Todo el mundo tiene sus debilidades. Todos somos imperfectos y humanos. Lo que repetimos durante bastante tiempo acaba por volverse automático. Eso es lo que asusta de los malos hábitos. Sin embargo, el Señor puede transformar esas debilidades en cualidades, y un mal hábito puede sustituirse por uno bueno. Además de los malos hábitos físicos, hay toda suerte de actitudes y conductas erróneas que pueden hacerse costumbre y causarnos aún más daño a nosotros y a los demás. Por ejemplo: tener un mal concepto de nosotros mismos, quejarnos de nuestras circunstancias, criticar a los demás, ser groseros o desconsiderados, imprudentes o poco amables al hablar, andar nerviosos o con prisa, o dar lugar al mal genio y a la impaciencia. También hay malos hábitos que afectan nuestra espiritualidad y nuestra relación con el Señor, como no dedicarle tiempo a Él y a Su Palabra. Una costumbre puede echar raíces para bien o para mal, y particularmente si es mala, puede resultar muy difícil deshacerse de ella y cambiar, aunque no imposible, porque contamos con la ayuda del Señor. Él siempre está dispuesto a hacer lo imposible; y es que hace falta una situación imposible para que Él haga un milagro. Pero a Él le encanta obrar así, porque eso nos lleva a reconocer Su mano milagrosa. Eso es lo extraordinario de Jesús y Su poder: Él puede superar cualquier cosa, cualquier pecado, batalla, mala costumbre o rasgo negativo de la personalidad. No hay nada difícil para Él. Te librará de todo mal hábito que hayas adquirido. Basta con que le entregues tu voluntad y te decidas a combatir esa costumbre hasta superarla con Su ayuda. Tendrás que esforzarte, pero lo más importante es que le pidas ayuda. No te limites a rogarle que haga lo que tú no puedes hacer, sino pídele que te indique qué puedes y debes hacer en concreto para progresar y superar el hábito en cuestión. El siguiente paso es aceptar lo que te diga, creerlo y obrar en consecuencia; de lo contrario, Él no podrá realizar el milagro. Para nosotros es humanamente imposible cambiar por nuestra cuenta, pues hay costumbres que, luego de años de arraigo, acaban por convertirse en actos reflejos. Se vuelven parte de nuestra personalidad, de nuestra forma de ser, y ni nos damos cuenta de que las tenemos. Y si tenemos conciencia de ellas, pueden resultar terriblemente desmoralizadoras. Llegas a pensar que nunca podrás cambiar, que esa es tu forma de ser y punto. Pero lo cierto es que no eras así antes de adoptar ese mal hábito y permitir que echara raíz. Eso demuestra a todas luces que sí es posible cambiar, siempre y cuando estés dispuesto a buscar con apremio al Señor y a poner de tu parte. Por ejemplo, los que tienen el vicio de pensar negativamente y lo han hecho casi toda la vida se han formado un mal hábito muy difícil de superar. No obstante, muchos lo han superado gracias al poder del Señor y de la Palabra. Tanto es así que ahora piensan positivamente y tienen una nueva perspectiva de la vida. Se han transformado y han roto con la costumbre de pensar así (Romanos 12:2). Si con el paso de los años has adquirido una mala costumbre en tu forma de actuar o reaccionar, cuanto antes pidas al Señor ayuda, mejor. Tal vez pienses que no tienes remedio ni ganas nada intentándolo a estas alturas de la vida. Sin embargo, cada vez que te des cuenta de que estás recayendo, pide ayuda al Señor y haz un esfuerzo por no dar lugar a ese mal hábito. Así, poco a poco te formas uno bueno que va consolidándose y desplazando al malo. Cuando una mala costumbre llega al punto en que ya no sabes cómo afrontarla, lo primero que debes hacer es preguntar al Señor qué piensa sobre el asunto. Consulta también con personas a quienes respetes y con las que tengas una relación estrecha, o con alguien que posea el buen hábito con el que aspiras a sustituir el malo. Al mismo tiempo, conviene acudir al Señor para que te aliente a avanzar; si no, lo más probable será que te desanimes y te entren ganas de darte por vencido. Pide al Señor promesas de Su Palabra en las cuales apoyarte, promesas concretas de lo que hará para ayudarte a vencer el hábito. Haz una lista de lo que te indique el Señor, de las instrucciones, así como de las promesas que te transmita. Así tendrás a qué remitirte cuando te parezca que no estás haciendo progresos y te veas tentado a abandonar. Es mucho más fácil superar un mal hábito en su etapa inicial, apenas uno se da cuenta de que lo está agarrando. Por eso es importante meditar periódicamente en la forma en que uno conduce su vida. Cultiva la buena costumbre de preguntar al Señor a diario, o día de por medio, cómo te estás desempeñando, qué cosas necesitas rectificar antes que se conviertan en malos hábitos mucho más difíciles de cortar. Comprométete a seguir esforzándote por superar el hábito hasta que haya desaparecido. Recuerda que si lo deseas con afán y haces lo que está a tu alcance, el Señor hará lo demás, pues te ama y quiere que seas feliz y te veas librado de ese estorbo. Haz la parte que te corresponde, y Él hará la Suya.
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