viernes, 27 de noviembre de 2009

Tú decides


(Carta dirigida a una persona que estaba a punto de tomar una decisión trascendental relacionada con una propuesta de matrimonio.)Tal vez te sorprenda que Dios espera que Sus hijos decidan por sí mismos dentro del marco de Su voluntad divina. En tanto que nos deleitemos en el Señor por encima de todo y nos avengamos a cumplir Sus designios, Él se alegra de concedernos nuestros deseos. Al fin y al cabo Él mismo es quien nos los infunde cuando lo complacemos. Su Palabra dice: «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4). Si lo amamos de todo corazón, esos deseos suelen ser buenos, ya que no queremos otra cosa que agradarle. Por eso, en toda situación nuestro deseo personal tiene mucho que ver con la voluntad de Dios. Él nos da lo que deseamos, según nuestra fe.Mi madre siempre decía: «En la duda, abstente». La Biblia también nos advierte: «Todo lo que no proviene de fe es pecado» (Romanos 14:23). Si se tiene la firme convicción de que algo es la voluntad del Señor y la Palabra de Dios lo corrobora, hay que hacerlo, digan lo que digan los demás. Igualmente, si se está seguro de que algo no se ajusta a la voluntad de Dios, no debe hacerse. Ahora bien, si uno no está seguro, lo mejor que puede hacer es esperar en el Señor hasta que Él lo esclarezca.Entre tanto, no te dejes convencer por otras personas de que tal o cual cosa es conforme a la voluntad del Señor y de que está bien hacerla aunque Él todavía no te lo haya revelado con claridad. Simplemente explica que estás esperando a que Él te indique Su voluntad. Todo puede ser, porque para Dios nada es imposible, y al que cree todo le es posible (Lucas 1:37; Marcos 9:23). Eso sí, uno tiene que estar convencido y no dejarse influir por los demás. Uno debe tomar una decisión personal, según la fe que tenga. Y si esta decisión se ajusta a la Palabra de Dios, es que está conforme a Sus deseos.Cuando se toma una decisión trascendental, como estás haciendo tú ahora, muchas veces hay que ver si supera la prueba del tiempo. Por eso, yo te aconsejaría esperar hasta estar convencido —mental y emocionalmente— de cuál es la voluntad de Dios. Como dijo Pablo: «Cada uno esté plenamente convencido de lo que piensa» (Romanos 14:5, RV95).En los asuntos del corazón no se debe actuar impulsado por el simple sentido del deber. Tiene que haber una gran medida de amor sincero, de amor por la otra persona y también de amor a Dios. Si el paso que te aprestas a dar es conforme a Su voluntad, Él te infundirá ese amor, ese amor verdadero. Toda relación sentimental desprovista de esa clase de amor es fácil que acabe causando pesar y sufrimiento a unos y a otros, tú incluido. Por el contrario, si hay amor verdadero, amor que viene de Dios, la relación resistirá toda prueba. Mientras tanto, yo en tu lugar esperaría hasta estar seguro.En esto del matrimonio, Dios sabe que los dos necesitan a alguien que les haga compañía, los comprenda, los anime, los estimule y les dé buen ejemplo, que sea verdaderamente esa alma gemela que Dios prepara para cada uno de Sus hijos. Pudiera ser que ambos han hallado la voluntad de Dios.Eres tú quien decide. Si de verdad la amas, si ella corresponde a tu amor y la relación está en armonía con la voluntad de Dios, ninguna otra cosa te satisfará. Sea como sea, la decisión es tuya y de nadie más. Nadie puede decidir en tu lugar.Ese es uno de los misterios de la voluntad y los designios de Dios: que nos haya concedido a todos la facultad de elegir. Y por extraño que parezca, al Señor le agrada incluso concedernos la oportunidad de escoger entre varias opciones, todas ellas conforme a Su voluntad. Es lo mismo que a veces hacemos nosotros con nuestros hijos. Les dejamos escoger qué juguete quieren comprar o qué actividad quieren realizar, en tanto que la opción sea segura y buena para ellos y no perjudique a nadie. Se trata de un concepto que muchos no entienden: por ser nuestro Padre celestial que nos ama, Dios se complace en darnos a elegir.Si una decisión anterior que tomaste no resultó ser acertada, es posible que el error fuera tuyo. O quizá dejaste que otros influyeran de más en tu decisión. Que no te vuelva a suceder. Esta vez decide tú. Dios te dará lo que desees, siempre que sea beneficioso para ti, porque te ama y «nada bueno niega a los que andan en integridad» (Salmo 84:11, LBLA). Si se trata de algo bueno para ti y para los demás, te lo dará más que gustoso. Por otra parte, cuando insistimos y nos empeñamos en algo que Él sabe que terminará siendo una mala decisión, Él a menudo permite que suframos las consecuencias de ello. Nos concede nuestros deseos, pero quedamos vacíos por dentro (Salmo 106:15).Así pues, al contrario de lo que muchos piensan, normalmente Dios no decide por nosotros. Las decisiones están en nuestras manos. De nosotros depende sondear las posibilidades y determinar qué es lo que más nos conviene basados en el conocimiento que tenemos de Su Palabra, en las experiencias que hayamos acumulado y en las consultas que realicemos con Él. Nos puso en esta Tierra para que aprendiéramos a tomar decisiones atinadas basándonos en nuestro contacto personal con Él, en nuestro conocimiento de Su Palabra y de Su voluntad y en el amor que abrigamos por Él y por el prójimo. En ese sentido, tenemos que hacer lo que nuestra conciencia nos dicte que está bien.Eso nos lleva de nuevo al versículo «cada uno esté plenamente convencido de lo que piensa» (Romanos 14:5, RV95). Hay que estar seguro de la decisión, y luego actuar y hacer lo que se considera acertado, digan lo que digan los demás. Actúa cuando tengas el convencimiento de que es la voluntad de Dios, de que no contradice Su Palabra y de que se ha confirmado por otros medios. Y lo mejor que puedes hacer es consultar con el Señor. A Él le gusta que acudamos a Él y descubramos cuál es Su voluntad, a fin de que luego sepamos sin sombra de duda que estamos procediendo bien.Hasta entonces, no tomes determinación alguna. No dejes que nadie te presione a tomar ninguna decisión sobre la que albergues dudas. El Señor quiere concederte tus deseos siempre y cuando te deleites en Él. Pero es menester que sean tus deseos, no los ajenos; tu decisión, no la de otro.Que Dios te bendiga, te guarde y se sirva de ti para realizar muchas cosas buenas. Que te conceda todos tus deseos, en tanto que te deleites en Él y en Su amor. «No temáis [...], porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12:32). Que sea lo que tú quieras, conforme a la voluntad de Dios. Él quiere que seas tú quien decida.

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