido, el Señor determina y limita la trayectoria de tu oración, porque si no la diriges a la zona cubierta por el satélite, el mensaje no llega. El satélite, que es la voluntad de Dios, está en una órbita fija que no puedes alterar, como el plan general de Dios, que también está predeterminado. Tú debes orientar la antena de forma que al emitir tu oración ésta quede dentro de los límites de esa órbita fija. De nada servirá que envíes el mensaje a otra parte. Hay que apuntar bien. Si estás bien sintonizado, el Espíritu Santo encauzará tu oración. Si tu transmisor es automático y está controlado por el Espíritu Santo, se sintonizará por sí solo. La computadora del Señor regulará la potencia, la emisión, la dirección, todo, de forma infalible. En cambio, uno puede echarlo todo a perder si se pone a manipular los diales y a cambiar la configuración por su cuenta. Además, el satélite de la voluntad del Señor debe estar en la posición precisa para que la comunicación rebote hacia el receptor, el cual a su vez debe encontrarse en la posición justa para captar la señal. Como ves, son varios los factores que influyen en la oración. Y cualquiera de ellos puede hacer que no obtengamos una respuesta inmediata. Puede que seamos nosotros mismos los que estamos entorpeciendo la comunicación, o que no sea el momento escogido por Dios, toda vez que Su satélite no se encuentra aún en la posición precisa. La dificultad también puede estar en el otro extremo. En resumen, la oración depende de cuatro factores principales: tu posición, la de Dios, la de la persona o situación por la que oras, y la forma en que oras. Volviendo a la ilustración del billar americano, diríamos que depende de la posición de la bola blanca, de la bola que vas a golpear, de la tronera y de la habilidad con que juegues. Tú no determinas totalmente el resultado; tampoco la persona por la que oras, y Dios se ha fijado límites para no determinarlo totalmente, dejando que influyan esos otros factores. En la analogía de la transmisión por radio, la posición del satélite de Dios es fija; pero el aprovechamiento de él que se haga depende de ti y del beneficiario. Por decirlo de alguna manera, Dios ha fijado la posición general de Sus designios; pero el lugar que ocupes dentro del plan divino depende de tu posición, de la de la persona o situación por la que ores, y de que apuntes bien para que la señal llegue al satélite. En suma, el Señor deja mucho en nuestras manos y en manos del destinatario. Él siempre hace Su parte; Su órbita es fija y Su satélite siempre está donde corresponde. Por tanto, lo único que puede alterar el resultado es tu posición y la del beneficiario, así como la energía y dirección de tu transmisión. Así funciona la oración. Si lo que pides se ajusta a la voluntad de Dios —lo que Él considera mejor para todos los afectados—, si tanto tú como el destinatario de tu oración se encuentran en la posición debida y apuntas con precisión, darás en el blanco y lograrás el efecto deseado.

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