La música cuando proviene de buena fuente puede tener un efecto positivo en la mente y el espíritu. En cambio, cuando su inspiración es lóbrega y oscura, puede ser muy peligrosa. Constituye un poderoso vehículo para las pasiones del ánimo; ejerce un efecto psicológico y espiritual en el oyente. Es comparable a un teléfono electrónico o de tonos digitales: cierta combinación de notas se convierte en una señal que viaja por los circuitos y relés del sistema nervioso hasta alcanzar la mente y el espíritu. Determinadas notas tocadas en una secuencia particular producen cierta reacción. En mi niñez me pasaba horas escuchando música clásica. Mi madre quedaba atónita cuando entraba en el cuarto y me encontraba conmovido hasta las lágrimas. Me emocionaba tanto que no podía contener el llanto. La música me transportaba a otro mundo, a la esfera del espíritu. Se establece un nexo entre el corazón del oyente y el del compositor. La música transporta al oyente al mundo del espíritu, de la mano del compositor. En cierto modo, el espíritu del uno y del otro se funden, y los dos ven lo mismo. El mundo espiritual es mucho más real que el físico, y la música actúa de vehículo al llevarnos hasta allá. Algunos compositores estaban inspirados por Dios cuando escribieron sus mejores obras. Eran tan humanos como cualquiera de nosotros; pero cuando se sintonizaban con el Señor en espíritu, tenían la facultad de captar Su música a fin de transmitírnosla. El tipo de música que uno componga depende del canal con que esté sintonizado, así como de su estado de ánimo, según si tiene una actitud positiva, llena de fe, y está en onda con el Señor, o si por el contrario está bajo una nube de escepticismo, abatimiento y en sintonía con el Diablo y sus señales. Cuando un compositor está inspirado, cuando realmente se sintoniza con la fuente, sea ésta el Señor o el Diablo, logra una música que transmite el mensaje espiritual subyacente de la misma. Y si el oyente se sintoniza en esa misma frecuencia, recibe también ese mensaje espiritual, aun subconscientemente. Una sinfonía consta de miles de notas. En conjunto éstas pintan un cuadro que puede ser entre bellísimo y horroroso o de algún matiz intermedio. Todo depende de la fuente de inspiración. Puede transmitir un mensaje celestial o uno infernal, y producir determinado efecto en el público, ya si se trata de un reducido grupo de individuos o de una nación entera, como fue el caso de la música de Wagner en la Alemania de Hitler. La música de Wagner fue inspirada, aunque me temo que en gran parte por el Diablo. Tenía un efecto prácticamente hipnótico en Hitler y le transmitía un mensaje. Hitler añadió luego las palabras, las bombas y las balas a las melodías de Wagner y desató un infierno en la Tierra. Otros compositores, no obstante, estuvieron inspirados por el Señor y nos legaron música divina con un mensaje divino, como Händel cuando compuso el oratorio El Mesías. La música realmente eficaz ya sea buena o mala nos mueve a la acción, nos motiva. Evoca ciertas emociones que nos mueven a actuar, a hacer algo. La música de inspiración divina nos induce a amar a Dios y a los Suyos, y a hacer toda clase de cosas que lo complacen. En cambio, la música diabólica nos atrae al Diablo y a los de su calaña y nos provoca fascinación por sus obras perversas. ¿Cómo podemos saber, entonces, qué música escuchar? La música se reconoce de la misma forma que todo lo demás: por el efecto que tiene en nuestro espíritu. ¿Nos inspira, o nos oprime? ¿Es hermosa, o repelente? Un muchachito que me ayudó en cierta ocasión a limpiar un jardín me preguntó: ¿Cómo distingo entre las flores y las malezas? Yo no soy horticultor le contesté, pero sé la diferencia entre algo bonito y algo feo. Si es bonito, déjalo; si es feo, arráncalo. Dios nos da, a través de Su Espíritu, suficiente sentido para distinguir lo bueno de lo malo, las flores de la cizaña. Pero luego nos deja decidir a nosotros. En este caso, nos permite decidir a qué música someteremos nuestro espíritu. Jesús dijo: «Cada árbol se conoce por su fruto» (Lucas 6:44). Por eso, si quieres saber si una música es buena o mala, si es alimento sano o veneno para el alma, fíjate en el efecto que tiene en ti, si éste es bueno o malo. ¿La música que escuchas te acerca al Señor? ¿Te motiva a ser cordial, amable, a actuar bien, a ayudar y a ser constructivo? ¿O te oprime y te incita a ser rebelde, odioso, airado y destructivo? ¿Te levanta el ánimo o te abate? ¿Es tan triste y deprimente que te induce a darte por vencido, o es tan alegre y alentadora que te provoca a hacer felices a los demás? Ya si se trata de una simple canción de cuna, de un tema romántico, de una triste y dulce melodía que te conmueve y te ayuda a entender el quebranto de otro ser humano y a compadecerte de él, o de la más intrincada y bella sinfonía, la música inspirada por Dios te motiva a obrar bien y a ser bondadoso. Te inspira a ir en pos de metas más elevadas. ¿Qué clase de música escuchas? ¿Qué voz escuchas? ¿De qué forma te ayuda? ¿Qué efectos te produce?
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