sábado, 7 de noviembre de 2009

P: A veces me siento agobiado por las preocupaciones. ¿Qué puedo hacer para dejar de inquietarme tanto?


¿Quién no se preocupa a veces? Nos preocupamos de lo que va a suceder en el mundo. Nos preocupamos de no estar a la altura de los requerimientos en el colegio o en el trabajo. Nos preocupamos de no poder hacer frente a nuestros compromisos económicos. Nos preocupamos ante la posibilidad de perder a nuestros seres queridos. Nos preocupamos por nuestro futuro. ¡Nos preocupamos de muchísimas cosas! La mayoría de nuestras preocupaciones se encuadran en dos grandes categorías: remordimientos por nuestros fracasos pasados o situaciones que terminaron mal, y temor ante lo que nos pueda deparar el futuro. ¿Cómo podemos evitar que esos temores nos afecten? Una respuesta muy gráfica la podemos hallar en los buques transatlánticos. Están construidos de tal forma que en caso de incendio o de que se produzca una brecha grande en el casco, se cierran unas compuertas herméticas e incombustibles con el objeto de aislar el compartimiento averiado y posibilitar que la nave se mantenga a flote. De igual modo debiera suceder con la nave de nuestra vida. Para sacar el máximo provecho al presente y prepararnos adecuadamente para el futuro, tenemos que aprender a aislarnos de las preocupaciones del ayer —con su cuota de errores y fracasos—, así como de los temores innecesarios acerca del mañana. De lo contrario, nuestras preocupaciones podrían hundirnos. Jesús dijo: «No os afanéis por el día de mañana. Basta a cada día su propio mal» (Mateo 6:34). ¿Has observado que los males que nunca suceden son los que más nos quitan el sueño? Como dijo el escritor y humorista Mark Twain hacia el final de su vida: «Soy un anciano que ha sufrido innumerables calamidades, la mayoría de las cuales nunca llegaron a ocurrir». Cierto empresario se preparó lo que llamó un cuadro de preocupaciones, en el que anotaba todos los temores que tenía. Descubrió que el 40% tenía ínfimas probabilidades de hacerse realidad; el 30% correspondía a decisiones del pasado que no podía alterar; el 12% tenía que ver con críticas sobre su persona; y el 10% eran inquietudes infundadas sobre su salud. Llegó a la conclusión de que sólo el 8% de sus preocupaciones estaban justificadas. Los cristianos en realidad no tenemos motivos para temer o preocuparnos, pues sabemos que «todo contribuye al bien de los que aman a Dios» (Romanos 8:28, Biblia Didáctica). El famoso predicador Dwight Moody (1837-1899) solía decir: «Se puede viajar al Cielo en primera o en segunda clase. "En el día que temo, yo en Ti confío" (Salmo 56:3), equivale a un boleto de segunda. En cambio, el de primera se hace patente en Isaías 12:2: "Me aseguraré y no temeré" (Isaías 12:2). ¿Por qué no adquirir, entonces, un pasaje de primera clase?»

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