martes, 10 de noviembre de 2009

Entrégate de lleno a Jesús


Cuanto más nos sometemos al Señor y hacemos lo que Él considera más beneficioso para nosotros y para las personas a quienes afectan nuestras decisiones, más felices somos todos. De ahí la tremenda importancia de aprender a aceptar dócilmente lo que Dios quiere para nosotros. Me acuerdo de lo que le dijo un evangelizador a un vendedor de zapatos que llegó a ser un famoso predicador: —Dwight Moody, es ilimitado lo que Dios es capaz de hacer con un hombre entregado a Él y dispuesto a hacer Su voluntad. Moody lo miró fijamente a los ojos y le contestó: —Por la gracia de Dios, estoy resuelto a ser ese hombre. ¡Y lo fue! Poco después se trasladó a Chicago, donde empezó a hablar a otras personas acerca de Jesús y de la transformación que él había experimentado. Tanto se emocionó al descubrir que podía llevar a otras personas a conocer a Jesús que dejó de vender zapatos y se entregó de lleno a servir al Señor. Con el tiempo se convirtió en uno de los más grandes evangelizadores de su época. Cuando falleció en 1899 había ganado decenas de miles de almas y dado inicio a cantidad de obras que aún siguen en marcha hoy en día. Sin embargo, ¿qué hubiera sucedido de no haber resuelto Moody entregarse al Señor? ¡Qué pérdida tan lamentable habría supuesto no solo para él, sino también para los millones de personas que conocieron el Evangelio a consecuencia de su firme decisión! Lo mismo se aplica a cada uno de nosotros: Si no nos rendimos ni nos abrimos a la voluntad de Dios, ofreciéndonos a hacer lo que Él nos pida, jamás llegaremos a ser lo que Él quiere que seamos ni lograremos lo que Él quiere que logremos. Las consecuencias podrían ser lamentables, no sólo para nosotros mismos, sino también para todas aquellas personas a quienes el Señor quiere que de alguna manera ayudemos con el amor que Él nos brinda. Puede que pienses: «Pero yo no soy como Moody, yo no podría hacer nada grande por el Señor. No soy ningún evangelizador fogoso, ningún conquistador de almas excepcional». En realidad, al principio Moody tampoco lo era. Venía de una familia pobre, no le había ido bien en los estudios y se había trasladado a la gran ciudad de Boston al hartarse de la vida rural. Al cabo de unas semanas allí, se impuso una meta: llegar a ser un gran comerciante y amasar una fortuna de 100.000 dólares, que serían como un millón de hoy en día. Desde luego no tenía ninguna intención de entregar su vida al servicio de Dios. Es más, cuando aceptó la salvación que ofrece Jesús, sabía tan poco de la Palabra y la verdad de Dios que una iglesia protestante rechazó su solicitud de admisión. Tiempo después, algunos de sus amigos afirmaron que nunca habían conocido a nadie con tan pocas probabilidades de llegar a convertirse en un cristiano de firmes convicciones y menos aún de llegar a prestar tan gran servicio al Señor. No obstante, cuando descubrió a Jesús y se dio cuenta del sacrificio que había hecho por él, decidió entregar su vida a Dios y hacer todo lo que le pidiera. La Biblia dice: «Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros» (Santiago 4:8). Ese fue el secreto del éxito de Moody; y no sólo de él, sino de todas las personas de las que Dios se ha valido poderosamente: se acercaron al Señor y buscaron orientación, fortaleza e inspiración en Él, en Su poder y en Su Palabra. A pesar de todos nuestros defectos, flaquezas e ineptitudes, es verdaderamente ilimitado lo que Dios puede hacer con nosotros, siempre que le entreguemos nuestra vida entera y accedamos a que Él haga de nosotros lo que quiera. Claro que esa condición no es nada fácil de cumplir, puesto que todos poseemos libre albedrío y podemos elegir entre someternos a Él y «buscar primeramente el Reino de Dios» (Mateo 6:33), o bien procurar primeramente nuestros propios deseos, planes y caminos. La decisión depende de nosotros. El que gocemos o no de Su plena bendición y ayuda dependerá de si estamos dispuestos o no a concederle a Él el primer lugar en nuestra vida. Hoy en día muchos cristianos parecen más interesados en que Dios acepte lo que ellos quieren hacer que en aceptar lo que Dios les pide. Pretenden que Dios apruebe los programas que ellos le presentan, que estampe Su firma en los planes que tienen ellos y les dé el visto bueno. En vez de pensar: «¿Puedo presentarle a Dios mi programa para que lo firme?», o plantearse incluso: «¿Estoy dispuesto a que Dios me presente Su programa para que yo lo firme?», debieran preguntarse: «¿Estoy dispuesto a firmar una hoja en blanco y dejar que Dios la rellene después, sin saber siquiera cuál será Su programa?» Esa es la verdadera prueba de sumisión a Dios. Si estás dispuesto a ser lo que Dios quiere seas —no lo que eres, sino lo que Dios quiere que seas—, entonces podrá hacer grandes cosas por medio de ti. Dios sabe que tú solo no lo conseguirás. No tienes más que entregarle tu vida, tus pensamientos, tu corazón, todo tu ser, y dejar que sea Él quien lo haga todo. Cuando por fin llegas al punto en que te entregas a Él, en que renuncias a tu programa y aceptas el Suyo, entonces Él tiene ocasión de intervenir y llevarlo a cabo. Si le das la oportunidad, Él lo hará. Cuando se lo damos todo al Señor, ya no necesitamos preocuparnos por nada. Toda nuestra vida está en Sus manos, a Su cuidado, y el Diablo no tiene nada a que aferrarse ni nada que pueda reclamar. De hecho, si queremos vencer de veras al Enemigo, el Señor nos exige precisamente sumisión. Dice: «Someteos a Dios; resistid al Diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). Ahora bien, mientras quede en nuestra vida un oscuro rinconcito que no hayamos rendido al Señor, que no hayamos querido cederle, siempre que haya una partecita que nos neguemos a someter, el Enemigo se podrá valer de ello para fastidiarnos. Por eso la Palabra de Dios dice: «Ni deis lugar al Diablo» (Efesios 4:27). Lo sucedido en la pequeña localidad de Huddersfield lo pone de relieve: Un acaudalado terrateniente tenía la ambición de comprar todo el pueblo. Por fin adquirió todos los lotes y terrenos... menos una parcelita. Resulta que vivía en ella un campesino testarudo que se negó tajantemente a vender su tierra, y nada lo hacía cambiar de parecer. El hacendado hasta llegó a ofrecerle mucho más dinero del que valía en realidad la parcelita; pero el campesino, muy encariñado con su terrenito, se negó en redondo a venderlo. El hacendado por fin se dio por vencido, pero se confortó diciendo: —¡Bah, qué importa! Si no es más que una parcelita. He adquirido todos los demás terrenos, así que Huddersfield es mío. Me pertenece a mí. Por casualidad, el viejo campesino lo oyó, y le recordó: —Nada de eso. Los dueños de Huddersfield somos usted y yo. Nos pertenece a los dos. No permitas que el Diablo le diga a Dios eso de ti: «¡Ajá! Mira, Dios. Este lo ha entregado todo menos esta cosita. Aunque mayormente es Tuyo, una partecita todavía me pertenece a mí». Si quieres disfrutar de verdadera paz interior, es necesario que lo pongas todo en manos del Señor. Entonces, cuando tu voluntad esté en perfecta armonía con la voluntad divina, te bendecirá con completa paz. Viene a propósito la letra de un hermoso himno antiguo: Así que entrégate de lleno a Dios hoy mismo. Ofrécele tu vida, y pídele que la tome y la emplee para Su gloria. No dudes que lo hará, en la medida en que se lo permitas. Es ilimitado lo que Dios hará contigo. Eres hijo Suyo, Él te ama y siempre hará todo lo posible para que le sirvas y seas feliz, a fin de que transmitas a los demás la misma vida y felicidad que tú has hallado en Jesús. Haz todo lo posible por Jesús entregándote hoy mismo a Él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario