martes, 9 de marzo de 2010

Fe ahora y siempre


El Señor obra en nosotros y maneja Sus asuntos de maneras que sobrepasan muchas veces nuestro entendimiento. Es algo misterioso que en muchos casos exige fe y paciencia, ya que por lo general Su cronograma es distinto del nuestro. La vida cristiana requiere fe y confianza, porque las riendas no las lleva uno mismo, sino Jesús. Debemos tener presente en todo momento que Él sabe lo que más conviene, que todo lo hace bien y que a menudo Él no prioriza lo mismo que nosotros, porque Su visión es mucho más abarcadora y a largo plazo. Aun disponiendo de las colosales promesas del Señor —del orden de «Todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo [dará]» (Juan 15:16), «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mateo 7:7) y «Si tuviereis fe, nada os será imposible» (Mateo 17:20)—, debemos recordar que lo que nosotros podemos hacer es limitado y que no llevamos la voz cantante. No tenemos una visión general del pasado, el presente y el futuro, ni estamos en conocimiento del plan maestro para la eternidad. Podemos emplazar a Jesús para que cumpla Su Palabra y echar mano del enorme poder espiritual que ha puesto a nuestra disposición; pero en última instancia se tiene que hacer Su voluntad. Él es el dueño de la situación y quien mejor sabe lo que conviene. Por eso es tan importante conservar una actitud humilde y de simple confianza en Él. De lo contrario, cuando algo no sale como uno esperaba o incluso como había pedido en oración, puede terminar con un montón de dudas. La Biblia abunda en consejos sobre este tema. También hay un acervo de escritos de hombres y mujeres de fe de los últimos 2.000 años. Y no olvidemos que Jesús también nos habla al corazón hoy en día. De cuando en cuando viene bien repasar las diversas razones por las que el Señor obra como lo hace, para entender por qué las cosas no siempre nos salen como teníamos previsto, por qué no responde a cada oración como esperábamos, y por qué a veces la vida presenta más dificultades de las que nos parece que debería tener. Si no fortalecemos nuestra fe, la vida puede llegar a hacérsenos bastante cuesta arriba, y sin entender por qué. Podemos llegar a pensar que la culpa es nuestra, que seguramente estamos haciendo algo mal, que Jesús debe de estar disgustado con nosotros porque no responde a cada oración como deseamos, o que las promesas que Él nos ha hecho quizá no son tan eficaces como se pretende hacernos creer. El Diablo siempre está tratando de socavar nuestra fe. Su misión es hacernos dudar de la Palabra de Dios. Yo diría que ese es su cometido principal. Comenzó hace tiempo, con Adán y Eva en el Paraíso, cuando les preguntó: «¿Conque Dios os ha dicho…?» (Génesis 3:1) Lo que se proponía era hacerlos dudar de Dios, y en ese caso sus embelesos y medias verdades dieron resultado. Encima de los constantes intentos del Diablo de minar nuestra fe, tenemos que batallar con nuestra propia naturaleza humana, que también se opone a la fe. En efecto, la fe está reñida con la lógica, por cuanto significa creer en algo que no se ve y que en el momento no se puede demostrar mediante pruebas tangibles. El caso es que cuanto más estudies la Palabra de Dios, más crecerá tu fe (Romanos 10:17). Con el tiempo descubrirás una serie de promesas extraordinarias que responderán al eterno interrogante de por qué nos parece que Dios no siempre contesta nuestras oraciones. No obstante, la realidad es que la vida, con todas sus dificultades, sinsabores y épocas en que las oraciones parecen caer en oídos sordos, seguirá constituyendo una prueba de nuestra fe. Siempre será así, hasta que lleguemos al Cielo. Cuando una situación se torne penosa, cuando las cosas no te salgan como esperabas, cuando te parezca que Dios no responde a tus oraciones, cuando las pruebas de la vida se te hagan insoportables, cuando la batalla te resulte interminable y no cesen los embates contra tu fe, cuando te falten fuerzas y dudes que vayas a aguantar mucho más, afírmate en la base maciza que ha provisto Dios para tu fe con Sus innumerables promesas y palabras de ánimo, y descansa a salvo. No trates de rebatir por tu cuenta las mentiras y acusaciones que te lance el Diablo; deja que la Palabra las responda por ti. Consuélate pensando que tu caso no es nada nuevo; se trata de una batalla con la que han tenido que vérselas todos los grandes cristianos de todos los tiempos. Y recuerda que la manera de vencer sigue siendo la misma de siempre: confiar en Dios y en Sus maravillosos designios. Tú no puedes resolverlo todo. Más bien saca aliento de la Palabra, y tranquilízate sabiendo que Jesús se encargará de todo. Descansa en Sus brazos, deja que Él te proteja y te sustente, y la tormenta pasará.
Fe en que jesús puede actuar por medio de nosotros Un tipo de fe que nos hace falta a todos es una confianza ilimitada y plena en que Jesús tiene poder para obrar a través de nosotros y valerse de nosotros. Debemos atrevernos a actuar, que no es otra cosa que permitir que Él actúe por medio de nosotros. «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Corintios 4:7). María Fontaine

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