sábado, 7 de noviembre de 2009

La luz del amor


La vida en la Tierra no sería posible sin el Sol, ya que toda forma de vida depende de la fotosíntesis, proceso por el cual las plantas verdes y otros organismos captan la energía de la luz y la transforman en energía química para poder desarrollarse. Esas plantas y bacterias a su vez proporcionan alimento al reino animal. Sin el Sol no habría nada que comer. Toda forma de vida animal dejaría de existir. De modo que en cierto sentido, todos los seres vivientes se alimentan del Sol. No es de extrañar que los antiguos adorasen al astro rey. Es una figura de Dios, por cuanto no sólo nos proporciona luz y calor, sino que de hecho fabrica los alimentos que consumimos. Sin el calor del Sol, la Tierra estaría tan fría que no podría haber vida en ella, como sucede en el lado oscuro de la Luna y en otros cuerpos celestes en que las temperaturas alcanzan cientos de grados bajo cero porque están privados de los vitales rayos del Sol. La fuerza de gravedad del Sol mantiene además en órbita a la Tierra, la mantiene bien encaminada. El Sol tiene cuatro funciones principales: nos suministra luz, calor y alimento, y además con su fuerza gravitacional mantiene en órbita a la Tierra. Ahora bien, si el Sol ejerce una influencia tan poderosa, imagínate cuanto mayor es la influencia espiritual que ejerce Dios, nuestro sol espiritual. ¿Qué simboliza? Muchas veces Dios nos transmite verdades espirituales por medio de Su creación física. Estoy seguro de que, en parte, el Señor creó el Sol, la Luna, las estrellas, la Tierra y los otros planetas con el objeto de que entendiéramos mejor nuestra relación con Él. La Biblia enseña que Dios es Espíritu, y también que es luz (Juan 4:24; 1 Juan 1:5). Dado que la luz constituye una forma de energía tan potente —así lo ha demostrado la ciencia—, el Espíritu de Dios debe de ser una poderosísima energía, una energía de orden espiritual. Sin la luz del Sol estaríamos sumidos en una oscuridad casi total. Sólo habría la luz de las estrellas. Ni siquiera la Luna brillaría, porque la Luna no tiene luz propia. Se limita a reflejar la luz solar. Del mismo modo, sin el Señor moraríamos en una oscuridad espiritual casi completa. Además, sin el calor que nos brindan los rayos solares, moriríamos por congelamiento. Es más, nos convertiríamos en un bloque de hielo. Sin el Señor, todos moriríamos de frío espiritualmente. Sin los rayos del Sol no tendríamos de qué alimentarnos. De igual modo, sin el Señor, que nos facilita alimento para el alma, moriríamos de inanición espiritualmente. Por último, sin la fuerza gravitacional que ejerce el Sol sobre la Tierra, en vez de seguir su bien planeada órbita, nuestro planeta se perdería a la deriva por el espacio y seguramente se estrellaría contra algún cuerpo celeste. Así pues, desprovistos de la guía de Dios —la fuerza gravitacional que ejerce sobre nosotros en el mundo espiritual—, sin duda alguna nosotros también nos apartaríamos de la bien planificada órbita de Su voluntad —la órbita espiritual que Él ha trazado para nosotros—, nos perderíamos a la deriva en las tinieblas del espacio espiritual y a la postre nos estrellaríamos. Vagar a la deriva en las tinieblas espirituales es como andar desorbitado, sin rumbo ni orientación, perdido en el espacio. Esa es la situación de la pobre gente que no conoce al Señor. Vagan a la deriva por el espacio espiritual, por las tinieblas inmateriales. Personas frías y muertas de hambre vagan errantes en las tinieblas, desprovistas de Dios. El mismo destino correría la Tierra sin el Sol. A los ángeles desobedientes, a los ángeles rebeldes y a las huestes espirituales del Diablo, Dios los llama «estrellas errantes» (Judas 6,13). Quisieron escapar de Su control. Se apartaron del centro y se salieron de órbita. Vagan errantes, perdidos en el espacio, a causa de su rebeldía. La frase perdidos en el espacio tiene una connotación terrible. ¡A la deriva por las vastas tinieblas del espacio en la más absoluta soledad! Así también es la gente que no tiene al Señor: está helada, muerta de hambre, ciega y perdida. ¡Haz resplandecer tu luz! Dios es nuestro sol; nosotros somos Su luna. Lo único que hacemos es reflejar Su luz. Y ¿cuándo la debemos reflejar más? ¿Cuándo brilla más la Luna? De noche, cuando el Sol está ya oculto. Conforme el mundo se vaya sumiendo cada vez más en las tinieblas, nosotros debemos seguir iluminándolo con el reflejo de Dios. Nosotros también somos como los rayos del Sol. Cada persona que ha aceptado la salvación que ofrece Jesús es semejante a un rayo de luz emitido por Él. En sentido espiritual, cada uno de nosotros se ha convertido en parte de la luz y del poder de Dios. La Biblia dice que Dios es también amor (1 Juan 4:8). El amor es el poder y la luz de Dios. De modo que cuando manifestamos el amor de Dios a alguien, estamos reflejando Su luz. El Espíritu divino de amor, de poder y de luz te llevará a relacionarte con quienes más necesiten tu amor y tu ayuda y te corresponderán con aprecio y agradecimiento. Y viceversa: también conducirá a esas personas hacia ti. ¿Posees la luz del amor de Dios? Si lo conoces, definitivamente tienes esa luz. Jesús es la expresión más sublime del amor divino. De modo que si tienes a Jesús, tienes también la luz del amor de Dios.

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