miércoles, 18 de noviembre de 2009

El profesional


Ya ha matado a ocho personas. El jueves le corresponde matar a otra, o morir él. Es martes. Te lo encuentras por casualidad. ¿Qué le dirías? Cae una fina llovizna mientras dos misioneros de La Familia —Jan y Kristina— abordan el bus. Tienen que hacer un viaje de dos horas para llegar a la estación de ferrocarril más cercana, donde podrán tomar un tren rumbo a casa. Kristina se sienta junto a la ventanilla, pero descubre rápidamente que el mecanismo de reclinación del asiento ofrece una sola posición: totalmente reclinado. A Jan le va peor todavía. Se sienta junto a un muchacho que viste camisa y pantalón vaquero y que, por lo visto, está bastante ebrio. En 1998 eso es normal en Rusia. A casi 10 años de la caída del comunismo, los sueños han degenerado en alcoholismo. Mientras el bus sale del pueblo, Jan trata de iniciar una conversación. —Tómate una cerveza. ¡Pahzhalsta! —responde Misha sacando dos botellines de su bolso. Tomando uno en cada mano, los frota y los hace sonar el uno contra el otro. Luego golpea la chapa de uno con el extremo inferior del otro. El de abajo se abre y deja salir un chorro de espuma. Se lo pasa a Jan. La cerveza le afloja la lengua a Misha. A los veinte años ya había estado cinco preso por homicidio. Recientemente cumplió 24, y ahora tiene esposa e hija, a quienes quiere entrañablemente. Gana 10.000 dólares al mes. Jan hace la pregunta ineludible: —¿Cómo hace un muchacho como tú para ganar tanto dinero con la crisis económica que hay? No está preparado para la espeluznante respuesta que escucha. —Soy boxeador profesional —explica Misha—, solo que cada pelea es a muerte, y no hay reglas. El único público que asiste es un puñado de capos mafiosos. Ya ha matado a ocho personas, pero la pelea del jueves le preocupa. Su próximo contrincante es más diestro que él y pesa 25 kilos más. Misha ya ha sufrido numerosas lesiones. Aunque sobreviva a la pelea del jueves, su médico no le da mucho más tiempo de vida. No ve una salida por ninguna parte. Lo peor es que está convencido de que Dios jamás podrá perdonarle todo lo que ha hecho. ¿Será ya tarde para él? ¿Es posible ser demasiado malo para Jesús? «¡Ojalá consiga que ore y acepte a Jesús!», piensa Jan. Jan comienza a hablarle de la salvación. Le explica que Dios ha salvado a pecadores aún peores. Sumido en una profunda depresión, Misha no cesa de repetir lo malo que es. Poco a poco va arrastrando las palabras. Sigue bebiendo hasta quedarse dormido. Jan se queda con una sensación de abatimiento y fracaso. Ha intentado tirarle a Misha un salvavidas, pero sin éxito. Mientras el bus continúa su recorrido dando tumbos, Jan y Kristina no saben qué más hacer por Misha, aparte de orar por él. El bus comienza a aminorar la marcha, y el conductor da el nombre de la estación donde les toca apearse. Misha todavía duerme. Jan trata de despertarlo. Si pudiera hablar con él un poco más... Si pudiera conducirlo al Príncipe de Paz... Pero Misha no da señales de vida. Jan y Kristina juntan sus cosas y se bajan del bus. La lluvia ha cesado, y diríase que ha dejado tras sí charcos de lágrimas en las calles. Para mucha gente la vida es durísima. Jan y Kristina recorren un corto trecho bregando todavía por superar la triste experiencia del bus. Tienen que tomar el siguiente tren, pero no saben bien adónde dirigirse. Se detienen a leer los letreros. De golpe Misha se aparece detrás de ellos y los saluda al pasar. La sorpresa de Kristina y Jan es tal que por un momento vacilan. Kristina cae en la cuenta de que no puede dejar pasar semejante oportunidad. Extiende la mano y toma a Misha del brazo. Mirándolo a los ojos le dice: —Dios te ama, Misha. Tú sabes que quiere ayudarte. —Da, da (sí, sí) —musita él. —Misha, Dios envió a Su Hijo Jesús para que pudieras tener vida nueva. Reza conmigo ahora mismo para pedirle que entre en tu corazón. Misha repite la plegaria de salvación que ella hace. Su nueva vida acaba de comenzar. Aunque Jan y Kristina pierden el tren y se ven obligados a esperar varias horas a que salga el siguiente, Misha no se perdió aquella ocasión —quizá la última— de aceptar a Jesús. Algunas personas han desbaratado de tal manera su vida que piensan que ya no tienen remedio. Sin embargo, nadie escapa al alcance del amor y el perdón divinos. Ni siquiera un matón profesional. Ni el propio Misha. Si aún no has conocido al Hombre que tiene poder para darte vida eterna y transformar la que ahora llevas, esta es tu oportunidad. Haz la siguiente plegaria: Jesús, sé que he obrado mal y que no me merezco el Cielo; pero acepto Tu sacrificio en la cruz para borrar mis pecados y acojo en este momento Tu amor, perdón y salvación. Te ruego que entres en mi corazón y me concedas el regalo de la vida eterna. Gracias por escuchar y responder esta oración, y porque a partir de ahora estarás siempre a mi lado. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario