domingo, 29 de noviembre de 2009

Males que traen bienes


Como «muchas son las aflicciones del justo» (Salmo 34:19), ciertamente es un consuelo saber que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados» (Romanos 8:28). Más aún, para salir victoriosos de las numerosas pruebas, dificultades, batallas y tentaciones a las que nos enfrentamos, es imperativo que esa promesa de Romanos 8:28 llegue a ser un elemento fundamental de nuestra vida. Ese principio debería estar tan arraigado en lo profundo de nuestro ser que nos resulte imposible olvidarlo o desestimarlo. Debería estar tan presente en nuestra conciencia, e incluso en nuestro subconsciente y nuestro enfoque de la vida, como la necesidad de orar, la importancia de la Palabra, la inevitabilidad de las pruebas y batallas y la certeza de que Dios nos ama. Si no pasamos todo lo que nos ocurre por el filtro de Romanos 8:28, si no vemos siempre nuestras decepciones, penas, pruebas, enfermedades y todo lo demás desde el prisma de Romanos 8:28, lamentablemente nos perderemos muchas enseñanzas valiosas que el Señor quiere transmitirnos y nos privaremos de la paz que nos invade cuando confiamos plenamente en esa preciosa promesa y principio. Cuando aprendemos esta sencilla ecuación, que las adversidades equivalen a bienes, nuestra vida se enriquece, sacamos profundas enseñanzas y alcanzamos una mayor serenidad. Al mismo tiempo reconocemos más fácilmente la mano del Señor en los acontecimientos de nuestra vida. Es totalmente diferente enfocar una riada de problemas, batallas, pruebas y tribulaciones imaginando que va a suceder lo peor, y abordarla con la ilusión y expectativa de descubrir todo el bien que sabes que el Señor sacará de ello.

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