domingo, 21 de febrero de 2010

Saca a relucir lo mejor


Una de las cualidades que suelen tener los buenos líderes es que sacan a relucir lo mejor de los demás. Ya sean jefes, gerentes, capitanes de equipos deportivos o modelos de conducta, en todos los casos han aprendido a centrar su atención no en los problemas, sino en las personas y sus posibilidades. Cuando esos directivos ven que alguien está haciendo algo mal o trabajando improductivamente, en lugar de exasperarse o de intervenir y hacerlo ellos mismos, motivan a la persona a esforzarse hasta que le salga bien; y cuando lo logra, la elogian. Los jefes probablemente podrían hacer la tarea mejor o más rápido; pero si esa fuera su reacción, acabarían por hacerlo todo ellos mismos. Cuando hay mucho que hacer, el directivo debe delegar. Eso significa tener fe en los demás, instruirlos y elogiarlos. El directivo debe impartir la capacitación que haga falta y confiar la realización del trabajo a otras personas. Éstas necesitan creer que son capaces de hacerlo bien. Y por último el directivo debe elogiar el esfuerzo, por más que el trabajo no sea perfecto. A la larga las personas normalmente aprenden a hacer bien la labor. Muchos, sin embargo, se desmotivan si no se les señala otra cosa que los fallos que cometen o cómo podrían desempeñarse mejor. Por muy dotado que sea un directivo en otros aspectos, si no sabe relacionarse bien con la gente, pronto descubrirá que sus subalternos desconfían de él y le toman antipatía. Las personas confían en sus dirigentes cuando perciben que éstos las estiman y se interesan por ellas. Esa confianza se cultiva velando por las personas, interesándose en ellas y prodigándoles elogios y expresiones de agradecimiento. Generalmente quienes son objeto de esos estímulos positivos suelen esmerarse por cumplir con las expectativas de su jefe. Dale Carnegie —experto en relaciones humanas— dio un ejemplo de un jefe que entendía bien ese principio: Günter Schmidt trabajaba de gerente de una tienda, pero tenía un problema: una de sus empleadas era un poco descuidada a la hora de colocar los precios en las estanterías. Los recordatorios y advertencias no dieron resultado. Habiendo recibido de los clientes más quejas de la cuenta, Schmidt finalmente la llamó a su oficina. En lugar de darle la reprimenda que ella se esperaba, le dijo que la nombraba supervisora de etiquetado de toda la tienda. Estaría encargada de mantener todas las estanterías bien etiquetadas. Desde ese día la empleada cumplió la función satisfactoriamente. Lo único que le hacía falta era que su jefe le demostrara confianza ampliándole sus atribuciones.
Tina Yamaguchi es integrante de La Familia Internacional en Sudáfrica.

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