sábado, 7 de noviembre de 2009

La única ley de Dios es el amor


En el principio Dios nos creó para que como hijos agradecidos optáramos libremente por amarlo y obedecerle. Prefirió que nuestra observancia de Sus principios estuviera motivada plenamente por el amor, la gracia y la fe. Quiso de hecho que existieran muy pocas reglas. Todo debía hacerse voluntariamente, por amor y respeto a Él y en agradecimiento por Su amor y Su interés por nuestro bienestar. En eso consistía Su plan original. Pero a medida que aumentaron la desobediencia y la maldad de los hombres, Dios tuvo que ir aplicando leyes y normas cada vez más rigurosas. El Antiguo Testamento recoge estos cánones, particularmente los primeros cinco libros de Moisés. Dichas leyes no se establecieron para los justos, pues un hombre bueno no busca hacer daño ni maltratar a sus semejantes: sus acciones están gobernadas por el amor y la consideración. Las leyes divinas se dictaron para los malhechores. Dado que los hombres no actuaban motivados por el amor, Dios tuvo que imponer la ley, es decir, establecer reglas para los transgresores. Sin embargo, esas reglas eran incapaces de salvar a los hombres. Simplemente servían para señalarles sus errores. «Nadie será declarado justo a los ojos de Dios por guardar la ley; más bien, mediante la ley nos damos cuenta del pecado» (Romanos 3:20, NVI). «No hay justo, ni aun uno, por cuanto todos pecaron» (Romanos 3:10,23). La Ley del Antiguo Testamento no fue más que nuestro ayo, es decir, nuestro maestro o instructor. Tenía por objeto hacernos ver que somos pecadores y que necesitamos acudir a Dios para alcanzar misericordia y perdón, a fin de reconciliarnos con Él y obtener su benevolencia por medio de la fe (Gálatas 3:24). Como todo padre, Dios prefiere con mucho que Sus hijos le obedezcan alegremente y de buena voluntad, y que cumplan lo que Él les pide sencillamente porque lo aman y quieren agradarlo y obrar bien. El niño que obedece sólo porque se le obliga a hacerlo o por temor al castigo, evidencia muy poco amor hacia sus padres. Cuando los dirigentes religiosos preguntaron a Jesús cuál era el más importante de los mandamientos de la Ley, Él les respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37-39). Para consternación de aquellos fariseos, procedió a decirles: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas» (Mateo 22:40). (La Ley eran los cinco libros de Moisés; y los profetas, los escritos de los profetas del Antiguo Testamento.) Los judíos de la época tenían prácticamente miles de leyes religiosas. Se regían por un código legal complicado, ritualista y restrictivo; no obstante, Jesús les dijo que a partir de ese momento no eran necesarios sino dos mandamientos: Amar a Dios y amar a los demás. Eso era todo. Les enseñó que no les hacía falta más ley que el amor. Vale decir que eso es tan válido hoy en día como entonces. Si uno ama a Dios y a sus semejantes, no actuará egoísta ni irresponsablemente, ni hará nada que perjudique al prójimo. Por lo tanto, la Ley del Amor que instituyó Jesús nos libera de la antigua ley mosaica. La única ley de Dios es el amor. En tanto, pues, que algo se haga con amor, con amor verdadero, generoso y hasta abnegado —con el amor de Dios—, a los ojos de Dios es absolutamente lícito. La Biblia dice: «El fruto del Espíritu es amor. [...] Contra tal cosa no hay ley.» (Gálatas 5:22-23.) No existe ley de Dios en contra del amor puro, del amor abnegado y altruista para con Dios y nuestros semejantes. «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gálatas 5:14). Medita un momento en eso. Toda la ley se cumple en un mandamiento nuevo y glorioso: el amor. «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (Mateo 7:12). No hay que «deber nada a nadie, sino el amarse unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley» (Romanos 13:8). Si actúas movido por el amor, cumples todas las leyes de Dios. En muchos aspectos, la Ley del Amor es más estricta que la mosaica —o sea, más exigente que los cientos de leyes del Antiguo Testamento, que se suelen resumir en los Diez Mandamientos—, porque dispone que no basta con no hacer daño a nadie. Debemos ir más lejos y amar a nuestros semejantes. Bajo la Ley del Amor que introdujo Jesús, nuestro deber excede la simple justicia y rectitud; tenemos la obligación de manifestar amor y compasión y de perdonar a los demás. El amor es mayor que la justicia, como también lo es la misericordia. Hoy en día debemos tratar a los demás con amor, misericordia y bondad. En la ley mosaica prácticamente no existía el perdón. Regía lo de «ojo por ojo y diente por diente» (Éxodo 21:24; Levítico 24:20). Moisés decretó que si alguien le arrancaba a alguien un ojo o un diente, éste tenía derecho a hacer lo mismo a su agresor. En contraste, Jesús enseñó que debemos tratar a los demás —aun a quienes nos hacen daño— como queremos que nos traten a nosotros. En eso consiste el amor de Dios. Así pues, la Ley del Amor es mucho más estricta, mucho más difícil de acatar. De hecho, es imposible cumplirla sin la ayuda de Jesús. Si la antigua ley era imposible de observar, la Ley del Amor instituida por Jesús es aún más imposible, si cabe. Por ello, Él mismo dijo: «Sin Mí no pueden hacer nada» (Juan 15:5, Edición Pastoral). Sin Su poder es imposible guardar la Ley del Amor. A menos que Jesús y el amor de Dios moren en tu corazón, no serás capaz de amar a los demás como a ti mismo. En cambio, luego de haber aceptado a Jesús, Su Espíritu en nosotros nos ayuda a hacer lo humanamente imposible: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Has reconocido a Jesucristo como tu salvador? ¿Habita en ti el Espíritu del amor de Dios? ¿Amas al Señor y a los demás tanto como a ti mismo? ¿Actúas con los demás del mismo modo que quieres que actúen contigo? De ser así, estás libre de la vieja ley mosaica. Todo lo que debes hacer ahora es guardar la Ley del Amor que nos legó Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario