viernes, 27 de noviembre de 2009

Yo llegué primero


Mi hijo Manuel (3 años) estaba haciendo un juego educativo en la computadora cuando su hermana Alondra (6 años) reclamó que la dejara jugar también a ella un rato. La respuesta de Manuel fue típica: «Yo llegué primero». No sé de dónde lo habrá aprendido él, pero me di cuenta de que ese es un principio de la sociedad humana, eso de que el que llega primero tiene más derechos por la sencilla razón de que llegó antes. El que pisa por primera vez una tierra tiene derecho a tomar posesión de ella. El que primero encuentra una perla en el mar, o una mina de oro, o un yacimiento petrolífero, puede apropiarse de lo que encontró. El que primero hace un invento o un descubrimiento científico puede patentar su hallazgo y lucrar con él. El que primero se sienta en una mesa de un restaurante tiene más derecho a ella que el que llega después. El que primero se instala en una parte de la playa se convierte en dueño de esos metros cuadrados hasta que los abandona. En el caso de mis hijos, yo les enseño que si uno lleva media hora jugando en la computadora, ya es hora de que le deje un turno al siguiente. Me imagino que la mayoría de los padres hacen lo mismo. Pero menudo caos se produciría si aplicáramos ese principio a todo aspecto de la sociedad. Sería insólito que un propietario dijera: «He disfrutado de estas tierras durante un buen tiempo; ya es hora de que se las deje a otro». O que alguien que tiene un buen empleo se lo cediera a uno que está cesante y justo de dinero. Tales ejemplos son un tanto extremos, pero ¿qué hay de los pequeños actos de consideración? ¿Con qué frecuencia las personas que van sentadas en el bus o en el metro ceden su asiento a los que acaban de montarse y todavía no han tenido ocasión de descansar los pies? ¿Es mucho pedirnos que hagamos esos pequeños sacrificios? ¿Será que no los hacemos simplemente porque no vemos que otros los hagan y nadie nos los exige? Bien pensado, actuamos así llevados por el egoísmo, por nuestra naturaleza pecaminosa. El amor de Jesús, en cambio, nos da fuerzas para romper con el inmovilismo, vencer nuestras tendencias egoístas, ir contracorriente y obrar con amor. Jesús dijo: «Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses» (Mateo 5:42), y: «Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lucas 6:38). Desde luego hoy en día esos son conceptos revolucionarios. ¡Cómo nos aferramos a nuestros derechos egoístas! Pero Dios desde un principio quiso que fuéramos generosos y altruistas, y con Su amor podemos ser así. Si practicáramos esa clase de amor, ¡cuántos problemas se desvanecerían! El mundo sería bien distinto. Probémoslo, entonces. Hagamos todo lo posible por los demás; ¡seguro que Dios nos lo paga con creces! Jorge Solá es misionero de La Familia Internacional en Chile.

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