sábado, 5 de diciembre de 2009

Mi lista de deseos


El aire que me llenaba los pulmones sabía a sal y a vida. Mientras jugueteaba con la arena moviendo los dedos de los pies, sentí que Jesús me tomaba la mano. —Gracias por invitarme —me dijo. —Me gustaría… —¿Qué te gustaría? —Que siempre estuviéramos así, como ahora. —Tu necesidad —repuso— es lo que me acerca a ti. Vi en Sus ojos que todas las veces que había pensado que podía valerme por mí misma había desatendido al único amigo que nunca me ha decepcionado. Me apretó la mano para indicarme que todo eso había quedado atrás. En la playa había otras personas, pero en aquel instante mi mundo entero era Él, y estábamos solos. Pasó un rato. Mis pensamientos vagaban, pero siempre anclados en la certeza de que Él estaba junto a mí. —Hay cosas que me inquietan —le dije repentinamente. —Cuéntame. Sonreí, hice una pausa, respiré hondo y fui al grano. —Me preocupa el futuro. Y últimamente me preocupa que no vaya a ser capaz de hacer frente a lo que pueda suceder. Me gustaría tratar mejor a los demás. Me gustaría que cada día no se me hiciera una montaña. Me gustaría que… Me estrechó la mano. Los dos nos quedamos un rato en silencio. Observamos y escuchamos las olas que rompían en la orilla. Cavilaba lo que me pasaría si alguna vez Él pusiera límites a mis deseos. Me hundiría. Adivinándome el pensamiento, me dijo: —Un deseo. —¿Cómo? —El que sea. Te concedo un deseo. Pensé que bromeaba. —¿De verdad? —No —me dijo. —¿No qué? —pregunté un poco confundida. —No bromeo. Me reí. —¿Lo que sea? —Lo que sea. —¿Y si deseo algo que no me conviene? —¿Me amas? —¡Claro! —exclamé, sorprendida de que me lo preguntara. Se rió. —Entonces sé que tus deseos se ajustarán a lo que quiero y lo que sé que es mejor para ti. Hice una pausa. Me costaba imaginarme cómo podría mi gusto por el helado ajustarse a Su máxima voluntad. —Pues… podría aprovechar esta oportunidad para pedirte, eeeh… —no pude terminar la frase. —¿Todo el helado que quieras? A veces me olvido de lo transparentes que son para Él mis pensamientos. —¿Te agradaría eso? —preguntó. —No sé. Sería una posibilidad. Nos sonreímos el uno al otro en perfecta armonía mental y emocional. Me puse a repasar mi lista de deseos. Sentada junto a Él, la mayoría de ellos perdieron importancia; otros los taché. Al lado del Ser que más quiero, todos los demás amores palidecieron. Comprendí que mi mayor deseo en realidad era hacerlo feliz a Él. —Lo que quiero es amarte y hacerte feliz. Me estrechó entre Sus brazos. Fue como si todos mis deseos sin excepción se hicieran realidad. —Yo también quiero lo mismo —dijo con voz suave—, porque entonces podré concederte todo lo que te ilusiona. —¿Y si mis deseos no son buenos? —dije pensando en una situación que se había dado anteriormente. —Cuando ocupo el primer lugar en tu vida, cuando me deseas por sobre todo lo demás, te recompenso colmándote de bendiciones. Te procuro lo que sé que te hará feliz. Hasta cumplo deseos que ni sabías que abrigabas. Lo miré y le dije que todos mis deseos se cumplían en Él. Él me devolvió la mirada y anunció: —Hoy vamos a tomar helado. Nos reímos y reanudamos nuestra caminata. Y aquella noche tuvimos helado.Tomoko Matsuoka es miembro de la Familia Internacional.

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