martes, 26 de enero de 2010

Así es el Cielo

¿Alguna vez has sentido curiosidad por saber qué ocurre después que uno muere, qué te aguarda en el más allá?, si es que hay un más allá. ¿Existe el Cielo? Y en caso afirmativo, ¿cómo es? ¿Encontrarás en él la felicidad? ¿Te reunirás con tus seres queridos? ¿En qué medida se diferenciará tu vida allí de la que llevas ahora en la Tierra? Si te interesan las respuestas a estos interrogantes -y muchos otros-, ¡sigue leyendo! Te preguntarás qué sé yo del Cielo. Pues resulta que la Biblia describe muchas de las cosas que nos esperan allá. Explica cómo será, cómo seremos nosotros, qué aspecto tendrá nuestro cuerpo y a qué nos dedicaremos. Además, hay numerosos testimonios de personas que, estando clínicamente muertas, abandonaron por un tiempo esta vida y fueron al Cielo, y a su regreso refirieron lo que habían visto. Otros han tenido visiones o sueños de seres queridos ya fallecidos que les transmitieron mensajes detallados sobre su vida en el Cielo. Una de las características más sobresalientes de la vida en el Cielo -y que sorprende a muchos- es que tiene bastante en común con nuestra vida terrenal. Soy consciente de que esto tal vez no resulte muy prometedor, tomando en cuenta los innumerables males que aquejan a este mundo, los pesares que afligen a mucha gente y que quizás a ti también te haya tocado sufrir. Cuando digo que la vida allá es similar a la de la Tierra me refiero a que encontrarás muchas cosas que guardan estrecha relación con tu vida actual. Sin embargo, la gran diferencia es que el Cielo es un mundo perfecto en el que podremos disfrutar de toda la belleza y los placeres propios de la vida terrena, pero sin la angustia, el dolor, la sensación de vacío, la soledad y el temor que muchas veces se apoderan de nosotros. Un mundo libre del egoísmo, la codicia y la destrucción que vemos en nuestro entorno. Todo en el Cielo es amor, belleza, paz, bienestar, comprensión, alegría, voluntad de ayudar, generosidad, consideración e interés por los demás; y por sobre todas las cosas, prima la sensación de estar completamente envuelto por el amor de Aquel que nos ama más que nadie: Dios. La Biblia enseña que Dios es amor, la esencia misma del amor. Por ende, Su casa -el Cielo- es una morada de amor, donde no se siente dolor ni pesar, rechazo ni soledad; ¡únicamente amor! Qué hermoso, ¿no crees? El Cielo guarda mucha semejanza con nuestro mundo material. Según los relatos de la Biblia y de quienes han vislumbrado el Cielo, nuestro aspecto será muy parecido al actual. No seremos entes incorpóreos, informes, sin rostro, una suerte de brisa etérea. Tendremos un cuerpo muy similar al de ahora, pero que no padecerá los achaques, las incomodidades y el dolor que experimentamos aquí. Estaremos rodeados de nuestra familia y de nuestros seres queridos. ¡Disfrutaremos de su compañía y juntos viviremos felices por la eternidad! Menudo paraíso, dirás; ¡pues eso precisamente es el Cielo! Muchas personas se han formado la idea errónea de que estaremos muertos de aburrimiento, sin otra cosa que hacer que sentarnos a tocar el arpa y entonar loores a Dios. No dudo que el que quiera podrá tocar el arpa, y desde luego alabaremos a Dios; ¡pero nuestra vida en el Cielo será mucho más estimulante y activa! Hasta es posible que estemos más atareados que aquí en la Tierra, aunque sin el estrés, las preocupaciones, la rivalidad y la lucha por la supervivencia que actualmente nos agobian. Nos dedicaremos a labores trascendentes, que afecten para bien la vida de los demás. Emplearemos el tiempo en actividades que nos incentivarán y nos proporcionarán satisfacción y alegría; no en las tareas pesadas, monótonas, rutinarias y carentes de sentido que a muchos nos toca realizar en nuestra existencia cotidiana. Si bien no conocemos al detalle todo lo que haremos en el Cielo, sí sabemos que prestaremos asistencia a los moradores de la Tierra. Procuraremos motivarlos e infundirles aliento, les hablaremos a la conciencia y les sugeriremos pensamientos positivos y edificantes. Les ayudaremos a tomar decisiones acertadas, para que ellos también gocen de felicidad, experimenten el amor de Dios y se den cuenta de que Él los ama. La Biblia dice que Jesucristo regresará pronto a la Tierra para gobernarla, ayudado por los habitantes del Cielo, durante un período que, por su duración, se conoce como el Milenio. Una de las tareas de los moradores del Cielo -los que amen a Dios y hayan ido a gozar de Él después de esta vida- será reconstruir y reorganizar el mundo y reeducar a sus pobladores. Se logrará así un mundo mejor, donde predomine el amor; donde todos tengan suficiente y nadie acumule demasiado; donde todos puedan ser felices y gozar del fruto de sus labores; donde no haya guerras, engaño ni crueldad. Aunque esto te parezca un sueño o una utopía, ¡es ni más ni menos lo que traerá aparejado el reinado de Dios sobre la Tierra! Y los que estemos en el Cielo formaremos parte de ello. Es más, en el Milenio nos valdremos de todo lo que hayamos aprendido -de los dones con que Dios nos ha bendecido y de las aptitudes adquiridas en nuestra vida terrenal- para restituir la Tierra al primitivo estado paradisíaco que Dios le confirió antes que el hombre viciara la pureza y perfección del planeta con su codicia y sus guerras. Sea cual sea tu profesión o tus habilidades -docente, médico, ingeniero, agricultor, asistente social, chofer, oficinista, padre o madre de familia...-, en la vida venidera podrás emplear muchos de los conocimientos y habilidades que tienes ahora, sólo que con fines mucho más altruistas. No únicamente para mantener a tu familia, sino para producir cambios profundos, ayudar a los demás y proporcionarles satisfacción y alegría. La felicidad se labra haciendo feliz al prójimo. Al brindarnos a los demás y levantarles el ánimo, participamos del amor, la alegría y la dicha que les damos. Los dos últimos capítulos del Apocalipsis describen el Cielo como una gigantesca ciudad de oro, ¡de unos 2.400 kilómetros de largo, de ancho y de alto! (V. Apocalipsis 21:16.) Es decir, ocupará una superficie equivalente a tres veces el área de México, un tercio de Suramérica o casi toda Europa Occidental. Además, ¡penetrará 2.400 kilómetros en el espacio! Es de suponer que si se divide en múltiples niveles, una ciudad de semejantes proporciones podrá albergar a miles de millones de personas, ¡con lugar de sobra! Dice la Biblia que esa maravillosa morada celestial descenderá un día sobre la Tierra y que entonces Dios habitará con los hombres. ¡Será como si Dios se mudara a nuestro vecindario! ¡Los que lo amen y hayan acogido Su amor en el corazón vivirán con Él en esa espléndida ciudad dorada! Puede que esto te parezca un poco inverosímil o propio de una película de ficción científica, ¡pero es la pura verdad! Está anunciado en un libro profético de reconocida validez -la Biblia-, ¡que contiene cientos de predicciones detalladas, muchas de las cuales ya se han cumplido a lo largo de la Historia! La Biblia revela que las calles de esa ciudad son de oro, y que está cercada por un muro compuesto de doce clases de piedras preciosas. Viviremos en mansiones celestiales con nuestros seres queridos que hayan creído en Dios y aceptado Su amor. Hasta habrá un extraordinario parque de atracciones, con anfiteatros celestiales en los que podremos escuchar música igualmente celestial y un centro que ofrecerá viajes a través del tiempo, el cual nos permitirá presenciar los grandes acontecimientos de la Historia y comprender cómo se produjeron y qué ocurrió en realidad. El parque incluirá otros puntos de interés donde podremos interiorizarnos más de la fascinante vida que Dios nos ha dado y aprender a sacarle el máximo partido con el objeto de expresar amor a Él y a los demás. Estaremos dotados de un cuerpo sobrenatural inmune a la fatiga, aunque podremos descansar por simple gusto. Si bien nunca tendremos hambre, el que lo desee podrá comer. Todavía podremos disfrutar de las muchas otras sensaciones que nos deleitan aquí en la Tierra, entre ellas las que nos proporcionan el tacto, el olfato y la vista. Gozaremos incluso del amor sexual. La diferencia estriba en que experimentaremos esas sensaciones con mayor intensidad que hasta ahora. ¡También podremos volar! Como ves, la vida en el Cielo es muy parecida a la que conocemos en la Tierra, ¡solo que muchísimo mejor! Será un lugar cálido, vibrante de vida y de felicidad, donde disfrutarás de todos los placeres que siempre deseaste, donde todos tus sueños se harán realidad. Es como si uno tomara la vida terrenal, la depurara de todo lo malo y le añadiera una enorme cantidad de amor, alegría, paz, felicidad y contentamiento. ¡Así es el Cielo! A estas alturas te estarás preguntando cómo hacer para reservar plaza en un paraíso tan sensacional una vez concluida tu estadía en la Tierra. Quizás hayas oído decir que solamente los que son muy buenos se van al Cielo y pienses que eso te excluye, porque sabes que has cometido errores y en ocasiones has obrado mal, has hecho daño y ofendido a otras personas. Pues bien, ¡te tengo buenas noticias! ¡Cualquiera puede conseguir una entrada gratuita al Cielo! Cada uno de nosotros puede encontrar en los acogedores brazos de Dios el gozo, la satisfacción y el amor inacabable que Él quiere que tengamos tanto en esta vida como en la venidera. ¡Eso te incluye a ti! No importa quién seas, dónde te encuentres ni qué hayas hecho. Lo bueno o lo malo que seas queda completamente al margen, porque nadie puede ganarse un lugar en el Cielo por sus propios méritos. La Biblia dice que únicamente los que son perfectos tienen cabida en el Cielo. Y como ninguno de nosotros lo es, nadie puede ir allí merced a sus buenas cualidades. Por eso envió Dios a la Tierra a Su hijo Jesús hace 2.000 años. Al morir por nuestros pecados, Él nos pagó la entrada. Así, con solo aceptarlo como Salvador podemos asegurarnos un lugar en el Cielo. Eso supone un gran alivio; no tenemos que preocuparnos de ganarnos el Paraíso a base de bondad y rectitud. De todos modos sería imposible, pues somos humanos. Jesús tomó sobre Sí esa carga, de tal manera que lo único que tenemos que hacer es creer en Él y aceptar el regalo de la Salvación que Él nos quiere conceder. Él te ha abierto las puertas de la vida venidera. Para traspasarlas, te basta con tener fe en Él. Nadie se merece el Cielo, y sin embargo todos tenemos acceso a él, por muy malos que seamos, ya que Jesús nos ama, tal como somos. Él nos conoce, sabe lo que albergamos en nuestro interior y todo lo que hemos hecho, hasta nuestros secretos más íntimos. Lo sabe todo, y aun así nos ama, porque Su amor es infinito. Su amor es muy superior a lo que alcanzamos a ver o a entender aquí en la Tierra. Es capaz de corregir cualquier error, de reparar cualquier daño, de llenar cualquier vacío, de aliviar cualquier dolor o angustia. Puede cambiar el pesar en alegría y el llanto en risa. Comunicar sentido de realización a quien se considera fracasado o inútil. Jesús quiere darte todo esto ahora, y además un sitio en el Cielo cuando hayas cumplido tus días en la Tierra. Le encantaría que vivieras feliz allá para siempre, con Él y con tus seres queridos. Por eso dio la vida por ti. Te está haciendo un ofrecimiento. Anímate. Acepta Su amor. Ábrele la puerta hoy, ahora mismo. Para tener Su amor y asegurarte un lugar en el Cielo, haz esta sencilla oración: "Jesús, sé que me amas, que viniste por amor y moriste por mí para hacerme libre y darme la oportunidad de vivir eternamente en el Cielo. Te pido que me concedas el don de Tu amor. Llena el vacío que hay en mi vida y hazme sentir satisfacción y felicidad. Ayúdame a comunicar a los demás este mismo amor para que ellos también sean dichosos. Acepto el lugar que gratuitamente me tienes reservado en el Cielo." ¡Ya está! ¡Así de sencillo! Bastó con que le abrieras el corazón. Ahora Jesús habita en ti y estará contigo para siempre. ¡Jamás lo perderás! Tienes una reservación permanente en el Cielo, que nunca podrá ser cancelada. Dios acaba de poner en ti este regalo de amor. Siempre que sientas necesidad puedes acudir a Él, y tiernamente te ayudará. Aunque fue un obsequio, ahora que tienes Su amor en el corazón, Él quiere que hagas lo que puedas por transmitirlo a los demás; para que ellos también conozcan la alegría, ¡tanto en este mundo como en el Cielo! ¿Lo harás? ¿Te esforzarás por hacerles más fácil la vida, aunque sólo sea brindándoles una sonrisa, unas palabras amables o una mano cuando lo necesiten? Los pequeños gestos de cariño y consideración llegan muy lejos y pueden influir profundamente en la vida de una persona. Ahora que tienes un pedacito de Cielo en tu corazón, procura compartirlo. Dios te ama y espera ilusionado el día en que vayas al Cielo para vivir con Él por la eternidad. ¡Y yo también! ¡Nos vemos allá!

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