viernes, 13 de noviembre de 2009

El auténtico servicio


Todo cristiano tiene ciertas necesidades espirituales básicas. Una de ellas es la compañía de otros creyentes. Los cristianos necesitan juntarse para leer y estudiar la Palabra de Dios, cantar y alabar al Señor, y para orar unos por otros y levantarse el ánimo mutuamente. Dice el apóstol Pablo: «Para estimularnos al amor y a las buenas obras». «Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día [del regreso de Jesús] se acerca» (Hebreos 10:24-25). El tiempo que pasamos en compañía de personas que también aman al Señor y se esfuerzan por complacerlo nos renueva y fortalece espiritualmente. Es importante tener claro, sin embargo, que el congregarnos para fraternizar y renovarnos espiritualmente —ya sea que lo hagamos en una iglesia o catedral, en una casa, una choza o al aire libre— no constituye nuestro servicio al Señor. Muchas personas tienen la idea equivocada de que con solo asistir a la iglesia, escuchar el sermón y dar una ofrenda monetaria, ya han cumplido con sus obligaciones para con Dios. Si bien esas cosas pueden ser beneficiosas y complacer a Dios, ser un cristiano auténtico entraña mucho más. Se espera de todo cristiano que esté siempre de servicio, siempre presto a hacer lo que el Señor pueda requerir de él. Cuando Jesús dio a Sus seguidores lo que se ha dado en llamar la gran comisión —«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15)—, lo que quiso decir es que todo cristiano debe hacer lo que esté a su alcance por divulgar el mensaje del amor de Dios. Aunque tenga otro trabajo u otros deberes, todo cristiano puede comunicar la buena nueva a aquellos con quienes entra en contacto. De modo que nuestro servicio al Señor hay que verlo en la vida que llevamos todos los días. Consiste en ayudar al prójimo, comunicarle amor y llevarlo a conocer a Jesús y la salvación. Ese es nuestro servicio a Dios. Se trata de una labor que requiere dedicación y una gran medida de sacrificio. Suele ser ardua, pero es también la más gratificante del mundo. Y la realizamos para el mejor jefe del mundo, y a cambio del mejor sueldo: recompensas eternas por cada acto de amor y por cada persona que llevamos a Jesús. El plan que los primeros cristianos pusieron en práctica no tuvo el solo objeto de congregar a los creyentes para fraternizar, sino para trabajar en la causa común de divulgar el mensaje del amor de Dios hecho manifiesto por medio de Cristo. Las reuniones que celebraban perseguían algo más que simplemente hermanar y fortalecer a los asistentes; el objetivo último era que tuvieran mayor eficacia en el servicio que rendían al Señor, que renovaran sus fuerzas y su inspiración después de volcarse a los demás y que con ello se prepararan para prestar más servicio en lo futuro. Hoy en día hay cristianos muy consagrados a la causa que se han organizado de forma similar a como lo hacían Jesús y Sus discípulos, y también los primeros cristianos. Al anteponer a todo su servicio a Dios y dedicar el máximo de tiempo y recursos a servir al Señor dondequiera que estén, esas personas comunes y corrientes han ayudado a millones a descubrir el amor, la paz, la auténtica satisfacción y la salvación eterna que solo Cristo puede otorgar. Además, con su ejemplo han demostrado que cualquiera puede hacerlo. Con la ayuda de Dios, tú también puedes divulgar el mensaje divino de amor verdadero y salvación entre quienes se crucen en tu camino. Todos podemos vivir de forma que reflejemos el amor de Jesús.

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