viernes, 27 de noviembre de 2009

¿Aquí quién manda?


El otro día, mientras conversaba con una linda agente de viajes, nos pusimos a hablar de Dios. —¡Bah, yo no creo en Dios! —dijo—. Si existe Dios, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?Le respondí: —No se le pueden achacar a Dios todos los males que hay en el mundo. Quien causa todas esas desgracias no es Él. Muchas son obra del Diablo, que se complace en hacer daño a los hombres y verlos sufrir. Es más, esa es una de sus principales tácticas para apartar a la humanidad de Dios: le echa a Dios la culpa de todas las fechorías que él comete. La jovencita se quedó callada un momento, reflexionando. A continuación me preguntó: —Entonces, si Dios existe y es omnipotente, ¿por qué no pone freno al Diablo? ¿Por qué permite que haya tantas injusticias en el mundo? ¿Por qué no detuvo a Hitler? —Es que de haberle parado los pies a Hitler, habría tenido que impedir a todo el mundo hacer cosas malas. Puede que no seamos tan malos como Hitler, pero la verdad es que todos nos portamos mal de vez en cuando. —¿No habría sido mejor que nos hubiera hecho a todos buenos? —me preguntó. —Si el Señor hubiera querido autómatas, claro, nos habría programado a todos de forma que obráramos bien en cualquier situación. Pero nos creó con libre albedrío para que escogiéramos entre el bien el mal. Él naturalmente espera que siempre nos encaucemos hacia lo bueno, que obremos con amor y con justicia, o al menos de tal modo que no nos perjudiquemos ni a nosotros ni a los demás. Sin embargo, cuando ve que estamos por tomar una decisión desacertada, generalmente se abstiene de intervenir. ¿Por qué? Porque al concedernos el libre albedrío se impuso a Sí mismo ciertas limitaciones para no interferir con nuestra capacidad de actuación. »Lamentablemente, todo el mundo toma decisiones equivocadas de vez en cuando, y algunas personas lo hacen reiteradamente. Esa es la raíz de la mayoría de los problemas del mundo de hoy: las decisiones equivocadas de la gente. A pesar de todo, hay esperanza, al menos en el ámbito personal. Dios está preparado para orientarnos a la hora de decidir. Puede que nosotros no podamos resolver todos los problemas del mundo, pero sí estamos en condiciones de mejorar nuestra vida y ejercer una influencia positiva en el ambiente en que nos movemos. Todo empieza por pedirle a Dios que nos ayude a tomar decisiones atinadas, motivadas por el amor». En ese momento la llamaron para que atendiera a un cliente, y me dijo: —Me parece que tú acabas de tener una buena influencia en mí, pues me siento diferente. Creo que voy a darle una oportunidad a Dios.

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