viernes, 30 de octubre de 2009

¡La destrucción de los sodomitas!


(Tomado de los capítulos 13, 14, 18 y 19 del Génesis)
Lot, el juez principal de la ciudad de Sodoma, iba por la calle, cansado y desilusionado, en dirección a su puesto de juez, a la sombra de las puertas de la ciudad. A medida que avanzaba, observaba a varios grupos de hombres que, tomados de la mano, caminaban contoneándose y soltando risitas femeninas. Vio a otros tendidos en las alcantarillas, incapaces de moverse a causa de su borrachera. Movió la cabeza en señal de repulsión y siguió su camino. Se sentó en su silla de juez y los homosexuales comenzaron a desfilar delante suyo presentando sus querellas. En determinado momento se le acercó un hombre barbado, de cierta edad, que levantó un dedo acusador contra otro que había cerca de allí: —¡Nabal se niega a compartir su herencia conmigo! —se lamentó con voz quejica. —¿Es tu hermano? —le preguntó Lot. El hombre hizo con la mano un amanerado gesto de negativa y respondió: —Qué va, tonto. ¡Es mi amante! ¡En ese instante, la audiencia fue interrumpida intempestivamente al resonar en la ciudad la gritería provocada por una pandilla de malhechores! ¡Un hombre que visitaba Sodoma acababa de ser atacado, robado y violado a plena luz del día en la calle principal! De inmediato se suspendió el juicio y Lot corrió hacia el lugar. Se abrió paso entre la multitud. En el suelo yacía un extranjero, con las ropas desgarradas y el cuerpo golpeado y ensangrentado. Estaba muerto. —¡¿Quién ha visto el crimen?! —preguntó Lot, dirigiéndose a la multitud. —¡Yo lo vi! —exclamaron unos 200 hombres al unísono. —¡¿Y no hicieron nada para detenerlo?! —exclamó Lot. —¡No era asunto nuestro! —replicó un obeso comerciante—. ¡En Sodoma cada uno se cuida solo! ¡Tú lo sabes bien! Con aspecto desolado, Lot ordenó que se llevaran el cadáver, y luego de que varios de los presentes dieran cuenta de lo que habían visto, dijo a la gente congregada a su alrededor: —¡Este caso será juzgado por la tarde! Dio la vuelta y se dirigió rumbo a su mansión para descansar un rato. Aunque era la hora del almuerzo, no sentía hambre. —Esta ciudad malvada —pensó— aflige mi alma justa (2Pedro 2:7—8). ¡Yo creía que al quedarme aquí en calidad de juez, ejercería una influencia positiva sobre sus habitantes! ¡Pero está todo peor que nunca!
* * *
Abraham, el anciano tío de Lot, estaba sentado a la entrada de su tienda, en el calor del día, a la sombra de los grandes robles de Hermón, cuando de repente levantó la mirada y descubrió que tres hombres se acercaban a él. ¡Los rodeaba un halo tan intenso y sobrenatural, que Abraham percibió que no se trataba de seres mortales! Incorporándose de un salto, se apresuró a salirles al encuentro y les hizo una profunda reverencia. —Señor, si he hallado gracia delante de tus ojos —le dijo al jefe del grupo— te ruego que no pases de tu siervo. Permítanme servirles algo de comer para que recuperen fuerzas, y luego podrán seguir su camino. Preparó entonces Abraham carne, leche, queso y pan, y lo puso todo delante de ellos. Luego de comer, se incorporaron para seguir su camino. Emprendieron la marcha, y Abraham salió a acompañarlos durante un trecho, hasta llegar al borde de los altos de Hebrón. Las montañas de Canaán tenían más de mil metros de altura, por lo que desde las afueras de su campamento, situado en las laderas del monte Hebrón, Abraham alcanzaba a ver el valle de Sidim a unos 50 kilómetros de distancia, en el extremo sur del Mar Muerto. Y a lo lejos, en el centro de aquel exuberante valle, se divisaban las murallas de Sodoma y Gomorra, resplandecientes por efecto del sol. ¡Abraham comprendió que aquellos "hombres" tenían que ser el Señor en persona y dos de Sus arcángeles guardianes! Entonces, el Señor le dijo: —Abraham, no te ocultaré lo que estoy a punto de hacer. —Señalando el valle que se extendía a sus pies, agregó—: El clamor contra Sodoma y Gomorra, y el hedor que se levanta de ellas, es tan enorme, y su pecado se ha agravado tanto, que descenderé para ver si su maldad es tan grande como el clamor que ha llegado hasta Mí. Y si no... ¡lo sabré! Los tres "hombres" dieron la vuelta y empezaron a descender por el sendero de la montaña, pero Abraham los detuvo, rogando: —Señor, ¿destruirás también a los justos junto con los impíos? ¿Qué harías si hubiese 50 justos en la ciudad? El Señor se volvió hacia Abraham y le dijo: —Si encuentro 50 justos en Sodoma, perdonaré toda la ciudad debido a ellos. Abraham se dio cuenta de que iba a ser sumamente difícil encontrar 50 personas justas, así que volvió a decir: —Y si hubiese menos de 50 justos en la ciudad? ¿Destruirías la ciudad si encontraras cinco justos menos? —Si encuentro 45 —replicó el Señor— no la destruiré. Con desesperación, Abraham insistió: —¿Y qué sucedería si solo encontraras 40? —Debido a los cuarenta, no lo haré. —Pero... pero, ¿qué sucedería si solo se hallaran allí 30 justos? Y el Señor le respondió: —Si encuentro en ella 30 hombres justos, no destruiré la ciudad. —¿Y si solo hubiese 20? —Por amor a esos 20, no destruiré la ciudad —respondió el Señor pacientemente. Pero Abraham volvió a implorar: —No se enoje ahora mi Señor, pero quisiera hablar una vez más. ¿Qué sucedería si solo... 10 fuesen hallados? —No la destruiré por amor a los diez —respondió el Señor, indicando con el tono de voz que daba por terminado el diálogo. Luego, volviéndose, desapareció de la vista de Abraham.
* * *
Al atardecer, antes de que cayeran las sombras, los dos ángeles llegaron a las puertas de la ciudad de Sodoma. Lot estaba sentado en el sitial reservado al juez, junto a las puertas. Observó que los visitantes tenían aspecto distinguido, de modo que se incorporó y salió a recibirlos, y les dijo con amabilidad: —Señores, les ruego que vengan a mi casa y se alojen en ella esta noche. Pero ellos le contestaron: —No. Pasaremos la noche en la plaza de la ciudad. Lot no tenía duda del destino que aguardaría a los dos peregrinos si intentaban dormir en la plaza de la ciudad, de manera que los convenció para que pasaran la noche en su casa. En ella estaban sus dos jóvenes hijas y su esposa, que le ayudaron a preparar la comida para sus dos invitados. Pero cuando se disponían a acostarse, oyeron un tumulto alrededor de la casa que crecía cada vez más. Luego de asomarse a la ventana, una de las hijas de Lot balbuceó: —¡Padre!, mira; ¡parece que toda la ciudad estuviera congregada alrededor de nuestra casa! Lot también se asomó, y dijo con temor: —Así es. ¡Nos han rodeado! —percibiendo la espantosa razón de todo aquello. De pronto, varios de los hombres de la turba gritaron a Lot: —¿Dónde están los hombres que esta noche vinieron contigo a tu casa? ¡Sácalos aquí fuera, para que tengamos relaciones con ellos! ¡Lot estaba horrorizado! Y como aquellos dos forasteros estaban bajo su techo, sentía que era su deber protegerlos. Sabía que de no hacerlo, serían brutalmente violados durante toda la noche y tal vez abandonados sin vida al amanecer. Juntando valor, salió de la casa, cerró la puerta detrás suyo, y le gritó a la turba desde la escalinata de su vivienda: —¡Amigos, les ruego que no cometan semejante canallada! Luego de observar el mar de rostros que lo rodeaba, intuyó que le resultaría imposible detenerlos, de manera que en un último y desesperado esfuerzo por proteger a sus invitados, dijo: —¡Vean! ¡Tengo dos hijas que son vírgenes! Jamás han tenido relación con hombre alguno. ¡Se las cederé, y podrán ustedes hacer con ellas lo que quieran, pero por favor, no hagan daño a estos hombres! Lot amaba a sus hijas de todo corazón, pero le pareció que sería preferible que la multitud violara a sus dos hijas, a que violara a aquellos hombres santos. —¡¿Mujeres?! —replicó la chusma con sorna—. ¿A quién le interesa acostarse con mujeres? ¡Por más que sean vírgenes hermosas! Uno de los cabecillas gritó: —¡Este tipo llegó aquí de inmigrante, y ahora se da aires de juez! —Y volviéndose a Lot, le dijo amenazadoramente—: Por meterte, ¡vamos a violarte a ti peor aún que a ellos! —¡Sal del medio! ¡Muévete! —le gritaron, y subieron la escalinata, empujando a Lot contra la puerta. En su primer asalto, a punto estuvieron de romper la puerta; ¡pero de repente los extraños y fortachones huéspedes de Lot abrieron la puerta y lo introdujeron en la casa! Sus ojos llameaban de indignación, y alzando una mano sobre la multitud, uno de los ángeles descargó sobre ella un relámpago enceguecedor y sobrenatural, dejándolos ciegos en un instante. Luego entró y cerró la puerta echando el cerrojo. ¡No volvió a producirse ningún ataque contra la casa, ya que todos los hombres que había en la calle quedaron completamente ciegos, y comenzaron a tropezar aterrados en medio de la oscuridad! Lot estaba boquiabierto. ¡Ya no le cabía duda de que sus huéspedes eran poderosos ángeles de Dios! Uno de los ángeles se volvió hacia Lot y con tono de urgencia le dijo: —¿A quién más tienes en esta ciudad? ¡Sácales ya mismo de Sodoma! ¡Porque estamos a punto de destruirla! Lot salió corriendo desesperado de su casa y se abrió paso entre el grupo de hombres cegados, y se dirigió apresuradamente hacia las viviendas de sus hijas y yernos. —¡Rápido!, tienen que abandonar este lugar —les dijo—, porque el Señor está a punto de destruir la ciudad. Pero sus yernos supusieron que no hablaba en serio, y no quisieron creerle. Cuando vio que era imposible convencerles, Lot regresó a su hogar, solo y descorazonado. Sin embargo, guardaba la esperanza de que cambiaran de opinión, así que esperó hasta el amanecer. Si la espera se prolongaba demasiado, podría suceder que algunos de los habitantes de la ciudad salieran de ella y se libraran de quedar atrapados en la destrucción, así que los ángeles exhortaron a Lot, diciéndole: —¡Tienes que abandonar la ciudad ya mismo! Toma a tu esposa, a tus dos hijas vírgenes, y márchate, o serás consumido en la destrucción de esta ciudad impía y malvada! Lot dudó un momento. Pensaba no solo en sus otras hijas y en sus yernos, sino también en la elevada posición que disfrutaba como juez y en las muchas riquezas y bienes que tenía en la ciudad. Entonces los ángeles lo tomaron de la mano a él, a su esposa y a sus dos hijas, y prácticamente los llevaron a la fuerza por las calles de la ciudad hasta cruzar las grandes puertas y salir fuera de la murallas, al exterior. Al tiempo que señalaban las montañas cercanas, los ángeles les ordenaron: —¡Huyan si quieren salvar la vida! ¡Mientras crucen la llanura, no se vuelvan ni se detengan! ¡Escapen de inmediato a las montañas, o serán consumidos en la destrucción! Con la mirada puesta en las montañas que se elevaban a 15 km de distancia, Lot clamó: —¡Señor, no! ¡Por más que corra, no podré llegar tan lejos antes de que ese desastre me alcance! ¡Me arrastrará consigo y moriré! Mira, aquel pueblo sobre las colinas, Zoar, ¡está suficientemente cerca como para huir a él! No es más que un pueblito, ¿verdad? ¡Por favor, no lo destruyas, y deja que me refugie en él! Zoar, a diferencia de las ciudades del llano, no había caído por completo en la sodomía, así que el ángel le respondió con gesto adusto: —Está bien. No destruiré el pueblo de que hablas, ¡huye y refúgiate en él! Pero no podré hacer nada antes de que llegues, ¡así que apúrate! Ya el sol estaba alto en el cielo cuando cuando Lot, su esposa y sus hijas, completamente exhaustos, se perdieron de vista, tambaleándose, tras la última curva del camino que llevaba a Zoar. ¡Entonces se escuchó el sordo retumbar de un trueno mientras la tierra temblaba bajo sus pies! El rugido fue creciendo incesantemente. ¡De repente la tierra se estremeció con tanta violencia que estuvieron a punto de ser derribados! Tras los portales de Sodoma y Gomorra, los suelos de calles y plazas se abrieron y curvaron por la enorme presión que venía de abajo, y los edificios y palacios se derrumbaron como castillos de naipes. Súbitamente, se rajó el suelo por completo y desde las entrañas de la tierra brotaron, rugiendo, enormes chorros de fuego, elevándose hasta el cielo. En ese instante se inició una reacción en cadena. Bajo el suelo del valle de Sidim había grandes depósitos de sal y azufre, además de bolsones de brea y alquitrán, debido a los cuales el valle estaba salpicado de pozos de brea. Al entrar en combustión con el fuego, ¡estallaron en cegadoras lenguas de fuego! Mientras se esforzaba por llegar a Zoar, Lot sintió en los hombros las oleadas de calor sofocante y abrasador. —¡¡NO MIREN ATRÁS!! ¡¡NO MIREN ATRÁS!! —les gritó a su esposa y a sus hijas. ¡Con un estampido final y ensordecedor, todo el valle de Sidim estalló, desatando un infierno de muerte y destrucción que devoró a Sodoma y Gomorra! ¡El terreno que ocupaban las ciudades fue prácticamente removido y dado vuelta, cuando brotaron hacia el cielo cientos de miles de toneladas de azufre encendido, alquitrán inflamado y sal! Y todo ese material cayó luego sobre aquellas ciudades malvadas como una lluvia de "fuego y azufre desde el Cielo". La mujer de Lot avanzaba rezagada y de mala gana, y cuando oyó el estallido final, se dio vuelta para mirar, ¡pensando en su elegante palacete de la ciudad y en todas sus riquezas y vestidos, y lamentándose por haber tenido que abandonar la ciudad! Durante un instante permaneció paralizada por el horror ante el holocausto desatado frente a sus ojos. ¡De pronto, incontables toneladas de sal abrasadoramente caliente, vomitadas por la violencia del estallido, se esparcieron en varios kilómetros a la redonda con la fuerza de un huracán! En tanto Lot y sus hijas se habían arrojado tras las gruesas murallas de Zoar, poniéndose a salvo, las oleadas de sal envolvieron por completo a la mujer de Lot en el instante en que observaba la llanura, incrustándose en su cuerpo y convirtiéndola, literalmente, en una estatua de sal. Aterrorizados ante aquellos hechos, y temiendo por su seguridad y la de los suyos, Lot y sus dos hijas huyeron de Zoar y se refugiaron en las montañas, lejos de aquella terrible catástrofe, y moraron en una cueva. Horas después, Lot y sus hijas se atrevieron a asomarse a la boca de la cueva en que se habían ocultado, cubriéndose el rostro con sus ropas para protegerse de los asfixiantes y abrasadores vapores de azufre. ¡Lo que vieron parecía un paisaje de otro mundo! ¡El valle era escenario de una destrucción total! Ni un solo hombre, ni un animal, ni un árbol, ni una planta, ni una sola ciudad, nada había quedado en todo el valle de Sidim... ¡excepto Zoar! ¡Toda la planicie, hasta llegar al pie de las murallas de Zoar, había quedado sepultada bajo un espeso manto de sal! ¡Y a poca distancia de las puertas de la ciudad había una sólida columna de sal, en el sitio donde la esposa de Lot se había vuelto con pena a observar el fin de Sodoma!
REFLEXIÓN: (1) ¡Los hechos que se acaban de relatar fueron una severa advertencia para todas las generaciones posteriores de que el Señor está muy en contra del pecado de sodomía u homosexualidad! En 2Pedro 2:6 dice: "¡El Señor condenó por destrucción a Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente!" En Romanos 1:14—27 se describe la sodomía: "Hombres entregados a pasiones vergonzosas... que abandonan las relaciones naturales con las mujeres y se encienden en lascivia unos con otros... cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres." (2) Muchos sodomitas aducen que como Jesús vino y abolió la Ley Mosaica, la homosexualidad dejó de ser pecado, y que se ha convertido en algo "puro y limpio". ¡Tal afirmación es una mentira descarada! ¡El Señor sigue oponiéndose por completo a ello! ¡Ese "Señor" que se apareció a Abraham y dirigió personalmente la destrucción de Sodoma y Gomorra fue Jesús! ¡"Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (Hebreos 13:8), y Su postura frente a la sucia práctica de la sodomía no ha variado! (3) ¡Incluso los médicos afirman que la práctica homosexual es contra natura y antihigiénica, y que provoca todo tipo de enfermedades e infecciones! ¡Y al igual que el Señor exterminó a miles de sodomitas en Sodoma y Gomorra, miles de sodomitas mueren en la actualidad víctimas de toda clase de enfermedades! En especial a causa de una enfermedad mortal de reciente aparición: ¡el SIDA! Tal como dice en Romanos 1:27, "los hombres cometen hechos vergonzosos unos con otros, y reciben en sí mismos el castigo debido a su perversión". ¡El Señor siempre trata de inducirlos a cambiar por medio del amor, pero lamentablemente, muchos sodomitas se niegan a arrepentirse o a aceptar la verdad! ¿Por qué? Porque "no aprueban tener en cuenta a Dios", y son por lo tanto "entregados a una mente reprobada, para hacer cosas que no son naturales" (Romanos 1:28). (4) ¡La sodomía (homosexualidad) es una enfermedad espiritual, una posesión u opresión demoníaca ejercida por espíritus femeninos, denominados "íncubos"! Un hombre puede dar cualquier excusa justificando su sodomía, ¡pero la verdadera razón es que ha sometido su mente y cuerpo a demonios! ¡Por lo tanto, la única manera segura de librarse de ello es exorcizar el demonio femenino por medio de una oración ferviente y rechazar el espíritu maligno en el nombre de Jesús! Hay pobres hombres que han caído en la sodomía sin saber cuán mala es, y necesitan que se les explique con amor y basándose en la Palabra de Dios, que es algo equivocado y que necesitan implorar su liberación. ¡Si oran, el Señor los librará y perdonará! (5) ¡Al igual que sucedía en las antiguas ciudades de Sodoma y Gomorra, en muchos países del mundo la homosexualidad se ha difundido, ha sido aceptada y hasta fomentada! Existen incluso ciertos "cristianos" que consideran que en una sociedad tan "avanzada" como la actual, la homosexualidad debe ser aceptada y tolerada. ¡Es lo mismo que pensaba Lot hace 4.000 años! ¡Pero terminó siendo rescatado a duras penas de un país lleno de sodomitas! (6) En 2Pedro 2:7—8 dice: "El Señor libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados!" Si es verdad que Lot era tan "justo", ¿por qué, desobedientemente, permaneció tantos años en Sodoma, teniendo finalmente que ser sacado por la fuerza para salvar su vida? Por la misma razón que hoy, muchos cristianos, viven en ciudades infestadas de sodomía: ¡están demasiado enamorados de sus bienes, de su posición y de los lujos de la vida urbana, como para abandonar esas ciudades, por muy perversas que sean! (7) El apego que la mujer de Lot tenía a sus bienes y a las comodidades materiales de la ciudad era aún mayor que el de Lot, por lo que desobedeció al Señor y le dio una última y nostálgica mirada a todos sus tesoros en el momento en que eran destruidos, ¡y le costó la vida! ¡Cuando describía los terribles juicios de Dios que están a punto de destruir a las perversas ciudades de la actualidad, Jesús lo comparó a los de la época de Lot! (Lucas 17:28— 30) Cuando ordena a los cristianos que huyan a las montañas y no regresen por sus riquezas en los días en que reinará la maldad y serán perseguidos, Jesús les advierte: "¡Acordaos de la mujer de Lot!" (Lucas 17:32) (8) Abraham, que era un hombre muy justo y piadoso, trató de convencer a Dios de que no destruyera a Sodoma. ¡Quería que Dios perdonara a Sodoma sólo por su sobrino! Pero Dios no quería perdonarla. Lot, también, intentó salvar a Sodoma. ¡Se quedó a vivir en la ciudad con el deseo de provocar cambios y reformas ejerciendo el cargo de juez durante años! ¡Pero Dios sabía que era un caso perdido! ¡El se vio obligado a destruirlos antes de que contaminaran al mundo entero con sus pecados inmundos y malvados! ¡Sin embargo, la sodomía ha vuelto a ser corriente y los juicios de Dios volverán a caer inexorablemente! (9) La historia que acabamos de ver resalta también otra gran enseñanza, acerca del peligro de transigir y no proclamar la verdad, ya sea por intereses económicos o para conservar la reputación o la posición. Es obvio que Lot no dio un testimonio veraz ni fue un juez justo hasta la noche final, ¡puesto que si lo hubiera hecho anteriormente, habría sido expulsado de Sodoma varios años antes! (2Tim.3:12) Se "afligía cada día su alma justa", ¡pero no alzó la voz ni los reprendió, tal como debería haberlo hecho! Tal como dice en Efe.5:11, "No debemos participar de las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprenderlas". Si tomamos en cuenta que ni siquiera sus yernos e hijas casadas creyeron lo que sucedería, negándose a abandonar la ciudad con Lot, su esposa y sus hijas solteras, pensando que bromeaba, debemos creer que antes de aquel momento él no había dado un testimonio muy veraz ni convincente. Si uno se encuentra en una situación en la que, para poder conservarla, debe sacrificar el Mensaje, ¡tal vez no sea voluntad de Dios que uno siga en dicha situación! ¿Qué dices a esto? ¿Tú toleras la sodomía?

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