miércoles, 10 de marzo de 2010

REVISTA CONÉCTATE N:113 AÑO 2010 (TEMA: FE, MILAGROS)


¿Has observado que al atravesar un mar de penurias y dificultades unos se quedan a flote y otros se van a pique? ¿Qué distingue a los supervivientes de los que se ahogan? Según he podido constatar, un factor determinante es la fe en el amor de Dios. La persona que es consciente del profundo amor que Dios le profesa tiene la confianza de que Él nunca la abandonará a su suerte, por mucho que se vea envuelta por las olas. A diferencia de los que no creen, no malgasta fuerzas luchando por conservar la cabeza fuera del agua. Tampoco entra en pánico, lo cual sería aún peor, pues se iría al fondo más de prisa. Los buenos nadadores se mantienen a flote sostenidos por su fe y más bien emplean sus energías en llegar a tierra firme. Si te identificas más con los ahogados que con los nadadores, prepárate para el próximo período de zozobras fortaleciendo tu fe en el amor de Dios. El alcance y la profundidad de ese amor superan nuestra comprensión. No obstante, la Biblia lo compara con el amor de un padre por sus hijos. «Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por Sus fieles»(Salmo 103:13 (SM)) . A Dios no le produce ninguna satisfacción vernos en apuros. No pretende complicarnos la vida. Está de nuestro lado, y no desea otra cosa que vernos felices y realizados. Eso no significa que nunca vaya a permitir que sufras contrariedades; pero puedes tener la certeza de que te socorrerá cuando te encuentres con el agua al cuello. Es más, hay un versículo de la Biblia que promete justamente eso: «Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán» (Isaías 43:2). Para aprender a nadar, antes que nada es preciso aprender a flotar. Y para eso, la primera lección consiste en relajarse y no batallar con el agua. Ponte en manos de Dios, recuéstate y deja que Él te sostenga. Practica en aguas poco profundas y estarás preparado para lo que el futuro te depare.

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