jueves, 19 de noviembre de 2009

Me moría lentamente a temprana edad Mi trastorno alimentario casi acaba conmigo


¿Vale la pena seguir dietas muy rigurosas? Antes de responder esa pregunta, quisiera contarte lo que me sucedió a mí. De niña siempre fui la más grande del curso. Era la más alta y generalmente pesaba más que todos mis compañeros, pero nunca fui gorda. Lo que pasa es que tengo los huesos grandes. Aun a la temprana edad de seis años me preocupaba mi peso. Siempre ansiaba ser pequeña y delgada. Al ver que dos de mis hermanas mayores —que por aquel entonces ya eran adolescentes— andaban preocupadas por su sobrepeso, me propuse que no me sucediera lo mismo. Sin embargo, me encantaba comer, y no tenía mucha fuerza de voluntad. Así que al poco de cumplir los catorce, empecé a engordar. En el momento en que más llegué a pesar estaba bien excedida del rango saludable para una niña de mi edad y porte, según las tablas de peso y estatura. Si bien es cierto que debía bajar de peso, jamás me imaginé que se convertiría en una obsesión y en una enfermedad espantosa. Me puse en una dieta sencilla. Empecé a reducir las cantidades que ingería en cada comida y a hacer ejercicio varias veces a la semana. Eso me ayudó a bajar unos kilos poco a poco. Para cuando cumplí los dieciséis ya tenía un peso saludable según las tablas. Pero todavía no estaba satisfecha. Me propuse como meta para el año siguiente bajar unos kilos más, lo cual logré sometiéndome a una dieta más estricta. Además hacía ejercicio al menos cinco días a la semana. Logré mi objetivo, pero todavía me veía gorda. Me convencí de que los chicos me prestarían más atención y gozaría de más simpatía entre las chicas si me veía más delgada, así que me empeñé en seguir con mi régimen hasta que me sintiera cómoda con mi físico. Tuve entonces la brillante idea de provocarme vómitos después de comer. Al fin y al cabo —pensé—, lo que no quedaba dentro no podía convertirse en grasa. Así caí en la bulimia. Seguí a ese ritmo varios meses. Un día, de golpe, por algún motivo que desconozco, perdí totalmente el control de mis hábitos alimentarios. Aunque para entonces mi peso ya estaba por debajo del mínimo que recomendaban las tablas, yo estaba convencida de que tenía que adelgazar todavía más. Prácticamente no comía nada, y después me preguntaba por qué no tenía energías. Además me volví tan obsesiva con el ejercicio que si preveía que no iba a poder hacerlo durante el día, me despertaba en medio de la noche para no perdérmelo. Un día tuve una hemorragia estomacal y esofágica. Había leído en Internet que en casos graves la bulimia produce esos síntomas. Eso me asustó, pero no podía romper con el círculo vicioso. Llegó un momento en que estaba tan delgada que todo el mundo me insistía en que abandonara la dieta, pero yo seguía convencida de que estaba gorda. Además disfrutaba de la atención que me prestaban y de que todo el mundo me dijera que me veía delgada, lo que para mí equivalía a verme bien. Pese a ello, pensé que si bajaba un poco más de peso me sentiría más cómoda y todo estaría bien. Total que bajé y bajé cada vez más. Mis padres andaban preocupados, y mi novio me decía: «Niki, ¡ya basta!» Pero cuando me miraba en el espejo me veía gorda. Mi perspectiva de todo el asunto se distorsionó tanto que cuando tenía el estómago completamente vacío, me ponía eufórica, me sentía limpia y orgullosa de mí misma. Estaba feliz. En cambio, cuando tenía algo en el estómago me repugnaba y me sentía sucia. Mi trastorno alimentario me afectó también la personalidad. Por naturaleza soy una chica extravertida, sociable y abierta. Me encanta estar en compañía de mis amistades y pasarla bien. Sin embargo, en aquella época estaba tan obsesionada con mi peso y mi cuerpo que rechazaba las invitaciones de mis amigos, sobre todo si eran invitaciones a comer. Me encerré en mí misma. Estaba tan sumida en mi obsesión por bajar de peso que no veía nada más. Como me dijo una amiga: «Junto con las curvas perdiste tu personalidad». Y era cierto. Todo aquello me tenía muy deprimida. Me daba lo mismo vivir que morir. Hasta contemplé la posibilidad de suicidarme. Entonces falleció alguien de mi familia. Eso me espabiló y me hizo tomar conciencia de lo valiosa que es la vida. Sabía que por la forma en que estaba abusando de mi organismo, bien podía ser la siguiente en morir. Durante un par de semanas me esforcé por comer, pero tenía terror de ponerme gorda. Caí nuevamente en mi dieta extremista y bajé aún más de peso. Me veía escuálida. Sufría de fatiga crónica, anemia y varias otras dolencias. Hasta se me fue la regla. Por fin el Señor me hizo tomar conciencia de que me estaba matando de a poquito. Cuando una anomalía alimentaria llega a ser tan grave, se torna en una verdadera adicción, un trastorno mental y espiritual casi imposible de superar sin la ayuda del Señor. Empecé por pedir a mis padres que oraran por mí cada vez que me sentía gorda. Aquello me salvó la vida. Por ejemplo, un día me pesé, y al ver que había subido un kilo lloré varias horas hasta que mi padre llegó a casa y oró conmigo. Además preparé un pedido de oración para superar la anorexia y la bulimia y subir de peso y solicité que lo incluyeran en una lista que hacemos circular entre familiares y amigos para rezar unos por otros. Me resultaba muy humillante, pero el Señor vio con buenos ojos que reconociera que sufría de un trastorno y que me hubiera propuesto superarlo. Poco a poco fui subiendo de peso. Ahora que escribo este testimonio, debo admitir que todavía no lo tengo del todo superado. Cuando me miro al espejo, todavía me siento gorda, aunque ninguna persona razonable lo diría. Tengo que seguir orando fervientemente y pedir al Señor que mantenga a raya toda idea que no provenga de Él. Es algo íntimamente espiritual. Por momentos volvía a caer en la bulimia y a perder peso, pero en cada ocasión me ponía seria con el Señor, me sinceraba conmigo misma y con los demás y pedía oración. En todos los casos el Señor me ayudó a salir adelante y progresar un poquito más. Ahora puedo comer equilibradamente y me veo más o menos normal otra vez, aunque muchos dirían que todavía soy bastante delgada. Además tengo algunas complicaciones de salud por haber abusado tanto de mi organismo, pero el Señor me va sanando poco a poco, lo cual le agradezco mucho. Si estás coqueteando con la anorexia o la bulimia, ¡PARA ENSEGUIDA! No es un juego. Te arruinará la vida y la salud. Es, además, muy difícil de superar. Pide oración a tus padres o a un amigo o amiga, y no dejes de repetirte una y otra vez: «Yo soy yo. Soy hermosa, porque Dios no crea basura». (Niki Rudow es misionera de La Familia en el Japón.)

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