martes, 1 de diciembre de 2009

La solución de Giovanna




Después de cuatro años y un viaje en autobús de 44 horas, por fin visité a mi hija y a mi yerno y vi por primera vez a mi nieta Giovanna. Me conquistó desde el primer instante. Es tan linda, tan inteligente, tan activa… Que me disculpen los demás abuelos, pero mi nieta es la más exquisita y más bonita del mundo. Pasé con ella tanto tiempo como me fue posible. Quería conocerla y entenderla. Me impresionó que se pareciera tanto a su madre cuando tenía la misma edad y que se comportara igual. Al mismo tiempo, tenía sin duda alguna su propia personalidad y estilo. Yo le di mucha importancia a la educación de mis hijos desde que eran bien pequeñitos. Mi hija y mi yerno también: A los veinte meses, Giovanna ya lee algunas palabras, cuenta hasta veinte, conoce los colores básicos, reconoce figuras geométricas y se ha aprendido varios versículos simplificados de la Biblia. Es muy inteligente, pero eso no le impide irradiar todavía la inocencia de una chiquitina. Un día que estaba corriendo y jugando un poco alborotada, velozmente pasó de hacer un ejercicio gimnástico en la cama (cabeza y pies firmemente plantados en el colchón, el trasero hacia arriba, los brazos formando el travesaño de la A) a caer al piso con un ruido sordo. Se llevó una sorpresa, pero afortunadamente no se hizo nada grave. Su rostro reflejaba una mezcla de susto, incredulidad y vergüenza. Tras unos instantes sentada, se recuperó y se puso de pie. Me ofrecí a orar por ella, pues imaginé que aquella caída inesperada le había debido de resultar un poco dolorosa. Tan pronto terminó la oración, abrió sus brillantes ojazos color almendra y vi que le habían vuelto las ganas de jugar. Separó las manos, lista para reanudar las actividades importantes de su vida de niña: más saltos y juegos. Pocos después, su padre tuvo que viajar a otra ciudad y ausentarse dos días, y ella lo extrañaba. Él acostumbra pasar un rato con Giovanna todos los días a la misma hora siempre que puede, y esa era la hora en que ella más lo echaba de menos. Mi hija le dijo que en vez de estar triste debía orar por su papá, y entonces rezaron juntas. De inmediato, la expresión de Giovanna se transformó. Dejó de preocuparse y extrañar a su papá y se quedó tranquila. Volvió a ser la niña contenta y juguetona de siempre. Su fe sencilla me llevó a replantearme la mía. Una cosa es confiar en que Dios contesta nuestra oraciones —al fin y al cabo acudimos a Él porque esperamos una respuesta—, y otra muy distinta orar con tal convencimiento de que Dios nos oye que al instante dejemos de preocuparnos. Giovanna no dudó en absoluto; por eso se quedó satisfecha y pasó a otra cosa. ¿Para qué preocuparnos, entonces? Podemos aplicar la solución de Giovanna a nuestros problemas y desilusiones. Nos basta con encomendar esas situaciones al Señor y confiar en que Él las resolverá, sin preocuparnos por cómo ni cuándo.Victoria Olivetta es miembro de La Familia Internacional en Argentina.

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