jueves, 20 de mayo de 2010

Asistencia adicional


¿Alguna vez te has encontrado lejos de casa y sin dinero? Yo tuve esa experiencia cuando me fui a estudiar a la universidad. Me angustié tanto que no podía dormir. De golpe se me ocurrió escribir a mi padre. Naturalmente, debí haber manejado con más cuidado mi presupuesto; pero sabía que él lo comprendería. ¡Qué alivio sentí cuando tomé esa decisión! Ya antes mi padre me había ayudado muchas veces. Sabía que volvería a hacerlo. En los días que pasaron desde que envié la carta hasta que recibí la respuesta no tuve la menor inquietud. [N. de la R.: Esto ocurrió hace más de 100 años, antes que existiera el correo electrónico y se generalizara el uso del teléfono.] Sabía que el dinero extra que le había tenido que pedir me llegaría. Y así fue. Todos hemos tenido días en que los conflictos se suceden uno tras otro y nuestras fuerzas flaquean. Miramos a nuestro alrededor y no hallamos salida. Luego acudimos a Dios y le pedimos una ayudita extra. Quizá ya sabes lo que es disponer de Su ayuda a diario. Cuentas con ella y se la agradeces. Pero cuando Él dice: «Invócame en el día de la angustia; te libraré» (Salmo 50:15>), se refiere a algo más. Se trata de una asistencia adicional en circunstancias extraordinarias: mayores fuerzas cuando nos sentimos particularmente débiles, una mayor provisión de bienes materiales cuando se nos presentan necesidades para las que no damos abasto, mayor firmeza cuando estamos bajo presiones abrumadoras, mayor perspicacia cuando nada se ve claro y una mayor medida de amor cuando alguien necesita que le manifestemos el amor de Dios. Acudimos a nuestro Padre celestial, y Él nos concede esa ayuda extra que nos hace falta para superar la dificultad que nos agobia en ese momento.

Nuestro Padre celestial es muy accesible, está apenas a una oración de distancia, presto a perdonarnos y concedernos esa ayuda adicional.

Hay quienes afirman que Dios ha prometido acompañarnos en nuestras tribulaciones, pero no librarnos de ellas. A tales personas les recomiendo que lean ese versículo con más detenimiento. Puede que no nos libre tan rápidamente como quisiéramos, ni tal como esperamos, pero sí promete que nos librará: «Invócame en el día de la angustia; te libraré». Promete ambas cosas. Sin duda que Dios estuvo con Daniel en el foso de los leones; pero además lo libró de él (Daniel 6:16-23). Sabemos que estuvo con Sadrac, Mesac y Abed-nego en el horno de fuego ardiente, pues el rey Nabucodonosor dijo haber visto cuatro siluetas en medio de las llamas, «y el aspecto del cuarto [era] semejante a hijo de los dioses» (Daniel 3:24,25). Pero seguidamente Dios los libró. Cuando Dios no nos libra de inmediato de alguna prueba, generalmente es porque no estamos listos para ello; hay algo que nos falta hacer o que tenemos que aprender. Una vez que lo descubrimos y lo hacemos, o lo aprendemos, Dios nos libra. He vivido situaciones en que estaba tan desanimada por mis fracasos que me sentía incapaz de clamar a Dios. Pero cuando dejé de fijarme en mis fallos y debilidades y me centré más bien en las promesas de Dios, Él me libró. Me concedió esa ayuda extra apenas se la pedí. Hoy en día circulan toda suerte de consejos para superar las dificultades: «El baile disipa la angustia», «No dejes de sonreír», «Procura descubrir algo bonito todos los días», «Ten un gesto amable con alguna persona». Yo estoy convencida de que hay que abordar la vida positivamente y ser amable con los demás. Sin embargo, eso nos distrae de nuestras miserias, pero no necesariamente nos libra de ellas. En una época de mi vida -antes de tener una relación personal con Jesús- yo fui una inválida sin remedio. Una persona que tenía aún menos fe que yo no dejaba de decirme: «Aguanta. Aférrate». Ese era justamente el problema: no tenía a qué aferrarme. Pero gracias a Dios los creyentes no solo tenemos algo a qué aferrarnos; tenemos a Quién aferrarnos. «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Salmo 46:1). Un día el auto se me quedó varado en un camino desierto. Estaba sola y bastante desesperada. De golpe me acordé de una ex amiga que vivía no muy lejos de allí. Digo «ex amiga» porque aunque pensaba bastante seguido en aquella mujer, hacía tiempo que no me programaba para ir a verla ni la llamaba por teléfono. Sabía que estaría más que dispuesta a ayudarme, pero no lograba decidirme a ir hasta su casa y pedírselo porque no me había comunicado con ella en mucho tiempo. Me quedé sentada en el vehículo tratando de armarme de valor, y no lo logré. A veces nos pasa eso cuando no hemos incluido a Dios en nuestros pensamientos y actividades cotidianas, cuando no le hemos pedido consejo y ayuda para las cositas pequeñas, ni le hemos agradecido Su bondad, ni nos hemos hecho el tiempo para buscar inspiración y buenas enseñanzas en Su Palabra. Si lo hemos descuidado, nos resulta difícil invocarlo cuando estamos angustiados. Aunque sea embarazoso y humillante, es mucho mejor que seguir bregando por nuestra cuenta. Nuestro Padre celestial es muy accesible, está apenas a una oración de distancia, presto a perdonarnos y concedernos esa ayuda adicional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario