miércoles, 18 de noviembre de 2009

La única ley de Dios


Uno que era maestro de la ley mosaica —las normas de conducta que Dios estableció para Su pueblo en la antigüedad— le preguntó a Jesús para tenderle una trampa: —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Jesús le dijo: —«Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Y el segundo es parecido a éste, dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Estos dos mandamientos son la base de toda la ley y de las enseñanzas de los profetas (Mateo 22:35-40, versión Dios Habla Hoy). En el pasaje anterior, Jesús enunció grosso modo la ley del amor. Luego formuló nuevamente el mismo principio en su conocida regla de oro: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12), y: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros» (Juan 13:34). San Pablo se hizo eco de ello cuando dijo: «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gálatas 5:14). Estos pasajes de la Biblia sintetizan todas las leyes de Dios y deben regir todo lo que pensamos, decimos y hacemos. Si los actos de una persona están motivados por el amor desinteresado —el amor de Dios hacia el prójimo— y no pretenden hacer daño a nadie, coinciden con los preceptos de la Sagrada Biblia y son lícitos a los ojos de Dios. «El fruto del Espíritu es amor [...]; contra [tal cosa] no hay ley» (Gálatas 5:22,23). Gracias a la salvación y la ley del amor que nos legó Jesús, el cristiano queda libre de los cientos de leyes mosaicas consignadas en el Antiguo Testamento. «La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17). Claro está que observar algunos aspectos de la ley mosaica es de sentido común y sinónimo de amar al prójimo. Por ejemplo, no debemos matar, ni robar, ni engañar, ni codiciar los bienes ajenos. Quien ama a sus semejantes no hace nada que los vaya a perjudicar. También hay quienes se abstienen de consumir alimentos impuros o de participar en actividades malsanas desaconsejadas por la ley mosaica. No es de sorprenderse que esa doctrina radical desatara una encendida polémica entre Jesús y los dirigentes religiosos de la época, que se regían precisamente por esa ley. La misma controversia se trasladó después al incipiente movimiento cristiano. Desde sus inicios se generó al interior del mismo un debate entre los que sostenían que el sacrificio de Cristo en la cruz había consumado la ley, liberando a los creyentes de los códigos del Antiguo Testamento, y los legalistas, quienes creían que seguía siendo necesario adherirse a todas las antiguas ordenanzas. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que Pablo predicó a los gentiles el mensaje de la salvación en Cristo. Pablo estaba firmemente convencido de que el sacrificio de Cristo en el Calvario cumplía la vieja ley mosaica. Escribió: «Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia» (Romanos 10:4, NVI). «Ahora estamos libres de la ley [...]; de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu, y no bajo el régimen viejo de la letra» (Romanos 7:6). «Cristo nos redimió de la maldición de la ley» (Gálatas 3:13). Hasta el día de hoy algunos siguen promoviendo un cristianismo apegado al Antiguo Testamento. No obstante, un cuidadoso estudio de las Escrituras aclara el espíritu de la ley del amor formulada por Jesús: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Romanos 6:14). En algunos sentidos, la divina ley del amor constituye un código moral más estricto que las leyes de Moisés. Los Diez Mandamientos prescribían cómo debían comportarse los hombres para escapar de los castigos de Dios. La ley del amor exige mucho más: nos pide que obremos con amor y misericordia. La salvación no se alcanza a base de buenas acciones, sino pidiéndole a Jesucristo que perdone nuestros pecados. Él entonces pasa a formar parte de nuestra vida y manifiesta Su amor por medio de nosotros. «Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéremos hecho, sino por Su misericordia» (Tito 3:5). «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8,9). Ese amor inspirado por Dios representa un ideal mucho más sublime. La ley mosaica admitía muy poca misericordia o perdón. Se aplicaba la máxima de «ojo por ojo y diente por diente» (Éxodo 21:24; Levítico 24:20). Jesús, por el contrario, ¡hasta llegó a decir que debemos amar a nuestros enemigos, orar por ellos y perdonarlos! (Mateo 5:38-44). Es más, la ley de Jesús es tan difícil de cumplir que resulta humanamente imposible hacerlo. Solo es factible mediante el amor sobrenatural de Dios, que hallamos encarnado en Jesús. El amor es lo que debería impulsar a todo cristiano en todo lo que hace. Debemos traducir el amor de Dios en actos de consideración que contribuyan a cubrir las necesidades físicas y espirituales de los demás. «El amor de Cristo nos apremia» (2 Corintios 5:14, Biblia de Jerusalén).

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