martes, 1 de diciembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 90 AÑO 2008




En 1990, poco antes de su muerte, el connotado periodista británico Malcolm Muggeridge escribió: «Veo mi vieja carcasa, boca abajo entre las sábanas, deteriorada y deslucida cual desecho de papel que alguien tiró a la alcantarilla. Yo me encuentro suspendido en el aire, como una mariposa liberada de su fase de crisálida y a punto de alejarse revoloteando. ¿Tienen las orugas conocimiento de su inminente resurrección? ¿Saben que al morir dejarán de ser insectos rastreros y se convertirán en criaturas del aire propulsadas por alas de magnífica estampa? Si se lo explicaran, ¿se lo creerían? Me imagino que esas sabias orugas menearían la cabeza y dirían: "Imposible. Fantasías. No puede ser"».El mismo fenómeno se da con los humanos. La Biblia nos enseña la suerte que correrá —o que por lo menos puede correr— el alma, la esencia de nuestro ser, cuando nuestra vida en este mundo toque a su fin y nos despojemos del cuerpo terrenal. Al igual que las orugas, podemos tomárnoslo con escepticismo u optar por creer. He ahí el quid del asunto, la condición sine qua non, el eje sobre el que descansa la puerta que nos lleva a la vida eterna en el Cielo: la fe. «Yo soy la resurrección y la vida —dijo Jesús—. El que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25).El misterio y el milagro de la Pascua consiste en que Jesús no se quedó en la tumba, y nosotros, por tanto, tampoco nos extinguiremos. No estamos sentenciados a vivir perpetuamente separados de Dios para expiar nuestros pecados. Después de pagar por nosotros, Jesús resucitó. Y porque Él vive, nosotros también podemos vivir (Juan 14:19). Para ello, nos basta con creer en el sacrificio redentor de Cristo.Cree, y así podrás morir tranquilamente. Y si te cuesta creer, esperamos que el presente número de Conéctate te infunda fe. Quizá te sorprenda, pero en realidad es muy poca la que hace falta. Recuerda la súplica de un pobre hombre de la Biblia que desesperado exclamó: «Señor, ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24). Aunque sólo hagas eso, ya estás abriéndole tu corazón y tu mente a Jesús. Y si le das ocasión de demostrarte que te ama, Él no te defraudará.Gabriel

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