jueves, 12 de noviembre de 2009

Cómo interpretar las profecías de la Biblia 3ª PARTE


«Usando bien la Palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15). ¡Sé flexible! Algunos han tomado mis interpretaciones de las profecías de la Biblia como palabra santa, irrebatible, inamovible, en vez de considerarlas teorías, que es lo que son. Me he esforzado por no ser dogmático ni afirmar que las cosas tengan que ser de tal o cual manera, porque bien podría ser que mis interpretaciones estuvieran equivocadas. Cuando doy clases de profecía bíblica, a veces incluso presento alternativas y opciones distintas a mi opinión personal, aunque en esos casos aclaro luego cuál es exactamente mi postura. Al presentar más de una interpretación, no solo se informa mejor a la gente, sino que se la induce a pensar y llegar a sus propias conclusiones. Además, de esa forma es menos probable que su fe se vea socavada en caso de que la interpretación por la que yo me inclinaba resulte errónea. Por más que uno crea contar con el respaldo de pasajes muy explícitos de las Escrituras, o aunque haya recibido revelaciones del Señor, es mejor de todos modos dar ocasión a Dios de ir aclarando o modificando las cosas con el tiempo. Dios nos libre de ser tan dogmáticos o inflexibles en nuestras interpretaciones que no seamos capaces de mudar de opinión cuando el Señor nos indique algo distinto. A la larga uno puede terminar descubriendo —como me ha sucedido a mí— que había hecho una interpretación equivocada. Si no estamos abiertos a nuevas verdades, inclusive a nuevas interpretaciones —particularmente si las antiguas eran suposiciones o teorías de otros, o hasta opiniones propias—, terminaremos dando vueltas a la misma noria y resistiéndonos a toda idea o concepto nuevo que Dios quiera revelarnos. Le resultará muy difícil abrirnos los ojos. Tenemos que ser flexibles. ¿Qué pasa si nuestra interpretación resulta errónea? Cuando Jesús habló a Sus discípulos de las señales de Su segunda venida, dijo: «No pasará esta generación —refiriéndose a los que verían cumplirse dichas señales, a nosotros que vemos su cumplimiento hoy en día— hasta que todo esto acontezca» (Mateo 24:34). Al parecer los apóstoles creyeron que se refería a aquella época, con lo cual queda claro cuánto puede uno equivocarse si no interpreta bien las cosas. Si a ellos les pasó tan fácilmente, le puede pasar a cualquiera. No hay que desanimarse si una interpretación que teníamos por certera resulta ser errónea. No por eso hay que desechar toda la Biblia y lo que hemos aprendido sobre las profecías contenidas en ella. Cuando uno nota una manchita en un plátano, una pera o una manzana, no por eso arroja la fruta a la basura. Simplemente rebana lo malo y aprovecha lo que queda de bueno. Prefiero mil veces cambiar de idea cuando Dios me revele algo que, por orgullo o temor al bochorno, negarme a cambiar con respecto a algún detalle de interpretación de las profecías. Prefiero asumir un golpe a mi orgullo y estar en lo cierto, que negarme a admitir mi error y seguir descaminado. Nunca te acostarás sin saber una cosa más. ¿Priman las profecías bíblicas sobre todo lo demás? Yo no considero imprescindible que los cristianos coincidan en todos los pormenores relacionados con las profecías de la Biblia. Lo único esencial es que estemos de acuerdo en que Jesús nos trae la salvación. Lo único vital es que coincidamos en la autoridad fundamental de la Palabra de Dios y en la obligación que tenemos de dar testimonio de Su verdad ante los demás, para que ellos también acepten Su amor y obtengan gratuitamente la salvación. Mucho son los que se descarriaron por dedicar más tiempo a las disquisiciones sobre la interpretación de las profecías de la Biblia que a la evangelización del mundo. No nos apartemos de la sencillez del Evangelio. «Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos» (Mateo 18:3). Los niños no se pasan la mayor parte del tiempo discutiendo sobre nimiedades teológicas. Muy pocas personas se convierten a Cristo merced a interpretaciones esotéricas de las profecías de la Biblia. Quienes se acercan al Señor por esa vía corren el gran riesgo de perder la fe si dichas predicciones no se cumplen. «Las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará» (1 Corintios 13:8). Puede que uno tenga el don de profecía y que entienda todos los misterios y toda la ciencia, pero sin amor eso no le servirá de nada (1 Corintios 13:2). ¿Cuál es el mayor mandamiento? ¿Hacernos expertos en el análisis escrupuloso de las profecías de la Biblia? ¡No! El mayor mandamiento es amar a Dios. Y el que le sigue en importancia es amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:37-39). Las profecías de la Biblia tienen su importancia, pero si no se tiene amor todo eso no pasa de ser un cúmulo de datos fríos e inertes. Por muy importante que sea la profecía bíblica, el amor es preeminente. Así pues, no te enfrasques tanto en los pormenores, las doctrinas y los dogmas en materia de profecía bíblica que pierdas de vista el verdadero objetivo: pregonar al mundo el Evangelio del amor de Dios. Jesús mismo sabía todo lo que había que saber sobre el futuro. Sin embargo, Su principal misión fue amar al mundo, y Su mensaje primordial, la Buena Nueva del amor y la salvación divinos. ¿Cuál fue el mensaje final que comunicó Jesús a Sus discípulos durante la última cena, poco antes de ser detenido, golpeado y crucificado? Les habló del amor, les señaló que el amor era lo más importante (Juan 13:3-17,34,35; 15:9-13,17). Que Dios te bendiga y haga que seas una gran ayuda para los demás divulgando la Buena Nueva. Y así será si pones tu voluntad de Su parte.

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