martes, 17 de noviembre de 2009

Lo más importante es el amor


Hace algunos años, cuando trabajaba junto a dos secretarias, Laura y Ana, descubrimos una importante enseñanza acerca de las relaciones humanas. Ambas eran muy trabajadoras y excelentes profesionales, de lo mejor que había. Cuando de trabajar se trataba, eran muy diligentes y eficaces y cumplían a cabalidad con su cometido. Pese a ello había cierta fricción en la oficina. A Ana —que era muy susceptible por naturaleza— le ofendía la actitud irritable de Laura. Ésta, por su parte, le echaba a Ana la culpa por ser tan susceptible. Hasta cierto punto, es posible que tuviera razón. Ana, en efecto, se ofendía con facilidad y tenía que aprender a ser menos delicada. No obstante, cuando hablé del asunto con Laura nos dimos cuenta de que para ella ésa era una magnífica oportunidad de madurar en el plano personal. Era muy eficiente en su trabajo de oficina, pero ¿estaba dispuesta a mejorar en el aspecto de las relaciones humanas? ¿Por qué la había puesto Dios en una situación en que se veía obligada a trabajar con Ana? ¿No sería que quizá se proponía obrar en la vida de Laura y enseñarle a llevarse mejor con los demás? A todos nos vendría bien mejorar nuestras relaciones con quienes nos rodean. La Biblia contiene numerosos consejos muy útiles sobre el tema, sobre cómo trabajar con otras personas, cómo tratarlas y cómo tener una disposición amorosa hacia ellas. La Escritura habla de la paciencia, la benignidad, el amor, el desinterés y la generosidad. En todos los pasajes en que se mencionan esas cualidades, el Señor está hablando de las relaciones entre seres humanos, no de nuestro trabajo o de la forma en que nos relacionamos con los objetos, nuestros papeles, ordenadores y máquinas. Se refiere a personas. Puede que alguien sea un as con el computador; pero si no aprende a relacionarse amorosamente con sus compañeros, no madurará mucho en espíritu. Y no siempre es fácil. Requiere paciencia, amor y humildad. Para crecer y madurar espiritualmente, tenemos que crecer en amor, no solo en cuanto a diligencia en nuestro trabajo. La Biblia no dice que lo más importante sea la diligencia; dice que lo más importante es el amor. «El mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13:13). Puede que hagas muy bien tu trabajo y rindas mucho; pero si no aprendes a trabajar con los demás y a tratarlos con amor, te estás perdiendo una de las principales cosas que vinimos a aprender en nuestro paso por la vida: a amar al prójimo. Y para ello es preciso darse cuenta de que las personas difieren unas de otras y de que no podemos tratarlas a todas de la misma manera. El Señor quiere que tratemos a cada persona de forma distinta, según sus necesidades. Jesús tenía muy en cuenta las debilidades propias de la naturaleza humana que veía en cada individuo. No exigía lo mismo a todos. El apóstol Pablo también instruyó a sus discípulos que «sostuvieran a los débiles, que fueran pacientes para con todos» (1 Tesalonicenses 5:14). En nuestras relaciones con los demás, ¿cuál es el ingrediente más importante? ¿Qué cualidad dijo Jesús a Sus discípulos que los identificaría como tales? ¡El amor! «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35). ¿Cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no somos capaces de amar a aquellos con quienes convivimos y trabajamos todo el tiempo? ¿Cómo podemos afirmar que amamos a personas que no conocemos si no amamos a nuestros hermanos a quienes vemos todos los días? (1 Juan 4:20). Queda claro que los cristianos erramos gravemente cuando no nos amamos los unos a los otros. Laura era una excelente secretaria; pero aunque hubiera sido perfecta, aunque se hubiera pasado 18 horas al día trabajando sin cometer un solo error, el trato poco amoroso que exhibía hacia sus compañeros de trabajo no podía complacer al Señor. Resultaba evidente que en nuestra oficina había un conflicto entre Laura y Ana. Parte de su trabajo consistía en resolverlo. No era fácil, si se tiene en cuenta que una de las cosas más difíciles de aprender es a trabajar con otras personas. Cuesta mucho más que aprender a operar una máquina que no te contesta. Es mucho más complicado llevarse bien con los demás, aprender a tratarlos con amor y ganarse su cariño. Pero Laura lo aprendió. Y lo mismo podemos hacer nosotros. «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?» (Génesis 4:9). La respuesta es obvia. Naturalmente que somos guardas de nuestros hermanos, y debemos recordar que a algunas personas hay que guardarlas con más amor y ternura que a otras. Para relacionarnos bien con los demás, es imperativo que tomemos conciencia de que las personas difieren unas de otras, y por ende hay que tratarlas de modo distinto. El Señor pone a nuestro lado a ciertas personas —familiares, compañeros de trabajo, jefes, clientes, vecinos—, sean o no de nuestro agrado. Aunque no nos guste estar con ellas, Él las puso a nuestro lado, y es nuestro deber amarlas. Si no nos llevamos bien con ellas, es evidente que Él considera que tenemos que aprender a hacerlo; si no, ¿para qué las puso a nuestro lado? Debe de ser posible, de otro modo no nos habría puesto en esa situación. A menos que algo represente un reto, no maduramos. Por eso, conviene tomarlo como una prueba nueva y emocionante que nos depara la vida. «¿Qué puedo hacer para madurar en mis relaciones con los demás?» En parte, la respuesta a esa pregunta está en profundizar nuestra relación con el Señor. Si crecemos en Él, nos volveremos más amorosos con el prójimo, y eso es fundamental. Ese es el propósito primordial de nuestra vida: amar a Dios y a nuestros semejantes. ¡Eso es lo más importante! Y si amamos a Dios, amaremos también a los demás, ya que amar al prójimo es una forma de amar al Señor. Puedes leer la Biblia todo lo que quieras; pero si no la vives con amor, no sirve de nada. Puedes hacer toda suerte de sacrificios; pero sin amor, nada es. Puedes tener todos los demás dones del Espíritu; pero si no manifiestas amor, carecen de sentido (1 Corintios 13:1-3). Puede que seas sobresaliente en tu campo; pero si no amas a quien está a tu lado, es todo en vano. Si no tienes amor, no tienes nada. Lo más importante es el amor.

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