TODOS HEMOS PASADO POR MOMENTOS SOMBRÍOS, hemos sufrido tragedias o aprietos que difícilmente habríamos podido evitar y que en algunos casos fueron consecuencia directa de decisiones erróneas o de actos desconsiderados de otras personas. Esas desgracias pueden tanto endulzarnos como amargarnos, según cuál sea nuestra reacción. Quienes no son capaces de ver el lado positivo de los momentos escabrosos que han vivido generalmente se resienten y se acarrean aún mayores desdichas. Es posible que, en efecto, fueran objeto de una injusticia; pero si aman a Jesús y tienen la certeza de que Él los ama, Él habría podido hacer que esas situaciones redundaran en su provecho. No lo hizo porque no se lo permitieron. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados» (Romanos 8:28). Es probable que el Señor quisiera valerse de esas circunstancias para obrar en su vida y que ellos no captaran la idea o no se beneficiaran en el grado en que Él esperaba que lo hicieran. Es posible que muchas de esas situaciones que se consideran errores fueran circunstancias de las que se valió el Señor o que incluso Él dispuso para sacar a relucir lo mejor de la persona, para que estrechara su relación con Él, enseñarle algo valioso o simplemente ponerla a prueba. No es que Dios quiera que se den esas situaciones; Él solo quiere lo mejor para Sus hijos. Pero cuando ocurren, procura sacarles provecho. Así es el Señor: puede hacer que todo redunde en bien, y lo hace siempre y cuando se lo permitamos. Encontrarle el lado bueno a una mala situación no es un mero ejercicio de optimismo o una buena idea; es vital para nuestra salud espiritual. Si no somos capaces de aceptar que Dios pudo haber escrito derecho aun con renglones torcidos, seguramente jamás lograremos perdonar de lleno y olvidar esas cosas; y eso puede conducirnos al resentimiento, que es muy debilitante espiritualmente. Por esa razón, es esencial que no evoquemos solo lo malo de los sucesos que nos han ocurrido, por muy terribles que fueran. Aunque el recuerdo que algo nos ha dejado sea desagradable o quizás hasta doloroso, si rechazamos el giro negativo que quiere darle el Diablo a lo ocurrido y le preguntamos al Señor de qué forma se propone valerse de ello para nuestro beneficio, Él puede librarnos del resentimiento y de la inquina y ayudarnos a superar el incidente. ¿Puede haber mayor triunfo que sacar algo bueno de lo malo? Es la mejor forma de cubrir las heridas del pasado; no mediante el resentimiento ni con pensamientos revanchistas, sino permitiendo que el Señor nos convierta en mejores personas a raíz de esas malas experiencias.
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