lunes, 23 de noviembre de 2009

El misterioso forastero


Habíamos salido tarde. Aunque la aldea a la que nos dirigíamos estaba apenas a un par de horas de Jerusalén, Matías y yo teníamos que apretar la marcha si queríamos llegar antes que oscureciera. Procurábamos distanciarnos de los terribles sucesos de los últimos días, pero por desdicha los llevábamos en las entrañas. —¿Será que era en realidad el Mesías? —comenté—. El Cristo no habría sido ejecutado como un criminal cualquiera. —Cleofás, ¿cómo es posible que el Mesías se dejara matar así? —Estaba predicho que nos iba a liberar de nuestos opresores. Eso fue lo que nos prometió desde el principio. Al menos eso pensábamos. —Nunca me imaginé que terminaría así —dijo Matías. —Todavía no sé si creer a las mujeres que fueron al sepulcro. Hubo un atisbo de esperanza cuando irrumpieron eufóricamente, jadeando, en el recinto donde estábamos reunidos, pero… —Pedro y Juan también vieron el sepulcro vacío, y ellos lo creen. Al menos Juan lo cree —le dije a mi amigo. —La gente dice que nos llevamos el cuerpo mientras los guardias dormían y que nos inventamos el cuento de que resucitó. Sabemos que eso es mentira, porque ninguno se apartó en ningún momento de la vista de los demás. Queda la duda de que alguien más lo hiciera... Nuestra conversación no llevaba a ninguna parte. ¿Qué había pasado con Jesús? Oímos pasos detrás de nosotros. Se acercaba alguien que estaba aún más apurado que nosotros. —¿Por qué andan tan abatidos? —nos preguntó el hombre con tono desenfadado—. ¡Ni que hubieran perdido a su mejor amigo! Apenas nos había dado alcance. ¿Cómo era posible que supiera lo que andábamos pensando? —Más o menos es eso lo que nos ha pasado —respondí. —Pero no puede ser así de sombrío —replicó el forastero. —¿Dónde has estado? —le pregunté—. ¿No sabes lo que ha sucedido? —¿Qué? —Seguro que has oído hablar de Jesús. —Cuéntenme. —¡Fue un profeta de Nazaret que hizo unos milagros increíbles! Dio de comer a miles de personas con el almuerzo de un muchachito. Sanó a los sordos, a los ciegos y a los lisiadas de nacimiento. ¡Hasta resucitó a los muertos! ¡Ah, y cuando hablaba, lo hacía con autoridad! Le referí a aquel extraño lo sucedido en la última semana, la parodia de juicio a que fue sometido, la gente que se había vuelto en contra de Él a pesar de todo lo que había hecho por ella, la sentencia, los azotes, la humillación, la crucifixión y, finalmente, el relato de las mujeres que habían encontrado el sepulcro vacío. —Me da la impresión de que tienen sus dudas acerca de esa última parte —insinuó el hombre. —¿No las tendrías tú? —le pregunté. En lugar de responderme, el forastero replicó: —¿No conocen las Escrituras? ¿No saben que todos esos sucesos formaban parte del plan divino, revelado por medio de Moisés y los profetas? Ellos sabían que iba suceder así; ustedes, Sus seguidores, debieron haberlo sabido mejor que nadie. ¿Cómo se había enterado aquel forastero de que éramos seguidores de Jesús? No habíamos dicho ni una palabra de eso. —¿A qué profecías te refieres? —le pregunté. El forastero parecía saberse de memoria todas las Escrituras. —Empecemos por el principio —indicó—. En el Edén, después que Eva se dejó engañar y comió del fruto prohibido, Dios le dijo a la serpiente —que en realidad era Satanás—: «Por cuanto esto hiciste, maldita serás. Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón»1. ¿Se dan cuenta? La serpiente hirió en el talón al Mesías cuando éste estaba en la cruz. Y Él le aplastó a ella la cabeza cuando resucitó de los muertos y desbarató totalmente el plan de Satanás. »¿Por qué piensan que a Dios le agradó que Abel sacrificara un cordero?2 Y ¿por qué mandó Dios a Moisés que le dijera al pueblo que sacrificara corderos sin mácula para expiar sus pecados?3 El Creador quería mostrar lo que haría el Mesías. Ése fue el Cordero sin mancha sacrificado por los pecados del mundo4. Las ceremonias, los sacrificios, todas esas cosas eran apenas figuras de los acontecimientos que ahora están teniendo lugar». A medida que el forastero hablaba, sentíamos que los rescoldos de nuestra fe se avivaban. —Ya que hablamos de ceremonias, ¿no acaban de venir de celebrar la Pascua y la fiesta de los Panes sin Levadura? Conocen esas ceremonias, las han celebrado todos los años desde que tienen memoria. También saben por qué Moisés ordenó hacerlo: para dar gracias a Dios por haber liberado a nuestros antepasados de la esclavitud de Egipto. Por medio de Moisés, Dios ordenó a Su pueblo que sacrificara un cordero sin defecto y señalara con sangre los marcos de las puertas. Todos los que creyeron y obedecieron se salvaron; es decir, Dios pasó de largo y los perdonó cuando recorrió los hogares de todo Egipto quitando la vida al primogénito. Una vez más, fue una figura del sacrificio del Mesías, que libra al creyente de la muerte5. »Y ¿qué hay de la ofrenda por el pecado y del Día del Perdón? ¿Qué se proponía enseñarnos Dios por medio de eso? ¿Acaso puede la sangre de un animal redimirnos de nuestros pecados? ¿Se hace así justicia? Además, ¿por qué hay que repetir esos sacrificios todos los años? Si esos sacrificios expían nuestros pecados, ¿por qué hay que ofrecerlos una y otra vez? ¿Pudiera ser que presagiaban un sacrificio mayor? ¿No podría ser que ese sacrificio mayor acaba de realizarse?»1 El forastero nos planteaba muchos interrogantes, y nosotros teníamos pocas respuestas que ofrecer. Sin embargo, era un maestro paciente. —¿No es esto lo que dijo Isaías sobre la muerte del Mesías? «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en Él el pecado de todos nosotros. Angustiado Él, y afligido, no abrió Su boca». ¿No parece estar describiendo lo que hizo ese Jesús del que hablaban, y la parodia de juicio a la que hicieron referencia hace un rato? «Como un cordero fue llevado al matadero. Por la rebelión de Mi pueblo fue herido». Una vez más se menciona al cordero del sacrificio. «Se dispuso con los impíos Su sepultura, mas con los ricos fue en Su muerte». ¿No dijeron ustedes que fue ejecutado como un criminal cualquiera y, sin embargo, fue sepultado en la tumba de un hombre rico? «Habiendo Él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores»2. Al tomar conciencia de que Dios había intervenido en todos aquellos sucesos, nos quedamos mudos. —Si su amigo Jesús era el Mesías, y lo único necesario para el perdón de los pecados era Su muerte, ¿por qué creen que sufrió también todos esos azotes a manos de Sus verdugos? Una vez más, no teníamos respuesta. —Isaías nos revela en ese mismo pasaje: «Por Sus llagas fuimos nosotros curados»3. ¿Qué significa eso, «por Sus llagas fuimos nosotros curados»? Así como el Mesías derramó Su sangre para la salvación del alma, Su cuerpo fue quebrado para la curación del cuerpo. La corona de espinas, los azotes, las heridas de los clavos y la de la lanza en Su costado, todo eso fue para expiar las dolencias de los hombres. El Mesías, con Su sangre, compró la salvación de las almas, y con Su sufrimiento, la curación de los cuerpos. Tuvo que entregar Su cuerpo para salvar el de ustedes. El forastero siguió hablando: —¿Qué dijo Jesús en la cruz? —Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado? —Tal como profetizó el rey David4. Mientras nos explicaba las Escrituras, me di cuenta de que muchos otros sucesos de la vida de Jesús coincidían exactamente con lo consignado en ellas: las multitudes que lo aclamaron al entrar en Jerusalén, la traición, el dinero de sangre, las crueles burlas, los soldados que echaron suertes sobre Su túnica, el hecho de que no le quebraran ningún hueso a pesar de atravesarle las manos y los pies5. Todas esas cosas se escribieron cientos de años antes y se referían al Mesías. ¡De golpe todo cobró sentido! Pero el forastero aún no había terminado. —David también dijo: «Dios redimirá mi vida del poder del Seol [sepulcro]»6. El término redimir es muy interesante. ¿Saben lo que significa? Significa rescatar de la esclavitud, comprar la libertad de alguien. Eso hizo el Mesías al morir: liberar al creyente del pago de la muerte. Está en el libro de Oseas: «De manos del Seol los redimiré, los libraré de la muerte»7. »Así como nuestro padre Abraham ofreció a su único hijo en sacrificio a Dios, Dios ofreció a Su único Hijo en sacrificio por todos, aunque con una importante diferencia: al final Abraham no tuvo que hacer el sacrificio; Dios sí. »Así como la fe y obediencia de Noé salvaron a la humanidad —el arca fue el medio por el que él, su familia y los animales se salvaron del diluvio—, el Mesías, al morir por los pecadores, abrió una puerta de escape para todos los que creen en Él. »Y así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena antes de ser librado, Jesús prometió que sería librado de la muerte al cabo de tres días. Eso mismo predijo el profeta Oseas: “Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos delante de Él”1. »¿Se dan cuenta? Estas Escrituras se refieren todas a este preciso momento». El corazón me latía tan fuerte de la emoción y alegría que sentía que por un momento pensé que me iba a estallar. ¡La muerte de Jesús no había sido un error, no había sido accidental! ¡Había sucedido exactamente como Dios había dispuesto! Apenas el forastero hubo terminado, llegamos a mi casa. Nos dijo que tenía que ir más lejos, pero cuando le insistí para que al menos se quedara a cenar, accedió. Como es nuestra costumbre, pedí a mi invitado que bendijera los alimentos que íbamos a tomar. Él le dio gracias a Dios, partió el pan y nos dio un poco a cada uno. De repente se nos abrieron los ojos: aquel forastero era el propio Jesús, ¡nuestro Salvador resucitado! En ésas, ¡puf!, se desvaneció. Matías y yo estábamos tan entusiasmados con lo ocurrido que regresamos corriendo a Jerusalén aquella misma noche para referir a los demás seguidores de Jesús cómo nuestro corazón ardía en nosotros mientras conversábamos en el camino y nos explicaba las Escrituras2. ¡Todavía no puedo dejar de hablar del asunto!(Curtis Peter Van Gorder es misionero de La Familia Internacional en Oriente Medio.)

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