lunes, 23 de noviembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 67 AÑO 2006


Mientras trabajaba en el presente número de Conéctate dedicado a la Pascua, leí varios escritos sobre el tema. En unos se postulaba que la resurrección era un fábula; en otros, que era un hecho comprobado. Mi mayor sorpresa fue que la lógica parece estar del lado de quienes dan crédito al texto de los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Hace ya muchos años que me encuadro en ese grupo, aunque para mí es cuestión de fe más que de lógica. Los escépticos aducen que es completamente ilógico creer que alguien resucitara y se apareciera ante Sus amigos y seguidores después de haber sido brutalmente ejecutado y encerrado en una tumba sellada durante tres días y tres noches. Sin embargo, ¿es tan ilógico? Existe un argumento a favor de la resurrección que siempre me ha parecido convincente: Tanto los creyentes como los escépticos reconocen que los discípulos de Cristo estuvieron dispuestos a jugarse la vida por los relatos de sus encuentros con el Salvador resucitado. Hay que recordar que se trata de los mismos hombres que pocos días antes de verlo y de empezar a anunciar Su resurrección fueron víctimas del abatimiento y las dudas y se ocultaron por temor a perder la vida. ¿Fue acaso todo aquello un invento? ¿Habrían estado dispuestos a sufrir lo que sufrieron —golpizas, encarcelamientos y la propia muerte— por una mentira? Cierto analista comentó al respecto: «Históricamente, bajo esas presiones, los farsantes confiesan sus engaños y traicionan a sus cómplices». Los discípulos de Jesús no lo hicieron. Está claro que creían firmemente en lo que predicaban. Lo mismo se aplica al apóstol Pablo, quien fue uno de los más feroces perseguidores de aquellos discípulos hasta que el propio Cristo resucitado se le apareció en el camino a Damasco. Para Pablo y los demás testigos oculares no era una cuestión de lógica ni de razón, ni siquiera de fe ciega; era su propia experiencia. Todos ellos estuvieron en presencia del Salvador resucitado. En mi caso, puedo decir lo mismo. Aunque Jesús no se me haya aparecido en forma corporal, mi experiencia con Él ha sido tan real como espléndida. Como dice un viejo himno: «Así sé yo que Él vive aún: ¡lo tengo en mi interior!»GabrielEn nombre de Conéctate

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