lunes, 2 de noviembre de 2009

Dar a Dios


La Biblia relata que en tiempos del profeta Elías hubo una terrible sequía y hambruna. Una pobre viuda de la ciudad de Sarepta salió a recoger leña con la intención de cocinar una última torta para ella y para su hijo antes de dejarse morir de hambre. El profeta se le acercó y le dijo: —Hazme primero una pequeña torta y tráemela. Luego haz otra para ti y para tu hijo. Porque el Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija se acabará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la faz de la Tierra. ¡Y eso fue justo lo que ocurrió! (1 Reyes 17:10-16). La viuda dio preferencia a Dios y a Su profeta, Su siervo. Primero le dio de comer a él y se encargó de las necesidades que él tenía, y en consecuencia sobrevivió milagrosamente a tres años de hambre. En todo ese tiempo, comió de la misma tinaja de harina y de la misma vasija de aceite, ¡que al empezar ya estaban casi vacías! Ese episodio me recuerda la época en que yo estudiaba en la universidad y subsistía penosamente con apenas 25 dólares mensuales, en una pequeña casa rodante de 4 metros, con mi mujer y dos hijos pequeños. Un día ella comentó que Dios nos bendeciría si dábamos el diezmo de lo poco que teníamos. Al principio protesté aduciendo que no podíamos permitírnoslo. Pero cuando oramos para consultar al Señor, abrimos la Biblia justamente en el pasaje que trata de una viuda que echó sus dos últimas monedas en el arca de las ofrendas (Marcos 12:41-44). Jesús al verla dijo: —Ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento. ¡Qué podía yo decir después de esas palabras! Hasta ese momento había aducido que no podíamos permitirnos donar una décima parte de nuestro sustento. Sin embargo, ese pasaje de la Biblia da cuenta de una pobre viuda que dio todo lo que tenía. Así que el domingo siguiente entregamos nuestro diezmo —2,50 dólares— a la iglesia a la que asistíamos. El lunes por la mañana, cuando me presenté en clase, el profesor me dijo: —¡David, me dieron esto para que se lo entregara! Era un billete de 20 dólares. Unas diez veces más de lo que habíamos dado. Dios es así: a Él le encanta devolvernos con creces todo lo que damos. ¡Nunca dejará que des más de lo que Él te da a ti! Siempre te repondrá de sobra todo lo que entregues si lo haces de corazón y con desinterés. Ni siquiera estoy seguro de que el templo necesitara las moneditas de aquella viuda pobre. Aun así, Dios premió su sacrificio. Prueba de ello es que Jesús manifestó: —De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento (Marcos 12:43,44). Hasta podemos dar todo nuestro sustento sin resultar perjudicados, porque Dios nos bendecirá. Si nuestras intenciones eran buenas y puras, Dios nos bendecirá por lo que hayamos dado. ¡Él lo ha prometido! Dice: «Traed todos los diezmos al alfolí (granero) y haya alimento en Mi casa; y probadme ahora en esto [...], si no os abriré las ventanas de los Cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías 3:10). «Buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). ¡Dios te lo devolverá! «Todo lo que gastes —asegura—, ¡yo te lo pagaré!» ¿Recuerdas quién pronunció esas palabras? Se hallan en el hermoso relato del buen samaritano, el cual, habiendo encontrado junto al camino a un hombre que había sido golpeado por ladrones, lo recogió, lo instaló en un mesón y le dijo al mesonero: —Todo lo que gastes, yo te lo pagaré (v. Lucas 10:30-37). Ya verás que si das para Dios y Su obra, a fin de cuentas no supondrá ningún sacrificio. Tu aporte será simplemente una inversión, cuyos dividendos sobrepasarán con mucho todo lo que hayas gastado. Invierte en Cristo Jesús y en la obra de Dios, y tus inversiones te producirán dividendos eternos. Dios te bendecirá y se encargará de que obtengas buenas ganancias a cambio, las mejores. Participarás en las recompensas eternas, en las almas conquistadas a consecuencia de tus donativos. Da prioridad a Dios y aparta tu diezmo para darlo a Su obra. Si lo haces, Él promete darte prioridad a ti otorgándote abundantes bendiciones. ¡Te recompensará de tal modo que te sobrará!

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