lunes, 2 de noviembre de 2009

Bambú


En el corazón de un reino de Oriente se extendía un hermoso jardín. A diario el amo, aprovechando el fresco de la tarde, se paseaba por sus predios. De todos los moradores del jardín, el más bello y amado era el noble Bambú de grácil silueta. Cada año aumentaban la belleza y la elegancia de Bambú. Éste era consciente del cariño y de la complacida admiración del amo. A pesar de ello se mostraba siempre humilde y amable. Con frecuencia, cuando el viento acudía a juguetear en la floresta, Bambú se despojaba de su dignidad y se ponía a bailar y a balancearse alegremente, inclinándose en jubiloso abandono. Presidía la gran danza del jardín, que llenaba de gozo el corazón del amo. Cierto día el amo se acercó a Bambú para observarlo detenidamente. Con mirada de curiosa expectativa, Bambú inclinó su majestuoso penacho hasta el suelo en señal de reverencia. El amo se dirigió a él: —Bambú, Bambú, necesito tus servicios. —Amo, estoy dispuesto. Dime qué deseas. —Bambú —dijo el amo con voz grave—, me veré obligado a llevarte de aquí, a cortarte. Horrorizado, Bambú se estremeció: —¿Co... cortarme, amo... a mí, a quien has convertido en el más hermoso de tu jardín? ¿Cortarme? ¡Ah, no! ¡Eso no! Sírvete de mí para tu placer, oh amo, pero... no me cortes. —Mi precioso Bambú —dijo el amo con voz aún más grave—, si no te corto, no podrás serme útil. El jardín se cubrió de silencio. El viento contuvo su soplo. Lentamente Bambú inclinó su glorioso penacho. Se alcanzó a oír un susurro. Bambú contestó: —Amo, si no puedo serte útil a menos que me cortes, haz entonces tu voluntad. Córtame. —Bambú, mi amado Bambú, debo también cortar tus hojas y ramas. —Amo, te lo suplico, ¡ten piedad! Tálame y pon mi belleza entre el polvo. Pero ¿es necesario que también me arranques las hojas y las ramas? —Ay, Bambú; si no te las corto, no me servirás. El sol ocultó su rostro. Una mariposa que escuchaba el diálogo alzó temerosa el vuelo. Bambú tembló, presa de terrible ansiedad, y asintió en voz baja: —Amo, córtame ya. —Bambú, Bambú, debo también partirte en dos y sacarte el corazón. Si no lo hago, no me serás útil. —Ay, amo mío, córtame entonces y párteme. Así pues, el amo del jardín cortó a Bambú, podó sus ramas, le arrancó las hojas, lo partió en dos y le sacó el corazón. Lo alzó entonces cuidadosamente y lo llevó a un manantial del cual surgía a borbotones agua fresca y cristalina, en medio de las resecas tierras del amo. Luego, el amo depositó a Bambú suavemente en el suelo, apoyando un extremo en el manantial y el otro en un canal que llevaría el agua hacia el campo. El manantial emitió su canción de bienvenida. El agua fresca y chispeante se lanzó con júbilo por el cuerpo rajado de Bambú rumbo a los campos sedientos. Enseguida se plantó el arroz. Transcurrieron los días. Aparecieron los brotes. Llegó el tiempo de la cosecha. Entonces el cuerpo de Bambú, antes erguido en su imponente hermosura, cobró más gloria aún en su humildad y quebranto. Quien había sido la imagen de la exuberancia se convirtió, al ser quebrantado, en un canal de vida en abundancia para el mundo de su amo.

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