La mayoría de los seres humanos no se consideran muy fuertes ni muy capaces. Desearían tener ciertas cualidades y habilidades que les parece que les faltan. Por eso conviene recordar que Dios se especializa en valerse de personas que no son extraordinarias de por sí. El apóstol Pablo dijo: «Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en Su presencia» (1 Corintios 1:26-29). ¿Por qué Dios elige deliberadamente a personas débiles? Porque cuanto más débiles seamos, más puede Dios demostrar lo que es capaz de hacer. Es precisamente nuestra debilidad lo que le permite manifestar Su gran poder, superar nuestras limitaciones humanas y hacer milagros. «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Corintios 4:7). Cuando no nos sentimos capaces de realizar una tarea que Dios nos ha puesto delante, Él tiene oportunidad de encargarse de ella y hacerla a Su manera. De hecho, cuanto más débiles nos sintamos, más fuertes podemos llegar a estar en Su Espíritu, porque Su poder se manifiesta cuando nos encontramos en ese estado (2 Corintios 12:10). Esa sensación de incapacidad es estupenda, puesto que nos hace acudir al Señor, y así le damos ocasión de intervenir. «Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Al Señor le gusta que manifestemos nuestra dependencia de Él, que nos demos cuenta de que necesitamos Su ayuda y que se la pidamos, conscientes de que «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lucas 18:27).
El flanco débil de la fortaleza La mayor tentación de las personas dotadas de mucho talento y dinamismo es procurar lograr su cometido apoyándose en toda esa energía y habilidad que tienen; pero eso conlleva sus limitaciones y sus riesgos. «Los grandes hombres tienen grandes defectos», y el mayor de ellos consiste en seguir adelante por su cuenta, por sus propias fuerzas, en vez de permitir que el Señor obre a través de ellos. Todo ese talento, capacidad y empuje es con frecuencia lo que impide que el Señor manifieste Su fortaleza. A las personas que son así les resulta más difícil confiar en el Señor, pues están acostumbradas a valerse por sí mismas. Mi propia madre, por poner un ejemplo, era una mujer muy dotada: Dios le había dado talento para un montón de cosas, mucha habilidad, dinamismo, personalidad, presencia, etc. Pero el Señor sólo pudo servirse de ella como quería después que ella se partió la columna en un accidente y se pasó cinco años entre la cama y la silla de ruedas. Una vez que ella y los médicos hubieron probado de todo sin éxito, cuando ya no tenía a quién más recurrir y se le habían agotado las fuerzas, el Señor intervino y la sanó milagrosamente. ¡Y a ella no le quedó la menor duda de que era Él quien la había curado! Después de esa experiencia, ella todavía conservaba los rasgos de personalidad y las aptitudes que Dios le había dado en un principio, pero aprendió a apoyarse en Él, a poner a Su disposición todas esas buenas cualidades que tenía y a reconocerle el mérito de todo lo que se llevara a cabo. Y entonces Dios por fin pudo valerse plenamente de ella. Como es natural, no hay nadie que no se apoye hasta cierto punto en su habilidad innata en diversas circunstancias. Por eso todos debemos aprender a depender más del Señor y de Sus fuerzas.
Cómo obtener victorias espirituales Se dice que «el Diablo sale disparado cuando ve al más débil de los santos arrodillado». Eso es muy cierto, porque cuando somos débiles por nosotros mismos tenemos oportunidad de fortalecernos «en el Señor y en el poder de Su fuerza» (Efesios 6:10). No obstante, es posible que el Diablo no salga tan disparado si somos una de esas personas que se consideran fuertes. La confianza excesiva en uno mismo constituye una grave debilidad espiritual. «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10:12). Martín Lutero escribió:
De nuestras fuerzas depender sería estar perdidos, mas con nosotros lucha Aquel que Dios ha escogido. ¿Pregunta alguien quién es? ¡Cristo Jesús, es Él! De ejércitos Señor, por siempre el Salvador. ¡Él triunfa en la batalla! De nada sirve que confiemos en nuestras propias fuerzas. Debemos fijar la mirada en el Señor, y debe ser Él quien gane la batalla. No es necesario que tratemos de obtener victorias por nuestra cuenta, bregando y esforzándonos en la carne. Basta con que le entreguemos a Dios nuestra voluntad, y Él se encargará de hacer el resto, ¡que es prácticamente todo!
El flanco débil de la fortaleza La mayor tentación de las personas dotadas de mucho talento y dinamismo es procurar lograr su cometido apoyándose en toda esa energía y habilidad que tienen; pero eso conlleva sus limitaciones y sus riesgos. «Los grandes hombres tienen grandes defectos», y el mayor de ellos consiste en seguir adelante por su cuenta, por sus propias fuerzas, en vez de permitir que el Señor obre a través de ellos. Todo ese talento, capacidad y empuje es con frecuencia lo que impide que el Señor manifieste Su fortaleza. A las personas que son así les resulta más difícil confiar en el Señor, pues están acostumbradas a valerse por sí mismas. Mi propia madre, por poner un ejemplo, era una mujer muy dotada: Dios le había dado talento para un montón de cosas, mucha habilidad, dinamismo, personalidad, presencia, etc. Pero el Señor sólo pudo servirse de ella como quería después que ella se partió la columna en un accidente y se pasó cinco años entre la cama y la silla de ruedas. Una vez que ella y los médicos hubieron probado de todo sin éxito, cuando ya no tenía a quién más recurrir y se le habían agotado las fuerzas, el Señor intervino y la sanó milagrosamente. ¡Y a ella no le quedó la menor duda de que era Él quien la había curado! Después de esa experiencia, ella todavía conservaba los rasgos de personalidad y las aptitudes que Dios le había dado en un principio, pero aprendió a apoyarse en Él, a poner a Su disposición todas esas buenas cualidades que tenía y a reconocerle el mérito de todo lo que se llevara a cabo. Y entonces Dios por fin pudo valerse plenamente de ella. Como es natural, no hay nadie que no se apoye hasta cierto punto en su habilidad innata en diversas circunstancias. Por eso todos debemos aprender a depender más del Señor y de Sus fuerzas.
Cómo obtener victorias espirituales Se dice que «el Diablo sale disparado cuando ve al más débil de los santos arrodillado». Eso es muy cierto, porque cuando somos débiles por nosotros mismos tenemos oportunidad de fortalecernos «en el Señor y en el poder de Su fuerza» (Efesios 6:10). No obstante, es posible que el Diablo no salga tan disparado si somos una de esas personas que se consideran fuertes. La confianza excesiva en uno mismo constituye una grave debilidad espiritual. «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Corintios 10:12). Martín Lutero escribió:
De nuestras fuerzas depender sería estar perdidos, mas con nosotros lucha Aquel que Dios ha escogido. ¿Pregunta alguien quién es? ¡Cristo Jesús, es Él! De ejércitos Señor, por siempre el Salvador. ¡Él triunfa en la batalla! De nada sirve que confiemos en nuestras propias fuerzas. Debemos fijar la mirada en el Señor, y debe ser Él quien gane la batalla. No es necesario que tratemos de obtener victorias por nuestra cuenta, bregando y esforzándonos en la carne. Basta con que le entreguemos a Dios nuestra voluntad, y Él se encargará de hacer el resto, ¡que es prácticamente todo!
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