viernes, 13 de noviembre de 2009

Una nochebuena distinta


Era la víspera de Navidad, pasadas ya las diez de la noche. Las luces decorativas propias de la ocasión alumbraban las calles de Bangkok. Mi hijo y yo acabábamos de recoger tres grandes sacos de pan y bollos de la panadería de un hotel de cinco estrellas que suele donar lo que le sobra a nuestra familia de voluntarios cristianos. Por lo visto, la panadería había calculado con excesiva holgura lo que iba a vender aquella Navidad, pues nos entregaron mucho más que lo acostumbrado. Mientras recorríamos las últimas cuadras en dirección a casa, recé en voz alta: —Señor, ¿qué vamos a hacer con todo este pan? Es mucho más que lo que necesita una familia de cuatro personas. No le llevó al Altísimo mucho tiempo responderme. Momentos después teníamos la respuesta delante mismo de nosotros: nos topamos con una joven pordiosera sentada en la vereda envuelta en andrajos. A su lado yacía un niñito sobre una manta sucia pero cuidadosamente extendida. Mi hijo metió la mano en uno de los sacos, del que brotó el aroma de pan recién horneado. Le entregó un pan de respetable tamaño, y ella inclinó la cabeza al más bello estilo de la tradición tailandesa. Cuando alzó el rostro, sonreía tras las lágrimas. «Otro pan —me susurró una voz interior—. ¡Dale otro pan!» El segundo pan fue recibido con una sonrisa aún más radiante que la primera. Para entonces, la alegría había borrado todo vestigio de desesperación de su rostro. A pesar de sus harapientas vestiduras la chica se veía verdaderamente hermosa. Después de desearle cálidamente nuestros mejores augurios para la Navidad y el Año Nuevo, mi hijo y yo nos despedimos y partimos en busca de otros indigentes solitarios con quienes compartir nuestro pan. Como ocurre en la mayoría de las grandes metrópolis, mucha gente pobre pulula por las calles de Bangkok, aun a esa hora de la noche. Durante la hora siguiente, nuestra entrega de pan y deseos de felicidad a cambio de sonrisas se convirtió en un pequeño pero alegre ritual. Con los sacos casi vacíos y el corazón rebosante, nos dirigimos a casa. Había sido una Nochebuena distinta para nosotros, pues cobró un sentido que no esperábamos. El hecho de brindar algo a los demás, aunque no fuera gran cosa, nos recordó el tema central de la Navidad: un obsequio —Jesús— que el Padre celestial nos entrega de todo corazón. • Josef Gebhard es misionero de La Familia.

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