sábado, 21 de noviembre de 2009

¿Eres un conformista?


Uno de los relatos más cautivadores de la Biblia habla de cuatro jóvenes y se encuentra en el capítulo primero del libro del profeta Daniel. Después de destruir Jerusalén en el año 586 a.C., el rey Nabucodonosor de Babilonia pidió a Aspenaz, jefe de sus eunucos, «que trajese de los hijos de Israel [...] muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos» (Daniel 1:3,4). Los eunucos del rey debían preparar a los jóvenes —Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego— e instruirlos en los conocimientos y el idioma de los caldeos, a fin de que llegaran a ser babilonios hechos y derechos. Luego refiere que «les señaló el rey una porción diaria de la comida del rey y del vino que él bebía» (versículo 5). Al cabo de tres años de instrucción y de aquella dieta especial, los jóvenes alumnos debían presentarse ante el rey. Pero dado que el Antiguo Testamento prohibía a los israelitas tomar ciertos alimentos, «Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligara a contaminarse» (versículo 8). «Y el jefe de los eunucos dijo a Daniel: «Temo a mi señor el rey, que asignó vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, haréis que el rey me condene a muerte»» (versículo 10). Sin embargo, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego se habían propuesto no claudicar, así que Daniel preguntó si podían comer sus propios alimentos durante 10 días. ««Compara luego nuestros rostros con los rostros de los muchachos que comen de la porción de la comida del rey, y haz después con tus siervos según veas». [...] Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey» (versículos 13 y 15). Luego dice: «A estos cuatro muchachos, Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños». En el momento señalado, el rey Nabucodonosor entrevistó a los jóvenes «y no se hallaron entre todos ellos otros como Daniel, [Sadrac, Mesac y Abednego]; así, pues, permanecieron al servicio del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey los consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino» (versículos 19 y 20). ¡Qué valerosos fueron aquellos jóvenes! Pudiera pensarse que podrían haber obtenido beneficios mucho mayores de haber contemporizado con la forma de vida de los babilonios; pero se negaron a hacerlo. Gracias a sus inclaudicables convicciones, Dios se valió de ellos grandemente para Su gloria, y a la larga Daniel fue exaltado por encima de todos los otros consejeros del rey. Como ha sucedido a lo largo de la Historia, muchas personas hoy en día están dispuestas a renunciar a sus principios con tal de ser aceptadas o de alcanzar mayores éxitos. Sin embargo, este relato demuestra que una decisión aparentemente insignificante puede tener un gran efecto años después. Si Daniel y sus amigos hubieran transigido en su juventud, no habrían podido defender sus convicciones más tarde. Daniel no habría triunfado en el foso de los leones (Daniel, capítulo 6), ni Sadrac, Mesac y Abed-nego en el horno de fuego (Daniel, capítulo 3). Pese a verse en una situación difícil, se mantuvieron firmes. Actualmente, quienes amamos a Dios y queremos permanecer fieles a Él nos encontramos en una situación similar: rodeados de personas que procuran marginar a Dios de su vida, de sus pensamientos y de sus planes. Reemplazan las realidades inalterables —la soberanía divina, la verdad de Su Palabra y los patrones morales de conducta establecidos por Él— por las arenas movedizas de la apostasía, el racionalismo y el materialismo. ¿Qué harás tú? ¿Defenderás tus convicciones o te plegarás a la opinión de la multitud? ¿Darás la cara por Jesucristo y el único patrón verdadero que existe hoy en día —la Palabra de Dios—, o vas a optar por lo más conveniente y por traicionar tus principios? ¿Asumirás una postura firme contra las cosas del mundo, o vas a ir cercenando los principios fundamentales y atenuando la luz de la Palabra de Dios? El reino de Dios se funda en valores absolutos: verdad, candor y sinceridad absolutas. Por otra parte, a su lado pervive el reino de las tinieblas, cuya falsedad no es menos absoluta. El dilema que se nos presenta es si vamos a reconocer o no que las cuestiones relacionadas con la vida y el deber cristianos están claramente definidas. ¿Asumirás una postura firme? No puedes avenirte a la vez a las cosas de Dios y a las del mundo. La vida cristiana no es conformista, tiene su base en una transformación. La Palabra de Dios dice: «Confiaron en en Señor, y no fueron avergonzados » (Salmo 22:5). Tampoco tú quedarás avergonzado si confías plenamente en Él y no transiges.

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