sábado, 7 de noviembre de 2009

El milagro de la creación


Para creer en Dios basta con contemplar la creación. Basta con observar la creación para comprender que tuvo que haber Alguien que la concibiera, la diseñara, le diera forma y la hiciera funcionar. La creación divina se conduce de manera tan maravillosa, perfecta y sistemática que es evidente que no pudo originarse por casualidad. La creación —o lo que muchos llaman la naturaleza— no es puramente natural. Es una obra divina, sobrenatural, milagrosa. Si tienes dudas acerca de la existencia de Dios, no tienes más que contemplar el mar, el cielo, las nubes, las montañas, los valles, los árboles, las flores. ¡Todo! Toda la naturaleza poco menos que proclama: «¡Dios existe! ¡Mira lo que ha creado! ¡Mira el mundo maravilloso que te dio por morada!» La prueba más contundente de la existencia de Dios es Su creación. La Biblia dice que «las cosas invisibles de Él [...] se hacen claramente visibles [...], siendo entendidas por medio de las cosas hechas» (Romanos 1:20). La existencia de nuestro Dios invisible queda demostrada por Su creación visible. Se hace «claramente visible» en el hermoso mundo creado por Él. Los partidarios del evolucionismo pretenden desacreditar el concepto de la creación afirmando que todo ocurrió por azar, que Dios no tuvo nada que ver con el asunto y que el orden y concierto del universo se produjeron solos. Robert A. Millikan, ganador del premio Nobel de Física en 1923, refutó contundentemente esa idea cuando dijo: «Así como tuvo que haber un relojero que diseñara el orden y sincronización perfecta de un reloj, también tuvo que haber un Creador que concibiera la sincronización perfecta del universo». A pesar de ello, la doctrina evolucionista se ha convertido en el axioma medular de la ciencia moderna, que se refiere a ella en términos del «gran principio» biológico. Sin embargo, el diccionario define la palabra principio como «primera proposición, verdad o fundamento de una facultad o ciencia», es decir, la base sobre la que se apoyan otras verdades. Hasta la fecha no se ha demostrado la veracidad del evolucionismo, mucho menos su validez como fundamento o base de otras verdades. No existe prueba alguna de la teoría de la evolución. Hay que tomarla por fe. Por lo tanto podemos afirmar que se trata de una religión. El propio Charles Darwin, fundador de esa quimérica religión, confesó: «Actualmente, la creencia en el principio de la selección natural [evolucionismo] debe cimentarse en consideraciones generales. Un análisis más minucioso no nos permite demostrar que exista una sola especie que se haya mutado, ni que esas presuntas mutaciones hayan sido beneficiosas, lo cual constituye la base de la teoría.» De modo que el evolucionismo es en realidad una religión de descreimiento en la existencia de Dios. Ese es su objetivo primordial: socavar la fe en Dios y promover la falsa creencia de que la creación se hizo sola. Dios no intervino para nada en ello: por lo tanto no es necesario que Dios exista siquiera. El primer versículo del primer capítulo del primer libro de la Biblia dice: «En el principio creó Dios [no el caos ni una formación nebulosa de gases] los cielos y la tierra» (Génesis 1:1). Varios versículos más abajo se añade: «Creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). ¿A partir de qué formó Dios al hombre? ¿De otros seres vivos? ¿De los simios o las bestias? «Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7). Esa es la verdad enunciada por la Palabra de Dios. Aunque no se crea en la Biblia, muchos científicos racionales admiten que si los dos o tres millones de especies animales y vegetales que pueblan el planeta se hubieran originado por un proceso evolutivo, estaríamos inundados de fósiles de eslabones perdidos. Curiosamente, los evolucionistas recorren el mundo desesperados por encontrar aunque sólo sea uno. Casi todos los fósiles que los evolucionistas catalogan de eslabones perdidos han sido desacreditados. Algunos, como es el caso del hombre de Piltdown, fueron obra de timadores confesos. El evolucionismo carece de todo fundamento. No hay prueba que lo sustente. No se ha hecho descubrimiento alguno que demuestre su legitimidad. En la introducción de un libro de texto sobre antropología, Margaret Mead, una de las principales defensoras de la teoría evolucionista, escribió: «En calidad de científicos sinceros debemos confesar que la ciencia aún no ha logrado descubrir una sola prueba concreta que demuestre la validez de la teoría evolutiva». ¿Crees en Dios? Contempla el mundo, mira los majestuosos árboles, las flores, el mar. Observa el cielo. ¿Te preguntas si Dios te ama? La respuesta está en el bellísimo mundo que creó para ti. Dios formó este mundo maravilloso para que lo habitáramos y lo disfrutáramos. Él es el único capaz de dar sentido al universo, de hacer que los planetas cumplan un propósito, de llenarnos el corazón de amor, de concedernos paz interior y salud física, de darnos reposo espiritual y de colmar nuestra vida de felicidad y nuestra alma de alegría.

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