martes, 17 de noviembre de 2009

El placer de una vida sencilla


Un empresario estadounidense se encontraba en México, en el muelle de un pueblecito costero. En ese momento atracó un bote en el que venía remando un pescador. En el interior de la embarcación había varios ejemplares de gran tamaño de atún de aleta amarilla. El forastero elogió al mexicano por la calidad de su pescado. Seguidamente le preguntó cuánto tiempo le había tomado pescarlos. —Un ratito, señor —repuso el pescador. El estadounidense le preguntó por qué no se había quedado más tiempo para capturar una cantidad mayor. El pescador respondió que con aquello le bastaba para ganarse el sustento y atender a las necesidades inmediatas de su familia. El visitante continuó preguntando: —Y ¿qué hace el resto del tiempo? —Verá usted, señor —contestó el pescador—: Me levanto tarde. Voy a pescar un rato y después paso un tiempo jugando con mis hijos. Luego duermo la siesta con mi esposa María y en la noche salgo a pasear al pueblo, a tomar un poco de vino y tocar la guitarra con mis amigos. Como verá usted, estoy muy ocupado todo el día, señor. El gringo añadió con tono burlón: —Yo podría ayudarlo. Soy graduado de la Universidad de Harvard en administración de empresas. Si usted dedicara más tiempo a la pesca, con las ganancias podría comprar una embarcación más grande. Al aumentar sus ingresos y contar con un barco de mayor calado, podría comprar varias embarcaciones. Con el tiempo llegaría a tener una flota de barcos pesqueros. En vez de vender a un intermediario, lo haría directamente a una empresa conservera, y al final llegaría a ser dueño de una fábrica de productos enlatados. Usted tendría en sus manos el envasado y la distribución del producto. Entonces tendría que mudarse de este pueblito costero a la ciudad de México, luego a Los Ángeles y, a la larga, a Nueva York. Desde allí dirigiría su empresa en expansión. —Pero dígame una cosa, señor, ¿cuánto tiempo llevaría todo eso? —Quince o veinte años. —Y después, ¿qué haría yo? El estadounidense se rió antes de responder: —Esa es la mejor parte. En el momento idóneo, vendería las acciones de su compañía y se haría rico. Ganaría millones de dólares. —¿Dice usted millones, señor? Y luego ¿qué? —Se retiraría de los negocios y se mudaría a un pueblito costero donde podría dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con sus nietos, dormir la siesta con su esposa María y pasear por las noches en el pueblo, donde tomaría vino y tocaría la guitarra con sus amigos. Anónimo

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