domingo, 16 de mayo de 2010

¿Hay que merecer el amor?


Una persona no necesita ser perfecta para merecer nuestro amor. No necesita ser intachable ni de trato fácil. Menos mal, pues no creo que nadie sea así en todo momento, ya que nadie es perfecto. Dios no nos exige perfección, pero sí espera que nos tratemos unos a otros con amor y comprensión. «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (Gálatas 5:14). Es fácil que personas que conviven o trabajan en un mismo entorno se critiquen o piensen mal unas de otras. Eso naturalmente no ayuda en nada. Conduce a un círculo vicioso de enjuiciamiento, reproches y fiscalizaciones que socava la amistad y los nexos entre compañeros de trabajo. Pero no tenemos por qué caer en eso. La alternativa es crear un círculo virtuoso de ser amables unos con otros en esos días malos que todos tenemos, de perdonarnos los errores, de compensar los puntos flacos de los demás con los fuertes de uno mismo, de procurar que salgan a la luz las buenas cualidades de los otros. El amor engendra amor y anima a los demás a dar lo mejor de sí. Nos hace a todos felices, y además Dios lo bendice. En vez de medir lo generosos que son los demás con nosotros o tratar de evaluar cuánto se merecen nuestro amor y sacrificios, conviene pedir a Dios que nos infunda más amor. Su amor es incondicional, tan fuerte y tan puro que soporta nuestras faltas y embarradas, que son muchas por el simple hecho de que somos humanos. Debemos pedirle un amor que no dependa de si congeniamos o no con una persona; un amor que aprecie a todos por lo que son; un amor que se manifieste aun cuando la otra persona sea impuntual, egoísta, maleducada, desarreglada, desorganizada o se equivoque de plano. La falta de amor puede tener muchas causas. Una actitud criticona es una de ellas. Otra es el egocentrismo: cuando nos obsesionamos con nuestras propias necesidades y deseos no logramos ver las necesidades ajenas. Otra es el egoísmo, pensar que dedicar tiempo y atención a los demás nos costará demasiado o no nos traerá los beneficios esperados. Otro factor que deriva en falta de amor es el excesivo atareamiento: nos concentramos tanto en alcanzar nuestros objetivos que no nos damos cuenta del efecto que eso tiene en los demás. El estrés también nos impide amar, pues en el momento nada nos parece más importante que la presión que sentimos. El orgullo es otra de las causas, ya que expresar amor por medio de palabras y hechos concretos requiere humildad, mientras que el orgullo nos dice que debemos esperar a que la otra persona dé el primer paso. Los resentimientos y los agravios no perdonados también pueden incapacitarnos durante mucho tiempo para manifestar amor. Es posible que esas personas a las que tanto nos cuesta amar sean bastante conflictivas. A lo mejor no se conducen como es debido. Tal vez tienen muchísimos defectos. Uno siempre puede echar mano de alguna excusa para no amar a una persona. Si solo estamos dispuestos a amar cuando nos resulta fácil, las justificaciones para no hacerlo estarán siempre a la orden del día. Sin embargo, si nos ponemos en el lugar de los demás, nos daremos cuenta de la diferencia que hace un poco de cariño. Se hace evidente entonces que todas esas excusas carecen de validez. El apóstol Pablo escribió que sin amor la vida no tiene mayor valor ni sentido. De nuestros talentos y éxitos, y aun de nuestros sacrificios, afirmó: «Sin amor, nada son» (1 Corintios 13:1-3). Amar incondicionalmente y sin hacer acepción de personas no es una cualidad innata. Es algo sobrenatural, celestial. Pero eso no significa que esté fuera de nuestro alcance. «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces» (Santiago 1:17). «Pedid [a Dios], y se os dará» (Mateo 7:7). Aunque es un don, uno no lo domina de un día para otro. Lo que vale cuesta. Tal como sucede cuando se pretende sustituir un mal hábito por uno bueno, aprender a amar como lo hace Dios toma tiempo, reflexión, oración y esfuerzo. Si queremos crecer en amor es preciso que nos hagamos tiempo para ello. Si te parece que algo de esto se te aplica, haz una pausa y revalúa tu situación. Examina tu vida y tus metas y reserva más tiempo para el amor. Dedica más tiempo a tus seres queridos. Busca tiempo para cultivar la amistad, y no solo con las personas con las que ya tienes una relación estrecha o con las que te llevas bien por naturaleza. Hazte tiempo para manifestar amor con abnegación, y sobre todo tómate tiempo para disfrutar de una comunión íntima con Jesús, al que la Biblia llama «la imagen misma del Dios invisible» (Hebreos 1:3; Colosenses 1:15), para que Él te llene y te transforme con Su amor, y para expresarle tu agradecimiento. Dios quiere darnos el amor que necesitamos para sentirnos satisfechos y felices. Quiere valerse de nosotros para manifestar amor a otras personas. Desea aumentar nuestra capacidad de amar mucho más de lo que creemos posible. El amor es un milagro. Pide a Dios ese milagro. Pídele que te vuelva más como Él es, y luego actúa como si tuvieras todo el amor que te hace falta para decidir con acierto, generosidad, amor y humildad, aunque te cueste. Dios no te defraudará. Llenará tu corazón hasta rebosar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario