domingo, 29 de noviembre de 2009

Una batalla de lo más original


De todas las batallas que se han librado en defensa de un país asediado, la que relataremos a continuación es probablemente una de las más insólitas y originales. ¿Dónde se ha visto una campaña militar encabezada por un conjunto de cantantes y músicos? ¡Y vaya música la que entonaron! He aquí lo sucedido, tal como está consignado en la Biblia, en el capítulo 20 del segundo libro de Crónicas: Llegaron a oídos de Josafat, rey de Judá, noticias urgentes acerca del rápido avance de un multitudinario ejército. Tres reinos —Amón, Moab y Seir— se habían aliado para atacarlo. Josafat, alarmado, resolvió pedir auxilio al Señor. Consciente de la inferioridad de sus fuerzas frente a los poderosos ejércitos del enemigo, proclamó un período de oración y ayuno. Al poco tiempo, gentes de todas partes del país empezaron a afluir a la capital respondiendo a la convocatoria. En medio del pueblo que se hallaba congregado, Josafat suplicó: —Oh Señor, Dios de nuestros padres, ¿no eres Tú Dios en los Cielos? Tienes dominio sobre reinos y naciones, y en Tu mano tienes tal fuerza y potencia, que no hay quien te resista. Al resonar entre la muchedumbre la plegaria del rey, los presentes se fortalecieron en espíritu. —Sabemos que cuando nos sobreviene una calamidad —prosiguió el rey—, sea cual sea el peligro que se cierna sobre nosotros, si nos presentamos delante de Ti y clamamos a Ti en nuestras tribulaciones, ¡Tú nos oirás y nos salvarás! Porque en nosotros no hay fuerzas contra tan gran ejército que nos amenaza. No sabemos qué hacer. ¡A Ti volvemos nuestros ojos! De repente, un joven sacerdote llamado Jahaziel clamó a gran voz a toda la asamblea: —El Señor os dice así: «No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios». Dios había oído sus clamores y había acudido en su auxilio. Jahaziel continuó dando el mensaje divino: —No tendréis que pelear vosotros en esta ocasión; apostaos y quedaos quietos; veréis cómo la salvación del Señor vendrá sobre vosotros. Al terminar el anuncio, el rey Josafat se inclinó rostro a tierra. Todos los congregados hicieron lo propio mientras los sacerdotes alzaban sus voces en alabanza a Dios. Al día siguiente, cuando las tropas se preparaban para la batalla, el rey Josafat les dirigió unas palabras de aliento: —Creed en el Señor vuestro Dios, y estaréis seguros; tened fe en Sus profetas, y alcanzaréis triunfos. Después que el rey consultó con el pueblo, se determinó que un grupo de cantantes marcharía a la vanguardia delante de las tropas. ¡Menudo acto de fe! Con él demostraron que confiaban en que Dios pelearía por ellos. Josafat les mandó que «alabaran al Señor por la hermosura de Su santidad», y que al momento de tomar posiciones y colocarse delante de las filas debían cantar: «Dad gracias al Señor, porque Su misericordia es para siempre». Así darían gracias a Dios anticipadamente por la victoria que Él les había prometido. Apenas si habían empezado a entonar cánticos y alabanzas cuando Dios «puso emboscadas contra los hijos de Amón, de Moab y de los montes de Seir que venían contra Judá, y fueron derrotados». Aunque la Biblia no describe claramente en qué consistieron esas emboscadas, sí explica que surgieron discordias entre los hombres de esos tres reinos invasores y que se desató una violenta refriega entre ellos. Primero «los hombres de Amón y Moab se levantaron contra los del monte de Seir para matarlos, y cuando hubieron acabado, los dos ejércitos se destruyeron el uno al otro». Al llegar los ejércitos de Judá a un promontorio que dominaba el campo de batalla, «no vieron más que cadáveres por tierra; ninguno había escapado». Josafat y sus hombres se pasaron tres días recogiendo el botín. Al cuarto día se juntaron en el valle de Beraca, que significa alabanza, y allí bendijeron a Dios. Luego regresaron a su tierra, pues el Señor había triunfado sobre sus enemigos. El pavor de Dios cayó sobre todos los reinos colindantes cuando se enteraron de la extraordinaria intervención divina en favor de Judá. Entonces «el reino de Josafat tuvo paz, porque su Dios le dio paz por todas partes». ¡Qué testimonio tan espectacular del poder de la fe, la oración y la alabanza! Y ese mismo poder está a nuestra disposición en la actualidad. Cuando nos veamos frente a batallas y pruebas que parezcan superar nuestras posibilidades, clamemos al Señor de todo corazón y demos crédito a las promesas de Su Palabra. Así podremos lanzarnos al ataque contra toda fuerza que nos amenace, alabando al Señor y agradeciéndole la victoria por fe, y Él a Su vez intercederá por nosotros. La alabanza es la voz de la fe. Si de veras crees que el Señor ha oído tus oraciones, te pondrás a alabarle por la respuesta aun sin haberla visto. Cuando te sientas inclinado a desanimarte y deprimirte, acuérdate del poder que encierra la alabanza y pon la mirada en Dios.

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