viernes, 20 de noviembre de 2009

Determinación inconmovible


Durante años, casi siempre cerraba mi programa de radio, Momentos de meditación, con la frase: «Dios todavía está en el trono, y la oración surte efecto». Un oyente me escribió diciéndome: «No encuentro esas palabras en la Biblia». Si bien es cierto que no están en la Biblia, no cabe duda que están en consonancia con las Escrituras y que expresan una verdad importante. Si orar no altera nada, ¿para qué hacerlo? Si, por el contrario, tiene efecto, deberíamos dedicarle más tiempo, habida cuenta de que a nuestro alrededor abundan situaciones que requieren remedio. Si la oración de veras surte efecto, pongámonos a orar en serio y a cambiar lo que haya que cambiar. Imagínate lo que podría suceder si realmente creyéramos ese enunciado. Jesús dijo: «Al que cree, todo le es posible» (Marcos 9:23). Si has rezado y no se produjo ningún cambio en la situación, estos consejos te van a venir al dedillo. Hace años era muy común entre los cristianos la expresión orar con insistencia. Significaba no dejar de implorar hasta tener la certeza de que Dios había escuchado la plegaria y decidido intervenir. Quizás en algún momento has tenido esa seguridad de que no hacía falta que siguieras orando porque Dios había atendido tu súplica, el asunto estaba en Sus manos y Él lo resolvería de la manera que creyera más conveniente. La Biblia abunda en relatos sobre personas que oraron con insistencia, sobre todo el rey David en el libro de los Salmos. Me estremezco cada vez que leo un pasaje en el que David termina de orar y proclama con valor y certeza: «El Señor ha oído mi oración». Cuando David parte orando al comienzo de uno de los salmos, se encuentra al borde de la desesperación debido a una grave adversidad. Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes que declara: «Bendito sea el Señor, que oyó la voz de mis ruegos. En Él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón» (Salmo 28:6,7). En otra ocasión en que estaba desmoralizado y sumido en una gran angustia, se desahogó con el Señor y alcanzó ese sosiego, esa grata sensación de seguridad, que lo llevó a afirmar: «El Señor ha oído la voz de mi lloro; ha recibido el Señor mi oración» (Salmo 6:8,9). En otro caso, termina de orar diciendo: «Ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica» (Salmo 66:19). Esa certeza arraigó tanto en el corazón y la conciencia de David que dio inicio a uno de sus salmos con las siguientes palabras: «Amo al Señor, pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí Su oído; por tanto, le invocaré en todos mis días» (Salmo 116:1,2). Sabía que Dios lo escucharía y le respondería aun antes de orar. Hace muchos años sufrí un accidente terrible que me dejó inválida. Quedé paralizada de la cintura para abajo y confinada mayormente a la cama. Como si eso fuera poco, padecía unas afecciones cardíacas y respiratorias que pusieron en riesgo mi vida. Encima, las sucesivas operaciones que me practicaron para tratar restituirme el uso de las piernas me dejaron diversas secuelas y dolencias. Fue aquella determinación inconmovible la que me llevó a rezar sin cejar y me infundió la plenitud de fe para que se produjera aquella liberación, aquella sanación milagrosa que necesitaba. Por medio de Jesucristo, tú puedes obtener una respuesta igual de maravillosa a tus oraciones. Aférrate a Sus promesas: «Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:14). «Todo cuanto pidiereis al Padre en Mi nombre, os lo dará» (Juan 16:23). Cree con esta misma determinación inconmovible: «Aguantaré hasta obtener la respuesta». ¡No te des por vencido! ¿Cuántas ganas tienes de que tu oración obtenga respuesta? ¿Estás dispuesto a cumplir con esa condición, vas a tener esa determinación inconmovible, o te dejarás abatir y vencer por las demoras? ¿Permitirás que los obstáculos te impidan alcanzar la victoria o que las dudas de terceros malogren tu fe? Si bien hay muchas formas de afrontar una crisis, una sola te garantiza el triunfo: orar hasta alcanzarlo. La Biblia dice: «No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6:9). Afianza tu fe pensando en el rey David y en otros personajes de la Biblia que gracias a esa determinación inconmovible derribaron los muros de Jericó, cruzaron el Mar Rojo como por tierra seca y obraron muchos otros milagros. (En el capítulo 11 de Hebreos hallarás una lista bastante extensa.) Echa mano de las promesas de Dios y sigue adelante a pesar de todas las dificultades, declarando como los santos de antaño: «Decididamente no permitiré que nada me prive de lo que Dios me ha prometido en Su Palabra». Ora con insistencia, amigo, con una determinación inconmovible y una fe a toda prueba. Dios tiene muchos motivos por los que no responde de inmediato o tal como esperamos. Pero eso no quita que a la larga responda a toda oración que se haga con plena fe. ¿Te empeñarás en orar hasta que Dios te dé la certeza de que te responderá? ¿Tantos deseos tienes de ver contestadas tus oraciones? En ese caso, no te llevarás una decepción, pues Dios todavía está en el trono, y la oración surte efecto.

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