sábado, 28 de noviembre de 2009

Manifestaciones sobrenaturales durante la gran tribulación


La sola idea de tener que vivir en la espantosa era que la Biblia denomina la Gran Tribulación —«tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces» (Daniel 12:1)— basta para inquietar a cualquiera. En verdad, si no tuviéramos a Dios de nuestro lado constituiría una perspectiva aterradora. Felizmente, los creyentes sí tenemos a Dios de nuestro bando. Tener al tipo más hábil del barrio en tu equipo es un plus enorme, por mucho que los jugadores contrarios intimiden y parezcan invencibles. El libro del Apocalipsis llama al Anticristo «la Bestia» y explica que «toda la tierra se maravilló en pos de la Bestia, diciendo: “¿Quién como la Bestia y quién podrá luchar contra ella?”» (Apocalipsis 13:3,4). No obstante, las apariencias pueden ser engañosas. En este caso lidiamos con el campeón de los embaucadores —el mismísimo Satanás—, que será el poder oculto detrás del Anticristo y en última instancia se posesionará de él. Afortunadamente para nosotros, tanto Satanás como el Anticristo tienen su talón de Aquiles. Su destino ya está sellado, y al final saldrán perdiendo. Es un hado del que no pueden escapar, por mucho que quieran hacer creer lo contrario. «La Bestia fue apresada, y [...] [lanzada viva] dentro de un lago de fuego que arde con azufre» (Apocalipsis 19:20). El Diablo será neutralizado de modo similar, primero durante mil años y luego definitivamente (Apocalipsis 20:2,3,10). Total que podemos quedarnos tranquilos de que al final ellos serán los perdedores y nosotros los triunfadores. Si bien a los que creen en Jesús —y al mundo en general— les aguardan días tenebrosos, ni siquiera en esos tiempos difíciles quedaremos abandonados a nuestra suerte. La Biblia deja claro que se nos proporcionará amplio socorro y auxilio de lo alto, y que incluso las plagas y monstruos más horrendos descritos en el Apocalipsis tendrán por objeto atormentar al Anticristo y a sus seguidores, no a quienes amen y sirvan a Dios. Los seguidores de Jesús del Tiempo del Fin tendrán protección divina (Apocalipsis 7:2,3; 9:4). El capítulo 11 del Apocalipsis trata de los portentos que obrarán dos profetas de Dios durante esos postreros días. Juan, que escribió el Apocalipsis, cuenta que un ángel le dijo: «Ordenaré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos con ropas ásperas» (Apocalipsis 11:3). Y continúa diciendo: Estos testigos son los dos olivos y los dos candelabros que están de pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas, para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda plaga cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, los vencerá y los matará. Sus cadáveres estarán en la plaza de la gran ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. Gentes de todo pueblo, tribu, lengua y nación verán sus cadáveres por tres días y medio y no permitirán que sean sepultados. Los habitantes de la tierra se regocijarán sobre ellos, se alegrarán y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los habitantes de la tierra. Pero después de tres días y medio el espíritu de vida enviado por Dios entró en ellos, se levantaron sobre sus pies y cayó gran temor sobre los que los vieron. Entonces oyeron una gran voz del cielo, que les decía: «¡Subid acá!» Y subieron al cielo en una nube, y los vieron sus enemigos (Apocalipsis 11:4-12). Inicialmente el ángel devela parte del misterio que rodeaba a un pasaje de la Biblia escrito por el profeta Zacarías unos 500 años antes: Tomé la palabra y le dije [al ángel]: «¿Qué son esos dos olivos a derecha e izquierda del candelabro?» [...] Él me habló y dijo: «¿No sabes qué es esto?» Dije: «No, mi señor». Y él me dijo: «Estos son los dos Ungidos que están en pie junto al Señor de toda la tierra» (Zacarías 4:11,13,14, BJ). Casualmente, en cierta ocasión la madre de Juan le pidió a Jesús que concediera a sus hijos Santiago y Juan el honor de sentarse al lado de Él en Su reino: Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos [Santiago y Juan], postrándose ante Él y pidiéndole algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella le dijo: «Ordena que en Tu reino estos dos hijos míos se sienten el uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda». Entonces Jesús, respondiendo, dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que Yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado?» Ellos le respondieron: «Podemos». Él les dijo: «A la verdad, de Mi vaso beberéis, y con el bautismo con que Yo soy bautizado seréis bautizados; pero el sentaros a Mi derecha y a Mi izquierda no es Mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por Mi Padre» (Mateo 20:20-23). Así pues, por medio del ángel Juan finalmente se entera de quiénes serán las dos personas que estarán junto al trono de Jesús en Su reino. De todos modos, lo más importante que hay que señalar, particularmente para quienes sigan quizá con vida en la época de esos dos profetas, son los poderes sobrenaturales que exhibirán. Se opondrán con osadía al Anticristo y sus fuerzas, y nadie podrá hacerles daño hasta que hayan cumplido su misión. A propósito, el aspecto más público de esa misión tendrá lugar en plena Jerusalén, que según parece será la capital del imperio del Anticristo. ¿Estarán reservados esos poderes única y exclusivamente para esos dos profetas? ¿O podrán los cristianos en general contar con poderes similares, por no decir idénticos, cuando las circunstancias lo precisen? En la Biblia hay precedentes de personas que tuvieron poderes especiales cuando los necesitaron. Dios secundó las advertencias de Moisés a los egipcios enviándoles plagas hasta que el faraón finalmente accedió a dejar partir a los israelitas (Éxodo, capítulos 7-12). Elías hizo bajar fuego del cielo para consumir la ofrenda que había sobre el altar en el Monte Carmelo (1 Reyes 18:17-39), y en otra muestra de amparo celestial, hizo lo propio para matar a dos compañías de soldados que el malvado rey Ocozías había despachado para apresarlo (2 Reyes, capítulo 1). Por otra parte, cuando el rey de Siria envió un ejército para capturar a Eliseo, Dios mandó una hueste celestial en carrozas de fuego para resguardarlo y cegar temporalmente a todos los soldados del ejército enemigo (2 Reyes 6:8-23). Tales manifestaciones de poder de lo alto no fueron solamente para beneficio de Moisés y los demás hebreos de Egipto, ni para Elías o Eliseo y los demás afectados. Las Escrituras van más allá y dicen: «Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros que vivimos en estos tiempos finales» (1 Corintios 10:11). Si Dios lo hizo antes, ¿por qué no habría de repetirlo para proteger a quienes lo amen y sirvan durante la azarosa época de Gran Tribulación? Por lo visto lo hará, ya que está claro que muchos todavía estaremos aquí cuando se produzca el Arrebatamiento, cuando Jesús regrese para llevarnos al Cielo. Además hay una promesa dirigida en particular a los cristianos del período de la Tribulación: «El pueblo que conoce a su Dios se mostrará fuerte y actuará» (Daniel 11:32, LBLA). Jesús tiene gran interés en cada uno de nosotros, porque nos ama. De ahí que Él y todas las huestes del Cielo combatirán por nosotros. Es cierto que en general lo harán encubiertamente, pero el caso es que no nos defraudarán. El apóstol Pablo escribió: «[Jesús] dijo: “No te desampararé ni te dejaré”. Así que podemos decir confiadamente: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”» (Hebreos 13:5,6).

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