martes, 17 de noviembre de 2009

¿Un sacrificio?


En 1870 se generó cierta inquietud a escala internacional ante la ausencia de noticias sobre David Living­stone (1813-1873), que por entonces realizaba una de sus famosas expediciones en el corazón del África. Al final el conocido médico, misionero y explorador escocés fue descubierto por una partida de búsqueda dirigida por el periodista Henry Stanley, quien al encontrarse con él lo saludó con una frase que a la postre se haría famosa: «El doctor Livingstone, supongo». Más tarde Stanley escribió:
«Partí al África albergando tantos prejuicios como el más redomado de los ateos de Londres. Pero allí tuve ocasión de reflexionar profundamente. Al observar a aquel anciano solitario, me pregunté: "¿Cómo diablos se le ha ocurrido venir a semejante lugar? ¿Qué le pasa? ¿Está loco? ¿Qué lo impulsa?" »Durante los meses que siguieron a aquel primer encuentro, no dejaba de desconcertarme aquel anciano que llevaba a cabo lo que decía la Biblia: "Déjalo todo y sígueme". Pero poco a poco su compasión se me fue contagiando. Con su piedad, su amabilidad, su celo, su entusiasmo y la manera en que desempeñaba sus actividades, terminó por convertirme sin haberlo intentado siquiera». ¿Qué motivaba a Livingstone? Trece años antes, en una reunión de estudiantes celebrada en la Universidad de Cambridge, había respondido a una pregunta que le hacían con frecuencia: ¿Por qué había renunciado a su cómodo hogar y a las buenas perspectivas económicas del ejercicio de la medicina para exponerse a rigores y privaciones en los parajes inexplorados del África donde trabajaba como médico misionero?
«Por mi parte, nunca dejo de regocijarme de que Dios me haya escogido para desempeñar tal labor. La gente habla del sacrificio que he hecho al pasar gran parte de mi vida en el África. ¿Puede calificarse de sacrificio lo que no es sino la retribución de una mínima parte de todo lo que hemos recibido de Dios y que nunca podríamos pagar? ¿Puede llamarse sacrificio lo que está recompensado con una actividad saludable, con la satisfacción de estar obrando bien, la paz interior y la esperanza del glorioso destino que nos aguarda al cabo de esta vida? En tal contexto, mejor proscribir esa palabra. De ningún modo puede considerarse un sacrificio. Digamos, más bien, que es un privilegio. La ansiedad, las enfermedades, el sufrimiento, los ocasionales riesgos y la nostalgia de las comodidades de la vida podrán de vez en cuando detener nuestra marcha, hacer vacilar nuestro espíritu y abatir nuestro ánimo. Pero apenas por breves momentos. Esas cosas no son en nada comparables con la gloria que más adelante ha de manifestarse en nosotros y para nosotros. ¡Jamás he realizado sacrificio alguno!» ¿Qué haces tú con tu vida? ¿Perdurará para siempre? ¿La entregas por Jesús y los demás? «No es de necios dar lo que no se puede retener a cambio de lo que nunca se ha de perder»1.
1 Jim Elliot (1927-1957), misionero entre los indios aucas del Ecuador y mártir.

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