miércoles, 18 de noviembre de 2009

La verdadera Navidad


Algunas personas no alcanzan a comprender cómo es que Dios bajó del Cielo y se encarnó, pero así fue. A mí no me resulta extraño. Es más, no me cuesta creerlo porque todos los días veo nacer a Jesús en muchas almas. Él viene a morar en el corazón humano y a transformar vidas, y eso para mí es un gran milagro. De hecho, es un milagro enorme el que Él pueda nacer en tu corazón y en el mío, vivir en nosotros e identificarse así con nosotros. La Palabra de Dios dice que Jesús será llamado Admirable. «Un niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). Su nombre es Admirable, porque vivió admirablemente. Fue por todos lados haciendo el bien y sanando a los oprimidos (Hechos 10:38). Fue admirable Su muerte, toda vez que murió por nosotros para que alcanzáramos la vida eterna (1 Pedro 2:24; 1 Juan 4:9). Admirable fue también Su resurrección, ya que se levantó de los muertos para que nosotros también pudiéramos resucitar (1 Corintios 15:20,21). Por último, es también admirable ahora en Su vida después de la muerte, pues vive para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Sin embargo, no basta que Cristo, el Rey de reyes, naciera en Belén bajo aquella estrella que anunció Su venida; Él no halla Su verdadero trono hasta que no nace también en tu corazón. ¿Lo invitarás a formar parte de tu vida? Tal vez hayas visto el famoso cuadro de William Holman Hunt en el que se aprecia a Jesús de pie ante una puerta cerrada, llevando un farol. Poco después que el pintor concluyera lo que a la postre fue su obra más renombrada, alguien se llegó hasta él y le comentó que había cometido un error: la puerta no tenía manija. —No fue un error —replicó Hunt—. La puerta debe abrirse desde dentro. La manija está del lado de dentro. Jesús, el Salvador, no puede traspasar una puerta a menos que se la abran desde dentro. La Palabra de Dios dice: «A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12). Recíbelo en esta Navidad. Cambiará tu vida. Acógelo en tu corazón.
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Si aún no has recibido el don más precioso de Dios —Jesús—, hazlo ahora mismo rezando una sencilla plegaria como la que sigue: Gracias, Jesús, por venir a la Tierra a vivir igual que uno de nosotros y a sufrir todas las cosas que nosotros sufrimos para que llegáramos a conocer el amor de nuestro Padre celestial. Gracias también por morir por mí, para que pudiera reconciliarme con Él y alcanzar la vida eterna en el Cielo. Te acepto ahora como Salvador. Te ruego que me perdones todas mis faltas y que pueda llegar a conocerte y a amarte de forma profunda y personal. Amén.

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