martes, 17 de noviembre de 2009

La ciencia y los milagros


La palabra milagro viene del vocablo latino miraculum, que significa hecho admirable. Se emplea para referirse a algo que se sale de lo corriente y causa asombro por no seguir el esquema natural al que estamos acostumbrados. No obstante, todo lo que hace Dios es natural para Él. Para nosotros es milagroso, pero para Él es natural. Por su parte, la palabra ciencia proviene del latín scientia, que a su vez deriva de scire, que significa conocer o discernir. En cierta forma, se puede decir que la ciencia consiste en el conocimiento de los milagros de Dios, dado que toda la creación es un milagro y está muy fuera del alcance de nuestra comprensión. O sea, que la verdadera ciencia está conformada por conocimientos que nos hacen mirar con asombro la creación de Dios y glorificarlo. Los conocimientos obtenidos a partir de la observación de la milagrosa creación divina se califican de científicos. Por ejemplo, los conocimientos marítimos, es decir, el conocimiento de las mareas y el flujo de los océanos. Es ciencia en su más simple acepción. Los científicos, por medio de experimentos, descubrieron las leyes naturales de Dios relativas a la física, la química, la ingeniería, la electrónica, la aerodinámica, etc. Enseguida intentaron dar una aplicación práctica a esos descubrimientos por medio de inventos como el teléfono, los aviones, los automóviles, los rayos láser, etc. Lo malo es que luego se elogian a sí mismos y se atribuyen el mérito de esos hallazgos, cuando en realidad estos no fueron otra cosa que el resultado de apro­vechar las leyes naturales en combinación con materiales ya creados por Dios. Claro que en el fondo sí se merecen parte del reconocimiento por haber ideado esas cosas mediante arduos esfuerzos. Inventar deriva del latín invenire, que significa encontrarse con algo. Ese sentido se acerca mucho más a la realidad que la acepción moderna de la palabra, que es la de crear algo nuevo. El hombre en realidad no crea nada; lo único que hace es descubrir lo que Dios ya ha creado, o las leyes que Él ha puesto en funcionamiento, y hallar la forma de aprovecharlas. Hay quienes hablan de milagro científico para referirse a algo técnicamente tan prodigioso que causa admiración. Pero eso no quiere decir que sea sobrenatural. Se trata simplemente de un uso práctico que la ciencia logra darle a una ley natural de Dios y que por su carácter pasmoso algunos llaman milagro. Tomemos el avión, por ejemplo. En este caso el hombre simplemente aprendió a aplicar las leyes divinas de la aerodinámica a fin de contrarrestar otra ley de Dios que es más manifiesta: la de la gravedad. Para quien nunca haya visto un avión, observar uno de esos aparatos surcar los cielos es nada menos que un milagro. Mi anciana abuela, la primera vez que vio una aeronave en los albores de la aviación, señaló con escepticismo: «Debe de estar colgado de una cuerda». La televisión es otra maravilla de la ciencia. Gente muy instruida y dotada descubrió la forma de captar, emitir, recibir y reproducir imágenes y sonidos por medio de una señal combinada de audio y video. La mayoría de las personas no entienden cómo funciona; sólo saben utilizarla. Dado que escapa a su comprensión, para ellas es una maravilla, un milagro. Normalmente, cuando algo rebasa nuestro entendimiento, lo consideramos sobrenatural o milagroso; pero para Dios no lo es. Tampoco lo es para el científico que sabe emplear las leyes naturales de Dios para producir algo portentoso. Para Dios todo es natural. Es como decir que nada hay imposible para Dios (Lucas 1:37). Lo que pasa es que muchas de las obras de Dios escapan a nuestra comprensión y están por encima de lo que conside­ramos natural. Por eso, cuando se producen, nos parecen sobrenaturales. Pero para Dios no hay nada imposible; a Sus ojos nada es sobrenatural. Cuando alguien, por ejemplo, sana de una enfermedad incurable, decimos que se trata de un milagro, porque vemos la prueba o manifestación de unas leyes naturales de Dios que desconocemos totalmente. En cambio, para Él es sencillo. Sabe deshacer el daño causado por la dolencia y así producir lo que para nosotros es un milagro, es decir, un acto sobrenatural que a nosotros nos resulta imposible realizar. Lo único que podemos hacer es orar para que Él lo produzca y maravillarnos de Su poder cuando lo ejecuta. Lo mismo sucede con los milagros que aparecen registrados en la Biblia. Cuando se abrió el Mar Rojo para que cruzaran Moisés y los israelitas, el texto bíblico indica que «hizo el Señor que el mar se retirase por recio viento oriental». Dicho de otro modo, dividió las aguas y secó el lecho marino para que pudieran cruzar sobre suelo seco. «Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda» (Éxodo 14:13-31; 15:21; Hebreos 11:29). ¡Menudo viento debió de ser! Ese suceso fue contrario a las leyes que calificamos de naturales. No obstante, para Dios no fue nada. Él puede hacer cosas de esa magnitud con suma facilidad, aplicando leyes que no emplea en circuns­tancias normales, pero a las que sí puede recurrir para anular o contrarrestar Sus otras leyes y producir así el resultado deseado. Por lo general, Dios no pone en efecto las leyes que a nosotros nos parecen sobrenaturales. Es razonable afirmar que las reserva para circunstancias y casos extremos, con el fin de salvar y proteger a Su pueblo, sanarlo, proveer para sus necesidades y cuidar de él por medios que hasta pueden pasar inadvertidos. La ciencia debe primeramente descubrir las leyes naturales de Dios, por ejemplo las del movimiento, de la aerodinámica, de la electrónica y de otras ramas. Los técnicos fabrican luego aparatos que apro­vechan esas leyes y producen resultados que dan la impresión de ser sobrenaturales. Dios, en cambio, no necesita ningún instrumento ni máquina para obrar; Él simplemente actúa a Sus anchas. La transmisión de imágenes desde una fuente emisora hasta un aparato receptor exige al hombre grandes esfuerzos. Dios, por el contrario, puede enviar una imagen sin ninguna dificultad mediante Sus leyes naturales, que para nosotros son sobrenaturales. Le basta con pensar esa imagen y transmitirla a nuestro pensamiento o incluso a nuestra vista. Yo obtengo de esa forma soluciones a numerosas dificultades. Muchas veces me duermo pensando en un problema sin saber cómo lo voy a resolver. Y por la noche me vienen con frecuencia visiones o sueños. A veces me vienen también en pleno día cuando estoy pensando en esas cosas y orando al respecto. Capto la solución divina en forma de una imagen. Es extraordinario lo que puede conseguir la oración cuando uno está en sintonía con Dios. Él lo ve y lo sabe todo, y para Él es fácil indicarnos inmediatamente dónde está algo que se nos ha perdido, cómo podemos hacer tal cosa o arreglar tal otra, etc. Si enciendes tu receptor y acudes al Señor para que te dé la solución, Él te la comunicará. Huelga decir que Él está más que dispuesto también a obrar un milagro de curación, de protección o del tipo que haga falta si se lo pedimos con fe e invocamos las promesas de Su Palabra. Para nosotros será milagroso, pero para Él no tiene nada de particular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario