domingo, 29 de noviembre de 2009

En el blog de mi amiga


Me sirvió de estímulo leer en el blog de una amiga unas anécdotas sobre alabar a Dios por Su bondad a pesar de las dificultades y contratiempos que tenemos diario. Me motivaron a hacer una pausa y reflexionar, ¡lo cual siempre es bueno! En general, soy un tipo agradecido. Pongo relatos incentivadores en mi blog, y a mis amigos y familiares les participo por correo electrónico mis buenas venturas. Sin embargo, después de tantos años aún no me había habituado a alabar a Dios por mis desventuras, «dando siempre gracias por todo al Dios y Padre» (Efesios 5:20). No tenía la costumbre de ver lo bueno en todo, ni de alabarlo en medio de la adversidad. Pero después que leí lo que escribió mi amiga en su bitácora, me vinieron a la memoria detalles de cada día —un sándwich, una ducha, un atardecer, las palabras de aliento de un amigo, una caminata— que valía la pena agradecer y celebrar. Es más, esas cosas pueden suscitar en mí una dicha fuera de serie y hasta hacer que me sienta en la gloria. Y eso es maravilloso. Antes, para que me sintiera eufórico tenía que ocurrir algo grande, como viajar por primera vez en avión, o asistir a una reunión multitudinaria de amigos, o conocer a mi futura esposa, o tener un hijo, o encontrar un tesoro enterrado en una isla de los Mares del Sur. Pero entretanto me perdía muchas oportunidades de extasiarme, cuando podría y debería estar verdaderamente feliz y agradecido a Dios incluso por algo tan sencillo como desayunar o recibir un correo electrónico de mi madre. Me dirás que del dicho al hecho hay largo trecho, y tienes toda la razón. Pero lo genial de leer lo que escribió mi amiga es que en ese momento me di cuenta de que podía sentirme agradecido por las mismas cosas que ella. Al instante adopté su misma actitud. Luego de un primer esfuerzo, uno reacciona así automáticamente. Quiero ser consecuente conmigo mismo y recordar todo esto mañana cuando me vea en un embotellamiento de tránsito, o cuando llueva a cántaros y se inunden las calles, las aceras y la entrada de mi casa. Todos esos fastidios no tendrán importancia. Podré alegrarme y estar contento también en esas circunstancias. Procuraré encontrar algo bueno en todo lo que me ocurra y, como dice una cancioncilla, «alabar a Dios por un día más de luz».Brian Whyte es misionero de La Familia Internacional en Nigeria.

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