domingo, 6 de diciembre de 2009

Año tras año, Día tras día


Alguien me preguntó el otro día: «¿Por qué haces referencia a tu edad con tanta frecuencia?» Es que me parece maravilloso que Dios me ha guardado a lo largo de tantos años. Lo diré una vez más: [En 1966] «tengo 80 años». Yo que tú, no le tendría miedo a la vejez. Algunas personas piensan que la vejez no trae más que inconvenientes y achaques. Algo de eso, naturalmente. Sin embargo, puede ser también una aventura gloriosa, sobre todo para quienes tienen una relación personal con Jesús. Sin Él, me imagino que mi vida habría sido monótona y llena de desilusiones y fracasos. Conozco a mucha gente así, personas angustiadas por una sensación de vacuidad y de intrascendencia porque carecen de fe y no tienen una relación viva con un Jesús vivo. ¿A cuántas personas conoces —sobre todo personas mayores— que tienen un rostro alegre y radiante? Mucha de la gente mayor con que nos topamos en la calle denotan su infelicidad y miedos en su semblante. El motivo es que les falta fe. No cuentan con un ancla en tiempos tormentosos; no tienen a Jesús de quien depender. Sus rostros no expresan alegría porque no la llevan en el corazón. Pero no tienen por qué ser así. Un amigo mío describió la expresión de una señora que conocía: «Parece una vieja catedral iluminada para el culto vespertino».
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La vejez las mismas oportunidades ofrece que la juventud, sólo que no lo parece. Al desvanecerse la luz del atardecer, brillan las estrellas, que de día nadie ve. Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882)
* * * * * * Conozco a otras personas mayores que no hacen más que hablar de lo estupenda que es la vida que llevan en su vejez. En todos los casos ese planteamiento optimista y los desenlaces positivos que trae aparejado son producto de que tienen una fe firme. Afirman: «El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?»(Salmo 27:1) Dicho de otro modo: «No le tengo miedo a los años. Pase lo que pase, estoy en las manos de Dios». O bien: «Dios es un Padre amoroso y sé que todo redunda en mi bien, porque lo amo» (Romanos 8:28) ¡Que principio más estupendo por el que regir uno su vida! Muchas personas se empantanan con los afanes de la vida; se preocupan de que en un futuro sus necesidades físicas y materiales queden insatisfechas. «Hombres de poca fe», fue la reprensión que endosó Jesús a algunos de Su época. «Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:32,26). Contamos con esta certeza: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que [nos] falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). Cuando los años nos dan alcance, Dios entiende nuestras necesidades de la misma manera que cuando somos jóvenes, y es igual de capaz de proveer para ellas. La Biblia nos dice que «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13:8). Ni Él ni Sus promesas varían sólo porque entremos en años. Son igual de válidas y están dirigidas a nosotros tanto como cuando somos jóvenes. «Si puedes creer, al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23) tiene la misma vigencia a los 80 años que a los 18. «Podemos decir confiadamente: “El Señor es mi ayudador; no temeré”» (Hebreos 13:6). «[Dios mismo] dijo: “No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5), lo que implica que no nos abandonará en nuestra vejez. Ese es el Dios que yo conozco. Es el Dios que me ha demostrado Su fidelidad año tras año en todo tipo de circunstancias. En este mismo momento está presto a satisfacer también tus necesidades, cualesquiera que sean. Tengas la edad que tengas y sea cual fuere tu necesidad, Él se desvela por ti en este mismo momento, de hecho, en todo momento.
Virginia Brandt Berg (1886–1968), fue una de las más destacadas evangelistas de su época y madre de David Brandt Berg (1919–1994), fundador de
La Familia Internacional

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