jueves, 12 de noviembre de 2009

la futura vida celestial de amor


Cómo será en realidad el Cielo El lugar donde los hijos de Dios morarán con Él para siempre no será un quimérico mundo de ilusión perdido en algún punto del espacio exterior, sino una colosal ciudad que desafía el más descabellado de nuestros sueños y que descenderá del cosmos, de Dios, para posarse sobre una Tierra nueva. Dios bajará a vivir con nosotros, y nosotros viviremos con Él (Apocalipsis 21:1-3). Según los capítulos 21 y 22 del Apocalipsis, el Cielo bajará aquí a la Tierra. Estos pasajes dan las medidas exactas de esa ciudad celestial, sus colores y los materiales de los que está hecha. Pero antes de hacer descender esa maravillosa ciudad divina, la Escritura narra que Dios purificará con fuego la superficie de la Tierra, eliminará la atmósfera y luego convertirá el planeta en una hermosa Tierra nueva dotada de nueva atmósfera. La esfera será la misma, sólo que con una superficie enteramente renovada: ¡un edén, el paraíso de Dios! (Salmo 102:25-26; Isaías 51:6; 2 Pedro 3:7,10,12). Aunque no conocemos con exactitud todas las características de esa nueva Tierra, sí sabemos que será mejor que la actual, un mundo libre de muerte, de tristeza, de dolor y de los problemas que nos agobian hoy en día (Apocalipsis 21:4). Los habitantes de ese espléndido lugar no serán tan distintos de los actuales moradores de la Tierra. Tendrán un aspecto muy parecido al que tenían en esta vida, así como Jesús conservó Su mismo aspecto después de levantarse de entre los muertos. Luego de resucitar, Jesús tenía la facultad de aparecer y desaparecer, de atravesar paredes y puertas cerradas y de volar de un lugar a otro a la velocidad del pensamiento. Comía, bebía, y Sus discípulos podían palparlo (Lucas 24:36-43; Juan 21:12-13). En el Cielo tendremos cuerpos sobrenaturales, incorruptibles, inmortales, semejantes al de Cristo luego de Su resurrección. A diferencia de nuestro cuerpo natural, que se deteriora con el paso del tiempo y vuelve al polvo, los cuerpos gloriosos con que estaremos dotados entonces se distinguirán por su inmortalidad (Filipenses 3:21; 1 Juan 3:2). Si lo único que cupiera esperar del Cielo fuera sentarnos en una nube a tocar el arpa per sécula seculórum, sería aburridísimo. Yo estoy convencido de que para que sea un verdadero cielo tiene que ofrecer todas las alegrías, placeres y bellezas de esta vida, pero sin sus inconvenientes. Todas sus ventajas y ninguna de las desventajas. Dios no creó todos estos encantos para luego desecharlos. El Cielo reunirá las mejores virtudes de este mundo, sólo que en su máxima perfección. A causa del pecado y la caída del hombre, lo cierto es que no hemos tenido ocasión de disfrutar de la vida tal como Dios quería que lo hiciéramos en un principio. En el Cielo, sin embargo, eso se hará realidad. Y creo que las Escrituras corroboran lo que acabo de decir. El Cielo será una prolongación eterna de lo que ya poseemos aquí mismo en nuestro corazón los que amamos a Jesús. Será perfecto, maravilloso, apasionante... todo lo que tenemos ahora, pero perfeccionado. Todos los pobladores de ese mundo serán buenos, sinceros, cariñosos y amables. Constituiremos una sociedad ideal, estaremos en perfecta armonía con el Señor y con los demás. No abrigaremos odio ni envidias, egoísmo ni crueldad. No envejeceremos ni nos arrugaremos. Tampoco estaremos atados al tiempo. ¡Será inconcebiblemente maravilloso! Dentro de esa gran ciudad celestial, todos los hijos de Dios salvos vivirán con Él para siempre (Apocalipsis 21:24,27). En cambio, fuera se encontrará gente en diversos estados, según la vida que haya llevado y la medida en que haya aceptado la verdad del Señor. Dado que «el mar no existirá más» (Apocalipsis 21:1) —a diferencia de nuestro planeta actual, cuya superficie se compone de cuatro quintas partes de agua—, habrá espacio de sobra para quienes vivan fuera de la ciudad celestial. La creación en su totalidad será tal como Dios dispuso que fuera en el principio: libre de pecado, de guerras, de destrucción... un paraíso terrenal para toda la gente, incluso para quienes no sean salvos y por ende no tengan derecho a entrar en la ciudad ni a transitar por sus calles de oro. El río de la vida, que brota del trono de Dios, baña la ciudad. A sus orillas se extiende un parque sembrado de árboles de la vida, que dan doce clases de frutos y cuyas «hojas son para la sanidad de las naciones» (Apocalipsis 22:1-2). Bien podría ser que estas hojas balsámicas simbolicen las palabras de Dios, Su verdad. No cabe duda de que los habitantes del Cielo saldrán de la ciudad y serán maestros entre las naciones, de lo cual se infiere que todavía tendrán una misión y un trabajo que cumplir. Los que hayamos aceptado a Jesús en esta vida conformaremos el círculo íntimo y residiremos en el interior de la ciudad, la ciudad encantada. Nos habremos convertido en seres sobrenaturales dotados de cuerpos gloriosos, inmortales, y llevaremos una vida de ensueño. ¿Estás listo para estas maravillas que nos aguardan? ¿Te llevarás contigo a todas las personas que puedas? Que Dios te bendiga con Su amor y Su salvación celestial ahora mismo y para siempre.

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