domingo, 6 de diciembre de 2009

REVISTA CONÉCTATE 106 AÑO 2009


Casi todos en algún momento nos vemos afectados por un complejo de inferioridad. A veces nos comparamos con los demás y quedamos mal parados. Tal y tal persona es más alta o más esbelta o más fuerte o más inteligente o más ágil o más simpática. Tal otra me gana en destreza; ella resuelve conflictos con facilidad mientras yo me ahogo un vaso de agua... Es el síndrome de la gallina de la vecina que pone más huevos que la mía. Y así acabamos por menospreciarnos. Vano ejercicio que sólo conduce a la baja autoestima. Algunos batallamos con algún detalle que nos incomoda. Para otros es una enfermedad crónica: constantemente luchan contra esa sensación de que otras personas son más talentosas o atractivas o gozan de más privilegios. La verdad es que cada uno de nosotros es una criatura singular de Dios, creado como si fuéramos el único. Él no se fija en nuestros defectos, que si tenemos la nariz muy larga o muy chata; que si somos despistados, que si trastabillamos al hablar, que si esto o que si lo otro. Para Él esas cosas son intrascendentes. Dice la Biblia que el hombre mira la apariencia externa, pero Dios mira el corazón. Además, Él se deleita en la variedad, y en la variedad, cómo no, está la belleza. ¿Qué tal si todos fuéramos como tal y tal actriz o tal y tal actor? Otras cosas tiene la persona más de ser hermosa, enseña el refrán. Dios busca y valora en nosotros las cualidades morales y espirituales más profundas, el amor que abrigamos por el prójimo, la sensibilidad que demostramos por otros seres humanos, nuestra capacidad de compromiso, nuestro espíritu de lucha, nuestra fe y tantas otras. Desde Su óptica esas son las cosas que importan. Mientras nos persiguen esos complejos de inferioridad, Dios, que nos ama como nadie, se desvive por decirnos: «Te quiero tal como eres. Si algo necesitas cambiar, te lo haré saber y te ayudaré arreglarlo. De lo contrario, relájate y no pretendas ser lo que no eres». ¡Qué felices seríamos si le creyéremos sin discusión!

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